Parsifal es la última ópera que compuso Richard Wagner que murió unos meses después del estreno en Bayreuth en 1882. Esta obra, por tanto, representa un testamento operístico de primera magnitud que musicalmente reúne lo mejor de la producción musical del genio de Leipzig. En esta ópera Wagner expone sus ideas estéticas, místicas y musicales al entremezclar la tradición medieval, la admiración por un ascetismo cristiano y la idea del teatro como auténtico templo donde representar una misa laica que nos permita trascender nuestra existencia a través del arte.
Como ya había hecho anteriormente en Lohengrin -personaje, por cierto, hijo de Parsifal-, Wagner se sumerge en la leyenda medieval de los caballeros que custodian el cáliz sagrado que contiene la sangre de Cristo y la lanza con la que el hijo de Dios fue herido en la cruz, y elabora una profunda reflexión sobre el sufrimiento y la redención. Una redención que llegará de la mano de un “salvador”, Parsifal, joven inocente y puro que llevará el consuelo a la humanidad al curar al malogrado y eternamente herido Amfortas y sustituirlo como custodio del reino místico de paz y piedad que representa el templo del Graal. Pero como le sucede al príncipe Tamino en La flauta mágica de Mozart, Parsifal tendrá que superar antes unas pruebas para poder pasar de la inocencia al conocimiento necesario para salvarnos. Habrá que, a diferencia de lo que hizo su predecesor Amfortas, ignore la seducción de Kundry y las mujeres-flor -¡qué maravilla el vals de las “mujeres-flor” del segundo acto!-, derrote el daño que encarna el mago Klingsor , antiguo caballero del Graal que cayó al “lado oscuro” (materialista) de la existencia, y finalmente acabe curando la herida eterna de Amfortas, el agónico custodio del Graal al que, como he dicho, Parsifal sustituirá al final de la obra.
Aunque Wagner era agnóstico, el misticismo que desprende esta ópera -no en vano Wagner la calificó como «festival sacro-escénico»- supera con creces la obra anterior del compositor. En efecto, Parsifal contiene momentos empapados de simbolismo cristiano como la herida incurable de Amfortas que le hace Klingsor con la lanza de Longinus -paralelismo con la herida de Cristo en la cruz-, o la arrepentida Kundry, que al tercer acto lava los pies de Parsifal como hace María Magdalena con Jesucristo. Un simbolismo sacro y teatral que también se proyecta en una música solemne, tal y como puede apreciarse en los leitmotive del Graal o de la Fe, pero sobre todo en las partes corales de los finales del primer acto, con la consagración del Graal, y del tercero, momento en que Parsifal, como nuevo rey del templo, consagra el cáliz y un corazón celestial cierra el acto y la ópera.
Parsifal es una ópera inmensa, con una música fastuosa y trascendente. De hecho, sólo al escuchar la majestuosa apertura uno ya puede intuir la magnificencia de lo que vendrá, y el montaje que el Liceu nos presenta está a la altura del reto de representar tanta suntuosidad. De la mano del imaginativo Claus Guth, que ya estrenó el mismo montaje en el Liceu en 2011, la decadencia del templo del Graal y la desorientación de unos “caballeros” que esperan la llegada de un redentor se traslada a un hospital según la Primera Guerra Mundial. Este redentor debe salvar a los soldados de penas y sufrimientos vividos, pero todos sabemos también que este “salvador” eventualmente les conducirá a nuevas penas y nuevos sufrimientos, aunque esto ya sea otra historia.
Las voces de este montaje son dignas de la grandeza de la ópera: el fogoso y entregado Nikolai Schukoff encarnará a Parsifal, acompañado de la rutilante y poderosa voz de Elena Pankratova en el rol de Kundry. Uno de los mejores barítonos del momento, Matthias Goerne, y uno de los bajos de referencia de este siglo, René Pappé, se pondrán en la piel de Amfortas y de Gurnemanz respectivamente. Por otro lado, el malvado Klingsor será interpretado por un auténtico especialista en este rol como Evgeny Nikitin. Todo ello bajo la batuta del maestro Josep Pons y unos coros del Gran Teatro del Liceo reforzados esta vez por la Coral Cármina, que Daniel Mestre dirige con la solvencia que le caracteriza, además de contar también con el Coro Infantil Amigos de la Unión que conduce Josep Vila Jover.
Vuelve Wagner al Liceu y lo hace después de varias temporadas de ausencia -el confinamiento obligó a cancelar los montajes de Lohengrin en el 2020 y Tannhäuser en el 2021- por la puerta grande: con su ópera más solemne, con un montaje exitoso y un repertorio brillante absolutamente a la altura de la ocasión.
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