Algunas veces, las virtudes de un montaje teatral no tienen que ver con la técnica o el talento sino con algo inaprensible que no es reproducible ni controlable. Olivia y Eugenio es una propuesta fallida por varios motivos. En realidad, como punto de partida funciona pero su desarrollo es lineal, agotadoramente reiterativo y demasiado evidente. Sin embargo, la relación que establece la protagonista, Concha Velasco, con el actor que interpreta a su hijo produce una ternura que traspasa la ficción y resulta verdaderamente entrañable. Éste es el único punto destacable de una obra con problemas de tono, que no sabe si es un drama, una comedia, una tragedia o una parodia. Sus intenciones son muy buenas y su mensaje es positivo y muy loable pero su dramaturgia cae constantemente en explicaciones innecesarias y parlamentos demagógicos. Los discursos de esta madre en crisis exponen ideas con comparaciones absurdas que, seguramente, pretenden dar pie a la reflexión pero no lo consiguen por su simplicidad. Además, el espectáculo es largo, con momentos demasiado azucarados y otros demasiado insípidos. Quizás por algunos espectadores, el final dejará un buen sabor de boca por su vitalismo. Lástima que la evolución emocional del personaje se ejecute en sólo los diez últimos minutos, después de más de una hora de divagaciones.
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