Simbolismo Boris Charmatz: 10.000 gestos de danza

Redacció

Por Jordi Sora / @escenadememoria

Última oportunidad de descubrir a este creador francés, injustamente ignorado a los teatros de Barcelona hasta que el Mercat de les Flors no ha decidido dedicarle una de las constelaciones de la temporada. En octubre, en Flip Book, reivindicaba la memoria impura a través de la impulsión en los cuerpos de las imágenes de un libro que recogía la trayectoria de Merce Cunningham, demostrando así cómo es posible una lectura libre y desacomplejadade la tradición. Y unos días más tarde, en el MACBA, en una de las fiestas más bonitas que se recuerdan de expansión de la danza por espacios no convencionales, hacía una lectura más academicista de aquella transmisión, evocando varios fragmentos de coreografías que han pasado a la historia: 20 bailarines para el siglo XX.

Así es el trabajo que Charmatz está desarrollando desde el Musée de la Danse de la Bretanya: desenfocada de un plano de verdad; alejada de pretensiones continuistas; para apoyarse definitivamente en un sustrato común, vivencial, del movimiento como constitutivo de la experiencia humana. Porque la danza es algo más arraigado a la necesidad, que no a la técnica; a la comunicación, que a su gramática; y a la proyección personal, que no al espectáculo de recepción pasiva.

En 10.000 gestos juega con uno de los conceptos siempre ligados a la disciplina: la fugacidad. Propone a un numeroso grupo de bailarines una consigna simple y fácilmente comprensible: ejecutar sobre el escenario todo de movimientos, desplazamientos, gestualidad, siempre diferentes, sin vínculo entre ellos, ni conexión con el resto. Estamos hablando de una troupe de 23 intérpretes, una cantidad casi inaudita en danza contemporánea. Y con la música del Rèquiem en re menor (K. 626) de Mozart, última de las obras del compositor, terminada por uno de sus discípulos después de su muerte el 1791.

Gestos generados artesanalmente, con un fuerte componente subjetivo, entregados por los bailarines: un don regalado, condenado inmediatamente a su desaparición. Una coreografía así se hace imposible: intérpretes buscando la diferenciación de su movimiento con respecto los otros. Un collage más bien, un ensamblaje de piezas dispersas sin solución de continuidad. E incluso cuando los ejecutan juntos, buscando la asimetría

Así se construye esta pieza, atemporal y llena de simbolismo: la finitud. La constancia de que el gesto es el instrumento efímero del vivir. La única realidad de la cual podemos dar fe, mientras se desvanece con su sonoridad visual. El cuerpo de la tragedia, expuesto a la mirada, danzada en 10.000 posibilidades, a cobijo de la esperanza de una memoria que haga posible la constatación que estábamos, allí, también, un día.

Última presentación de Charmatz en Barcelona: esperamos que tenga continuidad en temporadas próximas. Hay muchas cosas más con las que puede ayudarnos a reflexionar desde otro lado. La danza es aquello que inventamos, mientras nos emocionamos por el recuerdo y suena la Misa de Difuntos.

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