El poder o la virtud, el dilema de 'Bruto' en la Sala Fènix

Redacció

Felipe Cabezas abandona momentáneamente la máscara y la comedia del arte para interpretar Bruto, el personaje del drama histórico Julio César de William Shakespeare que Marcela Terra ha convertido en monólogo. Bruto, el poder o la virtud, muestra la conjura y el asesinato del dictador romano por parte de Bruto y algunos senadores.

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Habitualmente se presenta Bruto como un traidor. Pero, lo es, o bien es un hombre que ha tenido que elegir entre el amor filial hacia Julio César y su pueblo? La dramaturga y directora Marcela Terra reivindica la figura de hombre consecuente, consciente de su deber ético y político a través de un montaje de corte poético y existencialista.

Terra, directora de obras como Las Olas, Simone o La Espera, sobre figuras como Simone de Beauvoir o Virginia Woolf, tenía ganas de enfrentarse ahora a una obra política. «Tanto en España como a nivel internacional se está viviendo un momento político crucial y quería cuestionar qué es bueno y qué no para el pueblo», explica. «La obra se enfrenta a la disyuntiva entre la ambición, el poder y la corrupción que supone Julio César a la lealtad al pueblo».

Tanto Tierra como Cabezas, de origen chileno, aseguran haberse reflejado, sin una intención previa, con la figura de Salvador Allende. «La obra es cada día más actual, y de hecho hacemos algunas menciones a hechos como las muertes del Mediterráneo, pero también remite a otras figuras de la política como Allende, Ghandi o Luther King». Para el actor, estos son unos referentes sobre todo emocionales de políticos que han luchado por sus ideales hasta la muerte.

Bruto es así un monólogo «contra las injusticias, la indiferencia ante la tiranía y la corrupción» que quiere «despertar al pueblo e intentar devolverle su dignidad». Felipe Cabezas, director artístico de la sala y habitual de la comedia del arte, se enfrenta sin máscara, con un trabajo interpretativo que busca más intimidad y sutileza y se aleja de la fisicalidad y su explosividad habitual. «Aquí las acrobacias han sido morales, ideológicas y emocionales, no físicas», asegura.

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