Ver André y Dorine como espectador es un placer de principio a fin. Es teatro de máscaras, teatro gestual… pero sobre todo es teatro de las emociones, gestionadas siempre con la técnica, el humor y la ternura necesarias para acabar otorgando al espectáculo una calidad y una factura impecables. Es curioso que algunas de las mejores aproximaciones al mundo de la vejez que he visto en los últimos años, además de la película Amor de Haneke, provengan del comic o del mundo de la animación. En este sentido, Arrugas o el principio de Up -clara inspiración para alguna escena de André y Dorine– contenían las mismas dosis de sensibilidad que la obra que ahora nos ocupa. Supongo que no utilizar […]
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