En este Ricard III del que únicamente se puede destacar la frialdad, el estatismo y una manera de recitar el texto que parece que los actores tengan la orden llegar cuanto antes mejor al final de su intervención, solo Homar, que tiene muchas horas de vuelo a sus espaldas, salva los muebles con una interpretación que, a pesar de todo, dista mucho de sus mejores trabajos. Una dirección cargada de obviedades y reiteraciones que no consigue hacer brillar ni el texto ni los actores. Un montaje malogrado para un texto que no ha perdido ni una pizca de actualidad. Más información (en catalán) en Somnis de teatre
Gema Moraleda
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