Animal negre tristesa es una obra de comentario complejo, pero de recomendación asegurada. Intentaré evitar el adjetivo del primer punto, de entrada, y concluiré con el segundo, porque lo vale. Tiene tantos matices, entran en juego tantos elementos, que citaré a los que, con las horas, se han revelado en mi cabeza como ejes, reclamos o columnas de lo que ha sido una experiencia teatral de primer orden. Un espectáculo… ¿total? Más adelante despejo la duda. Voy por los elementos.
La autora. Anja Hilling debuta en la dramaturgia en 2003 con su primera pieza teatral, y enseguida es señalada por la crítica alemana como una autora destinada a marcar época por su forma de concebir el teatro, por su propuesta de nuevos lenguajes. En 2007, con Animal negro tristeza, recibe un merecido reconocimiento internacional. La traducción de este texto, a cargo de Maria Bosom, merece especial mención, sobre todo por el currículo de quien lo ha llevado a cabo.
La dirección. Julio Manrique se suelta, y probablemente es el “culpable” del resto de aciertos que citaré. La escenografía. Brillante, dinámica, genial. El espacio cambia y se hace cercano. Más cercano cuanto más intenso es lo que proyecta. La intervención de la música completa la vivencia. Las coreografías, diseñadas por Ferran Carvajal, aportan una emotividad que sobrepasa el texto, una intensidad que llega feroz al público, y nos acercan al sentimiento de los personajes que las ejecutan. No importa tanto la calidad artística de los movimientos, en este caso, como la carga que llevan implícita. La narración en segundo término, sitúa la acción de forma intensa y ágil, y se convierte en un recurso que se incorpora como un puente entre personajes y público.
Las actrices y los actores están estupendos. Todo el mundo aporta, y todo el mundo te liga desde el escenario a vivencias únicas. La interpretación es esmerada, completa, sensacional, de cuerpo, de piel, de movimiento y de palabra. Es fácil evocar momentos únicos de cada personaje o de sus relaciones.
La transición entre los tres grandes tiempos de la obra es magistral. En el primero, los protagonistas, de vuelta de todo, pretenden disfrutar de una escapada a la naturaleza, cada uno con su mochila vital. Tan de vuelta que cometen un fallo minúsculo y son proyectados directamente en los infiernos, donde todo explota, donde todo acontece, donde se rompe todo. Es una parte central dura e intensa, diversa, por capítulos titulados incluso. Larga, pero necesaria. La dirección remata esa parte. Excelsa. No lo exagero. La marca que deja se vive en la tercera parte, donde los personajes, de regreso a un origen que ya no existe, arden por dentro y se despersonalizan. En mi opinión, este episodio se alarga en exceso. Y ésta es la respuesta a la duda inicial. Hay que explicarlo todo, y el transcurrir entre las vivencias ya separadas de unos y otros se dilata de una forma que rompe la anterior dinámica. Demasiado contraste. Ésta es una cuestión de guión, y desconozco si la adaptación permitiría una reinterpretación del bloque final. Dos formas diferentes y consecutivas de un caos que quieren tratarse con un volumen similar de dedicación, aunque la masa sensible es diferente. La densidad de lo que se vive en la tercera parte sale perjudicada (¿no va así la fórmula?).
Pese a ese punto, y como afirmaba, recomendación asegurada.