Actualizar un clásico, y más si se trata de un clásico de aire naturalista y muy ligado a una época, la tarea no es nunca sencilla. Pero salvo algunos escollos, la versión o adaptación de Carlota Subirós no es precisamente el problema de este montaje. Bien es verdad que la adaptación hace creíbles la pobreza de los personajes o su precario entorno laboral -desgraciadamente, son aspectos con los que no hemos dejado de convivir-, e incluso consigue que la lavadora u otros aparatos anacrónicos no supongan ningún estorbo al conjunto. Quizás no hacían falta, pero actúan como símbolos atemporales y en una obra como la de Guimerà, llena de simbología, digamos que no están de más. Lo que falla en […]
Carles Armengol Gili
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