Cuando un productor teatral de aquí quiere comprar los derechos para montar un musical de Broadway a menudo dispone de un abanico de opciones con precio y características ya cerradas. Es, para entendernos, como el menú de noche de un restaurante: tienes el de 30€, el de 45€ y el de 60€, con unos platos ya definidos, y según lo que pagues la cena lucirá más o menos. Hay productores que pagan solo los derechos del texto y la partitura, hay que pagan también los derechos para copiar las coreografías, pero hay también que prescinden de algún número para que el “menú” sea más económico.
El espectador avezado, pues, una vez sentado en la butaca sabrá deducir fácilmente qué menú ha elegido el productor para ofrecerle. Y en el caso de A Chorus Line la sensación es que Antonio Banderas ha elegido la opción más cara y, por así decirlo, ha añadido propina al camarero. Ha querido quedar bien con todos nosotros. Es una decisión concienzudamente de quien no quiere que su nombre aparezca asociado a cualquier cosa. El actor lanzado ahora a la aventura de productor y director ha querido ofrecernos un clásico del musical americano con una calidad que, créanme, está por encima de la media.
En el Teatro Tívoli, de nuevo
No es la primera vez que A Chorus Line visita el Teatre Tívoli. Ya lo hizo en diciembre del 1984 –poco antes de que se estrenara la desangelada versión cinematográfica- en una producción que se vio forzada a hacer venir expresamente actores hispanos de Nueva York ante la imposibilidad de encontrar gente suficiente preparada para llevar a cabo las exigentes coreografías de Michael Bennett. Explica Antonio Banderas que fue esta producción, que vio posteriormente en el Teatro Monumental de Madrid, la que le descubrió uno de los espectáculos más fascinantes, desnudos y experimentales de la historia de Broadway.
Con A Chorus Line por primera vez un musical colocaba bajo el foco principal a los bailarines anónimos de Broadway, aquellos que temporada tras temporada saltan de un musical a otro en un constante ir y venir de castings y audiciones durante una corta carrera laboral. Eran los llamados “gypsies”. Y Banderas, dice, quedó atrapado por esta nueva manera de mostrar la realidad del mundo del espectáculo, alejada del optimismo de 42nd Street o Singing in the Rain. Así que cuando hace un año tuvo la ocasión de comprar y reformar el que ahora es lo Teatro Soho CaixaBank en Málaga (antiguo Teatro Alameda) quiso inaugurarlo con un espectáculo bajo su sello y enseguida tuvo claro cuál seria.
En la historia del género, A Chorus Line sigue la estela que habían marcado títulos como Company, Follies o incluso podríamos estirar del hilo del “musical concepto” hasta Cabaret, unos años más atrás. En los años setenta nombres como Stephen Sondheim, Harold Prince, Bob Fosse o, en el supuesto que nos ocupa, Michael Bennett, ofrecieron nuevos temas y formas para el género del musical. Sobre los escenarios de Broadway ya no se veían ni reyes ni princesas, ni cenicientas ni historias románticas con pegadizas melodías. La ciudad sucia, las aglomeraciones en el metro, los matrimonios que cenan en silencio… la realidad más inmediata irrumpió desnuda bajo las luces de las marquesinas.
En busca de aquello auténtico
En plena resaca del Watergate, el coreógrafo Michael Bennett quería algo auténtico con la que trabajar, un material verídico y sincero. Lo encontró en las historias personales de un grupo de bailarines que reunió en un loft de Manhattan para grabarlas a lo largo de varias sesiones. Las experiencias laborales, los recuerdos de infancia, los sueños por cumplir y las pesadillas todavía por superar. Todo grabado en unas cintas de audio. Más de treinta horas de conversaciones que sobre papel fueron tomando forma –y música- hasta que después de un par de talleres y unas cuántas previas acabaron convirtiéndose en 1975 en la nueva sensación de la temporada en el Off Broadway.
Noche tras noche el limitado aforo del Public Theatre -299 butacas- quedaba pequeño ante el alud de gente que quería ver en directo aquellos bailarines explicando en un casting lo que en buena medida eran fragmentos de su vida. Había nacido un éxito y gente como Liza Minelli o Diana Ross no se lo quisieron perder, aunque se tuvieran que sentar en las escalas de la platea infringiendo la normativa de seguridad.
El musical más experimental de Broadway
A Chorus Line se había convertido en la propuesta más experimental de Broadway. ¿Dónde estaba el argumento? ¿Dónde estaban los grandes decorados? ¿Dónde estaban las cuerdas en la orquesta? Ni argumento, ni escenografía ni ningún instrumento que evocara el sonido de los musicales clásicos. El compositor Marvin Hamlisch quería un sonido eminentemente contemporáneo e inédito. Solo la canción que ensayan los bailarines, el emblemático One, nos lleva de manera intencionada a los musicales clásicos de los años 30, marcando todavía más el contraste sonoro con el resto de la función.
Hamlisch acababa de ganar dos Oscars por The way we were (“Tal como éramos”) y The Sting (“El golpe”), y su amistad con Bennett lo llevó a componer una partitura al mismo ritmo que se creaba el texto y las coreografías. Nada de colocar un “hit” tras otro “hit” –como seguramente a él le hubiera gustado- aquí, en A Chorus Line, la música es ligera, con identidad y bastante flexible como para emerger entre las palabras de los bailarines.
Un musical de culto para el gran público
Como buen conocedor del showbussines, Michael Bennett no perdió la noción de que con A Chorus Line tenía también un negocio entre manos. De hecho, él sugirió poner una “A” ante “Chorus Line” en el título para así aparecer siempre en primer lugar en las carteleras de los diarios, ordenadas alfabéticamente. Y después del éxito en el Public Theatre había que hacer el salto a un teatro de grandes dimensiones para hacerlo rentable. Trasladar el musical al Shubert Theatre, con casi 1.400 butacas, fue como entrar en Broadway por la puerta grande.
Los Premios Tony de 1975 consolidaron A Chorus Line como el gran triunfador de aquella temporada en Broadway y la derrota de Chicago hizo todavía más evidente la batalla entre Bennet y Fosse, dos maneras diferentes de entender el baile pero igualmente revolucionarias. “Merece convertirse en un clásico”, decía la profética crítica del The New York Times la noche del estreno.
Ser uno de los pocos musicales en recibir el Pulitzer y los posteriores reconocimientos hicieron el resto. Bennet había creado un musical de culto para el gran público. Incluso desbancó a Grease, en 1985, como musical más longevo en Broadway con 3.398 funciones. Un total de quince años ininterrumpidos estuvo A Chorus Line en cartel rompiendo todos los récords posibles y así consta en una placa que todavía hoy se puede ver al vestíbulo del Shubert Theatre.
De Málaga en Barcelona
Ahora llega a Barcelona una producción de A Chorus Line original de Málaga, que se mimetiza con el original de Broadway de una manera genuina gracias a la decisión de Antonio Banderas de contar con la licencia más cara. Esto significa que parte del equipo original de Nueva York y responsable de las últimas reposiciones en Broadway y al West End se ha trasladado durante meses a la sala de ensayos para formar a la nueva compañía y marcar paso a paso todos y cada uno de los movimientos. La responsable de que esto haya estado así es Bayork Lee, bailarina de la producción de 1975 en el rol de Connie Wang y mano derecha de Bennet durante la creación del espectáculo.
Todo un lujo, el de trasladar a la actual compañía –y al propio Banderas- los recuerdos y conocimientos que Lee todavía conserva de aquellas órdenes que recibió de Bennett. Y el resultado no podía ser más satisfactorio para los quién amamos el género. Este A Chorus Line respira Broadway por todos lados, ofrece precisión técnica y emoción en su justa medida y sabe cautivar a través de todas las historias particulares de cada personaje.
No olvidamos que el gran reto de los intérpretes que veréis ahora en el Tívoli es mantener intacta aquella verdad documental que respiraba la primera producción al Public Theatre de Nueva York en 1975. Aun así y a pesar de la distancia, la experiencia vital de aquellos personajes tiene suficientes elementos en común con la vida real de nuestros bailarines como para que la verosimilitud acabe impregnándolo todo.
Al fin y al cabo, y en palabras del propio Bennett: “A Chorus Line va dedicado a todos aquellos que alguna vez han bailado en una línea de coro o han desfilado siguiendo el ritmo… a cualquier otro lugar”.
Por Christian Machio / @Christianmachio
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