Un sublime error es un espectáculo sobre la amistad, la felicidad y el duelo. Un proyecto artístico que dibuja sonrisas y nace de la confianza otorgada por treinta años de compartir conversaciones y proyectos entre Gonzalo Cunill y Jan Lauwers. En uno de esos momentos de confidencias, Cunill le preguntó a Lauwers si le apetecía escribirle un monólogo, un texto nuevo conectado con otros anteriores del director de la Needcompany. Lauwers, autor de títulos que han marcado el teatro contemporáneo como Isabella’s Room o The Lobster Shop, aceptó el encargo. En el proceso de relectura de sus primeros escritos, además de construir el perfil de tres personajes masculinos ligeramente estupefactos y solitarios, el creador belga descubrió que seguían siendo vigentes para una sociedad inmersa en un rápido proceso de cambio. Pero sobre todo se dio cuenta de que todos ellos contenían retazos autobiográficos. Un retrato como persona y artista que se vuelve aún más explícito e íntimo en este proyecto con Cunill. El actor como sujeto y también como medio para representar el conflicto de un creador tildado de frío, pero que en realidad solo busca ser amado.
Y no pretende ser la construcción de un alter ego. Estos tres hombres interpretados por Cunill, que representan a todos los que habitan el universo de Lauwers, son, a pesar de todo, la antítesis del director. Él los describe como «un hombre que está solo en el mundo. Solo sin estar solo. Se toma las cosas con calma, es reposado y tranquilo. Un hombre bien plantado, viril y antimachista, que se niega a ceder ante la agitación que todo ser humano alberga en su interior. Mi vida está impulsada por esta confusión. Es todo lo contrario a mí. Los opuestos se atraen.»
Nace de la amistad también porque Lauwers entiende su trabajo como un diálogo horizontal entre él mismo, las personas afines con las que colabora y los personajes que integran en su propia piel. Un teatro que se construye más que ningún otro en la sala de ensayos, ligado a las diversas personalidades que comparten este espacio creativo. Lauwers busca la individualidad extrema de los personajes nutriéndose de la amistad que le ofrecen. Los demás son siempre la fuente de inspiración. Una característica que se manifiesta especialmente en la personalidad actoral de Cunill. Un actor que alcanza sus mejores cotas interpretativas en aquellos proyectos donde existe una relación personal con la dirección —Lauwers lo describe como su musa—, que casi se construyen a medida. Quizás por eso, sus trabajos más destacados se han visto en obras como King, dirigida por Carlota Subirós, Who is me. Pasolini, dirigida por Àlex Rigola; o los proyectos compartidos con Juan Navarro.
Un ejercicio de reconocimiento íntimo a cuatro manos —en el que se confunden los retratos del director y el actor— sobre la memoria, la recuperación del pasado y la presencia en el mundo. También una posible confesión sobre la necesidad de contar con los demás. «Mi interés por todas las grandes historias», dice Lauwers, «va de la mano con la autoexploración y con mi amor a la humanidad. En toda su terquedad y a veces pura maldad, la humanidad es para mí lo único que realmente hace que la vida valga la pena. Necesito compañía. La amistad siempre ha sido una parte importante de eso. Y la amistad es imprudencia».
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