ÒPERA

'Eugene Onegin': una ópera a la carta

El Gran Teatro del Liceo inaugura temporada operístico con pieza de Tchaikovsky, una propuesta íntima que nos traslada a los rincones de la mente humana

Jordi Vilaró Berdusan

Escrita en 1879 por Piotr Ilich Chaikovsky y basada en el poema dramático homónimo escrito medio siglo antes por Aleksandr Pushkin, Eugene Onegin nos relata la relación imposible entre Tatiana, hija de una viuda rica (Larina), y un individuo consirioso, Eugene Onegin, del que, más allá de su elegancia y de que es amigo del poeta Vladimir Lenski, no sabemos mucho más.

Las 3 claves de ‘Eugene Oneguin’

En el primer acto, Lenski y Onegin van a casa de la viuda Larina donde se encuentran con sus dos hijas, Olga y Tatiana, y el poeta declara su amor por Olga por medio de una bellísima aria (Ya lyublyu vas). En paralelo, Tatiana se enamora de Onegin y al final del acto le confiesa su amor por medio de una carta a la que él responderá fríamente y rechazará ese amor por la «imposibilidad de comprometerse». Tanto la belleza del aria de la carta como la de la respuesta de Onegin (Kogda bï zhizn, ver video) son dos de los momentos más destacables de la ópera.

En el acto siguiente, y en medio de una fiesta, Onegin decide sacar a bailar a la hermana de Tatiana para bromear a Lenski, quien, celoso y enrabietado, desafiará al amigo a un duelo. A la mañana siguiente, los dos contendientes ven que la situación es absurda, pero que por las normas de caballerosidad no pueden echarse atrás. Antes de empezar el duelo, Lenski canta una sentida y bella aria en la que recuerda a su juventud y acepta románticamente la incertidumbre que el destino le depare (Kuda, kuda vi udalilis, ver video). En el duelo, Onegin matará a Lenski.

En el tercer acto hay un salto adelante de seis años y encontramos que Tatiana se habrá casado con el Príncipe Gremin. Onegin, por su parte, se había apartado del mundo desde la muerte de Lenski y al reencontrar a Tatiana le confiesa desesperado el amor que siente por ella y que siempre había oído. Sin embargo, Tatiana no se le cree y cuestiona la naturaleza de este amor. A pesar de los ruegos de Onegin para que ella abandone la vida que ahora lleva y se vaya con él, Tatiana le rechazará con contundencia diciéndole que los tiempos del amor «sencillamente ya han quedado atrás». El dúo final entre los dos protagonistas es el momento más sobrecogedor de la ópera: el amor imposible verbalizado por ella y él, solo al final de la escena, muestra su desespero al ser abandonado con un agudo final al más puro estilo verista (O, kak mne tyazhelo, ver video).

Un reflejo de los deseos del compositor

Toda la historia en sí, y sobre todo la carta de Tatiana a Onegin al final del primer acto, no deja de tener ciertos efluvios autobiográficos, ya que la vida de Tchaikovsky estuvo muy marcada por relaciones epistolares intensas. Así, el compositor recibió apasionadas cartas de quien acabaría siendo su esposa, Antonina Miliukova, matrimonio que fracasó a causa de la homosexualidad del compositor. Pero las relaciones epistolares no terminaron ahí, ya que tras la ruptura con Miliukova, Chaikovski mantendría una intensa correspondencia con quien después sería su mecenas, Nadehzka von Meck, y posteriormente también se escribiría con su amante, el violinista Josef Kotek.

¿Cómo atamos todo esto con la ópera? Pues básicamente fijándonos en el talante de ambos protagonistas. El personaje de Tatiana del primer acto es el de una soñadora propia de la literatura romántica decimonónica, pero no así la Tatiana del último acto. La chica inocente y enamoradiza da paso a una mujer que, superada la frustración amorosa, ha sabido catalizar el amor para seguir adelante con la suficiente vitalidad como para rechazar el despojo anímico final que le ofrece su antiguo enamorado. Por otro lado, Onegin refleja un carácter misantrópico que le imposibilita abocarse a amar abiertamente a nadie por más que supuestamente lo desee. Llegados a este punto, pues, debemos hacernos la pregunta del millón: ¿Onegin es un simple Alceste (el personaje protagonista de El misántropo, de Molière), pasado por la criba del comportamiento romántico del siglo XIX, o bien una transmutación de ¿la homosexualidad oculta del compositor, que rechaza el amor que siente, que no entiende y que posteriormente quiere redimir? La pregunta, obviamente, está abierta y, como es lógico, no hay una respuesta clara.

Una música sublime, expresiva y rica

Aspectos biográficos y literarios aparte, sin embargo, la música que Chaikovski propone para esta historia es sencillamente sublime: melodías con encanto, armonías expresivas, una orquestación rica e imaginativa que dibuja bien el drama escénico; una ópera, en definitiva, que tiene absolutamente de todo: arias, duetos, música para ballet, corazón, danzas… Desde lo bello, sereno, pero a la vez inquietante inicio con un dúo entre las dos hijas de la viuda -y la melodía del que resonará varias veces a modo leitmotiv-, hasta el pasional final, todo en esta ópera destila belleza. De hecho, sólo puede explicarse que Eugene Onegin no sea tan popular como el mejor de Donizetti, Verdi o Puccini por la distancia geográfica y cultural que históricamente ha habido con Rusia, de lo contrario, no se entiende en absoluto.

Afortunadamente, el Liceu ha tenido el buen pensamiento de volver a programar esta ópera para abrir la nueva temporada con una coproducción que firma el propio Liceu junto con el Teatro Real de Madrid y Den Norske Opera de Oslo. Del montaje será tan interesante la puesta en escena del inteligente, imaginativo y siempre asombroso Christof Loy, como la remarcable y solvente dirección musical del maestro Josep Pons. En cuanto al capítulo vocal, el atractivo también es notable: de entre los diversos nombres destacables (Audun Iversen, Victoria Karkacheva, Liliana Nikiteanu…) será interesante ver cómo la pasional Svetlana Aksenova interpreta “las dos Tatianas” y como un tenor lírico puro como Alexey Neklyudov demuestra sus cualidades con las patéticas arias de Lenski (sobre todo la emotiva Kuda, kuda…)

En definitiva -¡y cómo debería ser siempre!-, una elección más de calidad que de popularidad para inaugurar el nuevo curso liceuense. ¡Buena temporada a todo el mundo!

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