Ifigènia

Tornar a les tragèdies clàssiques és tornar sempre a casa. Per molts anys i anys que hagin passat. En aquest cas, tornar a Ifigènia -d’Euripides- significa revisar la història d’una mártir, del fill sacrificat com ho van ser també Jesucrist o Isaac, els anyells bíblics. La historia és sobradament coneguda: després del rapte – o la fugida – d’Helena a mans de Paris, l’exèrcit grec parteix cap a Troia en clau de Guerra per recuperar-la. No obstant, les naus no poden llençar-se a la mar degut a la falta de vent; necessitaran doncs, segons l’oracle, el sacrifici d’Ifigènia, filla de Clitemnestra i Agamenón. Després de la mort d’Ifigènia, seguirán, en plena espiral de venjança, la d’Agamenón a mans de la seva dona, i la d’aquesta última a mans del seu fill Orestes.

Per la representació d’Ifigència es compta en un repertori de luxe en tots els sentits: Pere Arquillué, Emma Vilarasau, Albert Pérez, Marta Ossó i Pau Vinyals. Finalment, un cor format de cinc veus que s’uneixen per marcar el pas de la narració. L’adaptació dels texts per part d’Albert Arribas és acurada, cenyint-se al gruix de la tragèdia i sense marejar als espectadors amb detalls innecesaris. Per últim, l’adaptació d’Alicia Gorina està a l’alçada del text: amb una posta en escena senzilla però contundent, donant a la tragèdia el pes que requereix a través d’un delicat balanceig de llums, cants i interpretacions intenses però mai sobreactuades. Un únic “però” a destacar: un excés de sang gratuït i innecesari que desentona amb una posta d'escena exquisita. No s'ha escatimat per una tragèdia amb un missatge clar i vigent: s’ha de fer justicia i no venjança.

Cuando Agamenón, castigado por Ártemis por chuleta, se vio obligado a sacrificar a Ifigenia, su hija, para poder reanudar el camino de Troya con sus barcos, priorizó su ansia de poder y, al mismo tiempo, su amor por Grecia ante el amor por la joven. Clitemnestra, madre de Ifigenia, enloquecido. El deseo de muerte, el desazón por la venganza y el sentimiento de desesperanza se convirtieron en protagonistas. Ártemis, sin embargo, utilizó el sacrificio como castigo sólo por Agamenomo, sustituyendo la muerte de la joven por la de un ciervo y transportándola a Crimea, donde tenía la función de sacrificar a los extranjeros que, víctimas de naufragios, llegaran a sus costas. Orestes, hermano de Ifigenia, llegó a la isla muchos años después como fugitivo por haber muerto Clitemnestra, su madre. Ambos se reconocieron y escaparon juntos del exilio y el destino al que habían sido condenados.

En la Antigua Grecia, la mitología servía para explicar el mundo entero, y todas las incertidumbres encontraban respuesta. Los mitos, los dioses y los seres que habitaban estas historias protagonizaban metáforas que han inspirado la filosofía, el arte y la cultura en general.

Ifigenia fue uno de los grandes dramas de Eurípides, el gran poeta trágico, amigo de Sócrates. Era conocido por llevar al extremo el carácter de dioses y mitos, casi hasta la parodia. Y, ligando perfectamente con la obra, llegó a afirmar que “A quien los dioses quieren destruir, antes la enloquecen”. Salvo Ifigenia, sinónimo de “mujer fuerte”, todos los protagonistas sufrieron este hechizo.

Alícia Gorina dirige, con talento, sensibilidad, carácter y solemnidad la adaptación de Albert Arribas. La dirección otorga a la protagonista la fuerza y, especialmente, la nobleza, de quien puede sacrificarlo todo por un bien superior, incluso a sí misma. La adaptación nutre el texto de pequeñas trazas de reivindicación que elevan en momentos puntuales la trama a la altura, de alguna forma, de nuestros tiempos.

La obra se desarrolla en dos partes marcadas. De la lenta cocción del desastre de la primera, con diálogos profundos, monólogos eternos y paseos entre la nada, a la locura de la fiesta de la sangre y el hacha de la segunda. Un contraste hiperbólico que sorprende. La escenografía es austera, de inicio, y lo que podría parecer una playa se convierte casi en un desierto. Tono bajo, poco movimiento… Cuesta, de entrada, zambullirse en la historia que se presenta, y el salto en el ritmo te traga de un solo trago, a pesar de que, en algún momento, desearías volver atrás para captar esa frase que hace comprender mejor al personaje y al contexto. La intensidad de la venganza, la pasión y el drama en manos de Emma Vilarasau y de Pere Arquillué, padre e hijo, toman una dimensión máxima, y es un placer acompañárselos. Marta Ossó, encanta y hechiza en el papel de Ifigenia, y las miembros del corazón, en una exhibición de recitación y canto, con una propuesta muy original en la forma y en la intervención, crean una atmósfera ritual, mágica, que cautiva desde el primer momento. En otro nivel se sitúa Pau Vinyals, Aquiles, muy lejos, muy, demasiado, del resto. Su boda con la hija de Agamenón era la excusa para atraer a Ifigenia hasta el altar del sacrificio. Su registro, en medio de este fantástico reparto (mención especial por Albert Pérez, con una clausura original, mordaz, original, espectacular), flojeaba como el talón del personaje.

Un espectáculo indispensable, de aquellos que, por denso, intenso y bien trabado, al día siguiente saboreas aún más que en la salida.

La misma historia desde otro punto de vista o con una mirada renovada puede tener infinitos matices que hacen apreciar aún más un relato ya conocido. El teatro es el arte por excelencia para revisitar textos y poner el foco desde un prisma diferente para que este dé aún más.

Ifigenia es la hija de Agamenón y Clitemnestra y no lo sabe, pero será el sacrificio por el cual, según la creencia al oráculo, su padre ganará la guerra de Troya. Esta es la narración de la llegada de la chica al campamento del ejército y la aceptación de su fatídico destino. Pero sobre todo es la historia de una madre que no podrá olvidar la atrocidad que ha perpetrado su marido y buscará venganza, mientras será objeto de eso mismo.

Alícia Gorina coge un clásico de la literatura y el teatro para devolverlo, en cierta manera, a los orígenes de las tragedias griegas del pasado. Para eso, recupera el coro como una figura indispensable. Cinco actrices (Cèlia Castellano, Daniela Fumadó, Júlia Genís, Laura Roig y Neus Soler) son las narradoras y la voz, al unísono, de la consciencia de las mujeres de la obra. Este elemento da fuerza y proyección a la narración, llenando los vacíos y el silencio durante la intensidad de los parlamentos que se intercambian los personajes.

Un montaje potente y atrevido que explica una historia conocida, pero con un ímpetu diferente. Con elementos simples que, aunque pocos llenan un escenario enorme, se convierten en los objetos clave y necesarios para el relato. Desde el altar al hacha, pasando por los banderines y las telas utilizadas. Todo tiene un sentido y un objetivo narrativo.

La primera parte de la obra, más arraigada a la parte textual con los diálogos grandilocuentes entre Agamenón y Menelao o entre Clitemnestra y su marido, se hace un poco larga y pesada. Especialmente porque es el segmento de la obra donde más que acción hay palabras y más palabras sobre el escenario, creando un ambiente denso. Pero es a partir del sacrificio, cuando el relato se convierte en movimiento que nace de la ira y la pasión, que la espectadora se queda hipnotizada y no puede apartar la mirada del escenario. Se descubren unos personajes poseídos por sus emociones más primarias, dejando atrás la razón y la calma. Y esta fuerza irracional que los empuja arrasa con todo y el público se entrega hasta el último monólogo.

Todo este despliegue teatral tiene en Emma Vilarasau uno de sus mayores atractivos. Vilarasau da un salto con su interpretación y sorprende en cada momento que avanza el texto. Su movimiento en el escenario impresiona y muestra una cara poco vista de esta actriz, dejando claro que le quedan muchas facetas por explorar con las que brillar. Interpreta a Clitemnestra como una fuerza de la naturaleza que no tiene nada a perder y que se deja guiar por la venganza y el dolor, y lo hace magníficamente.

Vilarasau y el coro, entonando sus voces con un trabajo delicado y muy laborioso, son el núcleo de una obra que, aunque conocida, consigue sorprender una vez más al público.

Ifigènia és una adaptació d'Albert Arribas a partir de les peces Ifigènia a l'Àulida i Ifigènia entre els taures d'Eurípides, un dels grans clàssics de la tragèdia grega del s.V aC.

Es tracta d'una tragèdia grega basada en el sacrifici d'Ifigènia, filla d'Agamèmnon, rei d'Argos, fill d'Ateneu i de Clitemnestra, filla de Tindàreu i de Leda, reis d'Esparta, germana d'Helena i esposa d'Agamèmnon.

La proposta dirigida per Alícia Gorina en la seva primera aproximació a la tragèdia destaca com es posa en qüestió la perpetuació de la violència en una família, una mitologia o un sistema de govern.

Una proposta escènicament molt austera, basada principalment en el treball actoral.


Pere Arquillué i Emma Vilarasau en són els principals protagonistes. Primer com a Agamèmnon i Clitemnestra, i posteriorment, com a Orestes i Ifigènia. Pau Vinyals, Marta Osó, Albert Pérez i un cor de cinc actrius cantants Cèlia Castellano, Daniela Fumadó, Júlia Genís, Laura Roig i Neus Soler, completen l'elenc.

El cor és pura poesia. El cor és un dels elements fonamental en tota tragèdia grega. És qui ens explica la trama i el que succeix a escena, qui marca les parts de la peça, qui crea les diferents atmosferes i emocions, analitza els esdeveniments escènics. El cor són els fantasmes de la nostra societat que ens convida a pensar i prendre consciència del nostre passat, d'on venim i del naixement de la democràcia.

L'acció passa en dos espais teatrals: un exterior (desert) i un interior (temple). També consta de dues parts:El dia i La nit, força diferents quant al treball textual i d'il·luminació. Una part està dins de l'imaginari convencional de les tragèdies gregues, on s'utilitza un tipus de vers més clàssic, com alexandrins, de vuit síl·labes o de deu, i una altra més trencadora, més visual.

Estem davant d'una obra molt teatral que parla dels orígens del teatre. Un viatge teatral de l'antiguitat al món contemporani.

La història d'Ifigènia ens explica unes quantes coses que no ens són gens llunyanes, com que la violència i el desig de venjança dominen el món, que la democràcia és un règim patriarcal i corrupte, que els éssers humans som els responsables dels nostres actes i que els déus existiran sempre mentre sapiguem representar-nos a nosaltres mateixos.

Ifigènia ens parla de les injustícies, dels conflictes, del jo interior, de la identitat, del paper de la dona social i políticament, i de la seva visibilització i reivindicació pel que fa a la seva opinió, de la transgressió de les normes socials, dels drets davant els conflictes generats i de la violència física injustificable.

Eurípides va utilitzar la tragèdia per exposar les seves idees, les seves inquietuds i la seva disconformitat davant de principis tradicionals considerats per la societat atenenca del tot intocables, com la superioritat de l'home envers la dona o la virtut de la guerra. Va donar veu a les dones, va fer visible les seves opinions, els seus sentiments i les seves passions. Un home avançat a la seva època.



 

A menudo vemos representar tragedias griegas como si fueran textos de antes de ayer. Se los desmiembra, adapta y recoloca para no destacar dentro de las producciones habituales de los teatros. Se conserva su tono grandilocuente, a veces se acompañan de escenografías majestuosas o por el contrario minimalistas, pero casi siempre se olvida que el teatro griego tenía una estructura propia, alejada de lo que estamos acostumbrados a ver. Es por eso que cuando, de vez en cuando, alguien hace el intento de acercarse a los orígenes –La Orestea que nos llegó hace unos años de la mano del italiano Luca de Fusco- merece la pena prestar atención y tomar detenida nota.

Es evidente que en esta Ifigènia que ahora nos llega al Lliure también se han tomado algunas licencias –para empezar se representan dos obras en una: Ifigènia en Àulida e Ifigènia entre los tauros– pero se ha priorizado el gran trabajo del coro, así como las diferentes partes que hacen de estas piezas auténticos monumentos históricos. En este sentido, no era fácil adaptar toda la segunda pieza antes mencionada, mucho más oscura y compleja que la primera. De hecho, la obra original se basa en confusiones, sueños y premoniciones, ocultación de los hechos y revelaciones sorprendentes que van tejiendo una trama bastante retorcida. Una trama donde la estatua de Artemisa acababa teniendo mucha importancia, aunque en la adaptación de Albert Arribas sea solo una presencia casi referencial al final de todo el espectáculo.

El montaje dirigido por Alicia Gorina es conservador y rompedor a la vez. Mantiene los largos diálogos o monólogos del texto original, pero no duda en hacer del coro un personaje más… casi protagonista. También se decanta por una puesta en escena grandiosa, telúrica y a momentos sanguinolenta y salvaje. No faltan símbolos potentes –el hacha que se entierra y se desentierra infinidad de veces- pero sobre todo no faltan unos actores y actrices solventes y entregados. Sin ellos y ellas –encabezados por unos pletóricos y juguetones Emma Vilarasau y Pere Arquillué– todo esta locura no habría sido posible.