Divorciarse cada día, el 'Mambo' de Les Antonietes

Redacció

Les Antonietes tenían ganas de mambo, de cambiar, de sacudirse. Hasta ahora las hemos visto adaptando y dando la vuelta a clásicos como Vania, Stockmann o Un tranvía llamado deseo. Ahora, después de ocho espectáculos, han decidido que ha llegado la hora «de dar la cara» y estrenar un texto propio. Su director de cabecera, Oriol Tarrason, firma y dirige Mambo, una comedia negra y absurda sobre la incapacidad de comunicarse donde una pareja se divorcia cada día desde hace siete años.

Estan en el comedor de casa, han puesto a dormir a los niños y, como cada día desde hace siete años, están a punto de divorciarse. Él es el pragmatismo en persona, ella se ha quedado con los sueños. Después de enamorarse bailando mambo ha llegado la hora de trabajar todo el día y pagar facturas. Y, según él, «no se puede soñar constantemente y pagar facturas; son dos cosas incompatibles». Pero ella quiere otra vida, llevar a los niños en bicicleta a la escuela y comprar un apartamento con una gran ventana por donde entre la luz. Comienza la discusión, un juego donde ambos quieren ganar y donde se llegan a decir y retraer auténticas barbaridades por no preguntarse: ¿es bonita la vida que tenemos?

«Mambo tiene unos referentes cinematográficos muy claros. Se podrán ver pinceladas de Woody Allen, Días de vino y rosas o ¿Quién teme a Virginia Woolf?, historias matrimoniales bastante oscuras -explica Tarrasón-. Pero le hemos sacado el drama. Hemos partido de una historia particular para hablar de un hecho más general que sucede dentro y fuera del matrimonio: la incomunicación«.

«Tiene mucho también de Revolutionary Road -asegura Dani Arrebola, que interpreta el marido-, de esta primera idea de felicidad de una pareja que la realidad ha ido ahogando y que ha dejado sólo en reproches de lo que hubieran podido hacer y no harán».

EL PÚBLICO TOMA PARTIDO

Los reproches y la discusión constante es el alimento de este matrimonio, «pero no hay sufrimiento, es parte de su complicidad», sigue el director. «No hemos buscado un comportamiento realista, sino que parezca absurdo, de tan exagerado». Es por eso que tampoco han buscado un efecto voyeur en el público, sino que se sientan interpelados y que tengan la sensación de que están cenando con ellos. «Queremos que sea una experiencia con los actores, que tengan esa sensación de cuando presencias la discusión de una pareja que te mirando para que des la razón a uno u otro, y no sabes si intervenir».

Esta utilización del público para ponerlo a su favor parte de los dos personajes «es lo que hace que crezca el espectáculo, que se dispare». No obstante, la intención no es que se decanten por el uno o el otro, porque se sentirán identificados con ambos. Y es que, además, «tampoco voces que puedan estar mejor separados, sino que lo que hace falta es que se escuchen».

Texto: Mercè Rubià

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