Federico García Lorca
Federico García Lorca (1898-1936), nuestro poeta más universal, se convirtió, tanto en nuestro país como fuera de él, en el estandarte de “la otra España”, la que tuvo que huir, exiliarse, hincar la rodilla o directamente, ocupar un lugar en el cementerio. Federico lo llenaba todo. Como una bocanada de aire nuevo, entraba en cualquier lugar y al poco tiempo solo existía él. Su forma de hablar o de callar. De tocar o de reír. Como dijo Jorge Guillén, “Cuando estás con Federico, no hace ni frío ni calor. Hace Federico”. Era un clima en sí mismo, una temperatura diferente y generó, dicen, decenas de atenciones. Una vez que estabas con Lorca no querías separarte de él nunca más. Inquieto, creador, divertido y sociable (aunque también tendente a la depresión y a la profunda angustia) se licenció a duras penas en derecho en la Universidad de Granada. En 1919 llegó a Madrid donde trabó amistad con poetas de su generación como Juan Ramón Jiménez y Machado o artistas como Dalí (de quién se enamoró perdidamente) o Buñuel, que dejarían una profunda huella en su obra y su personalidad. En 1921 publicó su primera obra en verso, Libro de poemas, con la cual, a pesar de acusar las influencias románticas y modernistas, consiguió llamar poderosamente la atención. Entre 1921 y 1924, escribió una obra basada en el folklore andaluz, el Poema del cante jondo publicado en 1931, un libro ya más maduro, con el que aparece por primera vez su rasgo característico: la identificación con lo popular. Este rasgo lo llevó a su plena madurez con el Romancero gitano. Tras este éxito, pero bajo una profunda depresión que le llevo casi al suicidio, Lorca viajó a Nueva York (1929), donde escribiría Poeta en Nueva York. Su posterior visita a Cuba cambió por completo su visión de la vida y abrió su mente a nuevos derroteros artísticos y personales. Un nuevo Federico había nacido. De vuelta a España fue nombrado director de La Barraca y sus obras cosecharon un enorme éxito tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. La Casa de Bernarda Alba, su obra maestra, fue también la última, ya que en ese mismo año (1936), al estallar la guerra civil, fue detenido por las fuerzas franquistas y fusilado.
