El desig del cor

Vaig anar a veure El desig del cor sense saber gaire el que anava a veure. I la primera impressió que m’he portat és que el cap m’ha esclatat des del primer moment. He quedat embadalit durant tota l’obra i com aquelles coses que no diem fa que tinguem múltiples escenes.

A escena tenim una taula de menjador i poc més. Els personatges es mouen de forma repetitiva i veiem com va evolucionant. Però en un moment determinat tornem al punt inicial. Això descol·loca una mica. Torna a repetir-se l’escena però amb un canvi en els personatges. I tornem de nou .Al principi quedes desconcertat, però vas veient com una mateixa escena la veiem amb diferents ulls.

El primer que m’ha vingut al cap, és veure el multivers que tant podem veure en algunes pel·lícules ara amb una família “normal”. Com veiem diferents realitats segons les decisions que prenen o que voldrien dir o fer.

El que inicialment és una incomoditat, una repetició queda en una forma notable de veure que podria passar si… He vist com un episodi de “What If ..?” però enfocat en una persona normal (no gaire normal la veritat) i com hi ha diferents realitats si diguessim el que pensem realment.

He gaudit de valent amb el paper que han fet els 3 protagonistes Albert Pérez, Vanessa Segura i Alícia Puertas que han estat acompanyats en Marc Tarrida i Sara Morera en els papers de fills. I ha un gran joc de repeticions d’escenes, de canvis de velocitat de l’acció i fins i tot en moments de comèdia (una mica negre) que és una delicia. Però tot això no s’hagues portat a terme sense la direcció de l’obra (i dels moviments dels actors) i la part tècnica que ajuda en tot moment.

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A menudo resulta mucho más interesante lo que no decimos que lo que nos atrevemos a decir. La dramaturga británica Caryl Churchill es consciente de ello y lo pone en práctica en esta obra sobre los roles y dinámicas familiares. El texto presenta a una familia disfuncional, cargada de emociones reprimidas y atravesada por el abuso de poder.

La obra representa una misma escena de forma reiterativa, en ella la familia está esperando el retorno de su hija de Australia. Alternando los diferentes puntos de vista de los personajes, entramos en sus mentes y presenciamos sus pensamientos, miedos y proyecciones sobre el escenario. De este modo, la trama se bifurca en diferentes direcciones en función del punto de vista de cada personaje para después volver siempre al punto inicial, como si de un bucle temporal se tratara. La idea de bucle refuerza el estado cautivo de estos personajes, incapaces de huir de esta dinámica familiar.

Este punto de vista subjetivo de los personajes permite huir de la estética puramente realista para poner en escena su lenguaje interior, construyendo imágenes sugestivas y oníricas muy potentes, llegando a rozar el absurdo en alguna ocasión. Cabe destacar el diseño de la iluminación y del espacio sonoro que contribuye a la construcción de estos momentos de gran belleza escénica.

La milimétrica precisión de los intérpretes permite que el mecanismo de repetición funcione sin que la obra pierda el ritmo, aportando nuevos matices cada vez y utilizando recursos como la fragmentación del discurso o las variaciones de velocidad de forma muy acertada. En definitiva, una gran oportunidad para disfrutar de la obra de esta prodigiosa dramaturga y con una ejecución impecable en nuestra ciudad.

Caryl Churchill és una de les dramaturgues més estudiades i representades del Regne Unit. Fa ja molts anys que explora els abusos de poder, la política sexual i l’alliberació feminista a través de dramatúrgies úniques, originals, allunyades del naturalisme i dirigides cap a una exploració dels cossos individuals, familiars, polítics i econòmics que conformen la societat capitalista—patriarcal—contemporània.

El desig del cor n’és un exemple. Escrita a finals dels 80, s’hi endevinen influències de Brecht —certs moments d’èpica escènica…— o Artaud —esquitxada d’instantànies performàtiques, seqüències i moviments carregats de tensió, absents de paraula, que permeten entendre, o més aviat, experimentar, la violència a l'ombra de la realitat aparent.

L’obra ens presenta una mateixa escena, una mateixa seqüència espai-temps, de forma reiterativa, prenent com a referència els diferents punts de vista (reals i imaginaris, somàtics i psicològics) dels seus protagonistes. Una fragmentació de l’espai i del temps que ens dóna l’oportunitat d’observar, des de diferents perspectives, com viuen una mateixa realitat les diferents persones (o arquetips familiars) que en formen part.

Observem, així, una dissecció de patrons culturals, familiars i emocionals feta amb el mateix bisturí amb el qual l’autora esquinça, també, el llenguatge. Tot, amb la intenció de fer brollar les tensions més íntimes que existeixen entre els membres d’una família, una família qualsevol, carregada de dependències, ferides i retrets. D’amor i d’odi.

Pel que fa a la posada en escena, tots i cadascun dels membres de l’equip aconsegueixen trobar la tonalitat perfecta que demana la peça; des de la direcció, sensible i curosa amb un material dramatúrgicament complex, fins a cadascuna de les interpretacions precises, exactes, captivants.

Destacar, finalment, les excel·lents feines de Llorenç Balaguer i Eduard Mauri, en la creació de les atmosferes sonores; així com la de Quim Algora, amb una il·luminació inquietant, que aconsegueixen, en conjunt, un espectacle hipnòtic.

Empieza una escena, aparentemente banal e intrascendente, pero al minuto vuelve a empezar. Y a los dos minutos la volvemos a ver, quizás con matices, con pequeños detalles que no habíamos captado… y así durante un buen rato. Adelante y atrás. Situaciones que avanzan con mucha lentitud, porque siempre tienen un mismo punto de partida y una base a la que cogerse, al igual que esta familia que espera el retorno de una hija y que por el medio se enquista en situaciones imperceptibles que lo cambian todo. Así es este texto de Caryl Churchill, una de las autoras británicas más importantes de la actualidad y también una de las grandes renovadoras del lenguaje teatral.

Enfrentarse a una obra de este tipo requiere cierta predisposición. No obviaremos que este es un teatro difícil, complejo, pero también hipnótico y alentador, sobre todo si te dejas llevar por la corriente de palabras y de ideas que brota continuamente, casi sin fin. Ideas que pueden resultar desesperantes, a veces desestabilizadoras, pero que provocan siempre un efecto en el espectador. ¿Y qué seria del teatro sin la provocación? ¿Dónde mejor que el escenario para jugar e investigar directamente con las mil y una oportunidades que nos da el lenguaje?

El montaje de Lucía del Greco ha surgido del Institut del Teatre, concretamente de una práctica de escenificación de tercer curso. Esta alumna de Dirección Escénica y Dramaturgia de la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) brilla con un trabajo riguroso y metódico, y promete muchas alegrías en un futuro próximo. La entrega de todo el reparto -con unos siempre efectivos Vanessa Segura y Albert Pérez– nos libra un espectáculo que funciona con la precisión de un reloj y que convence, tanto a expertos en teatro de vanguardia como a profanos.

Inicia, pausa, rebobina. Vuelve a empezar, explica, para, rebobina. Y así unas cuantas veces para mostrar la espera de una familia mientras la hija vuelve de su viaje a Australia. Durante estas idas y venidas se exponen miedos, deseos y, también, la oscuridad de alguno de los personajes.

Con un montaje arriesgado en la transición narrativa, tiene saltos hacia delante y atrás que a veces funcionan y otras no tanto. En algunos segmentos aporta un matiz, un añadido a la acción y al texto, pero en otros momentos se ve repetitivo e, incluso, pesado. En estos momentos, se espera que la trama avance un poco más, es como si la narración quedara encallada y rompe la atención del público. Este es el principal punto débil de esta producción que habla de temas muy interesantes por explorar.

La habilidad de los intérpretes para ir saltando de un punto al otro del texto y modificar diálogos que comparten en diferentes momentos gesticulación y puesta en escena es de admirar. Albert Pérez, Vanessa Segura y Alícia Puertas son los que aguantan escena toda la producción, sus cambios de estado emocional y la repetición de texto y modificación es un ejercicio muy difícil que se aprecia mucho durante toda la producción.

La escenografía y estructura sonora y de iluminación ayudan mucho a crear una ambientación adecuada, pero continúa fallando una estructura narrativa no muy bien medida. Si las idas y venidas hacia delante y atrás fueran disminuyendo progresivamente o fuesen repetitivas solo en los momentos más clave, entonces el texto y la espectadora aguantarían más y mejor estos saltos.

Con todo esto, la historia nos deja un hilo inconcluso que deja volar la imaginación en esta trama que, en algunos momentos divertidos, no deja de explicar un drama familiar con muchas aristas por descubrir.