El conocimiento, comprensión y aceptación de la identidad exige una generosa dosis de empatía. Ésta es la lección que realmente se llevan los dos protagonistas de una clase de canto que de entrada ya no tenía que ser. La maternidad, la asunción que por haber parido alguien posees su mente, el salto generacional, la amistad, el amor, el amor de hijo y el amor de pareja, la pareja, la estereotipada y la auténtica, la canción (La golondrina) que, versionada, otorga una posición de privilegio en la carrera por los sentimientos, el engaño, la orientación sexual, las expectativas frustradas, el callar por no molestar, la incomprensión mostrada por haber callado, el radicalismo, el fascismo, la homofobia… el cataclismo. Y mucho más. […]
Jordi Bosch Argelich
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