No siempre la unión de buenos actores y un texto clásico es una conjunción de valores con efectividad asegurada. Muchas veces, los directores se pasan de transgresores o, al contrario, se muestran tan conservadores que diseñan piezas sin ningún tipo de vida propia. Afortunadamente, esta versión de El largo viaje del día hacia la noche dirigida por Juan José Afonso encuentra un buen equilibrio entre el respeto por el material y un cierto aire de modernidad. El montaje, realista en el vestuario pero más minimalista y simbólico en el diseño escenográfico, es elegante, muy medido y, aún así, emotivo. Sobre todo, en su segundo acto, la propuesta consigue crear una atmósfera inquietante que genera una angustia en el espectador que perdura hasta el telón final. Mario Gas realiza una espléndida interpretación acompañado de la no menos brillante Vicky Peña. Ella, en concreto, tiene un estilo interpretativo que, a diferencia de Gas, no es del gusto de todo el mundo. Pero se tiene que reconocer que su composición de personaje es redonda y coherente y que sus tics de voz y soniquete encajan a la perfección con la mujer desequilibrada que tiene que encarnar. La dramaturgia de Eugene O’Neill es de una solidez admirable y está llena de prosa poética, diálogos sugerentes y frases potentes que hoy, todavía, resultan cautivadoras. Por todos estos motivos, la obra aguanta bastante bien las más de dos horas de duración, lo cual tiene mérito, puesto que, debido a la desolación de su dramatismo, el producto final podría haber sido algo mucho más pesado.
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