Sharon Fridman presenta Caída Libre, un proyecto que incorpora veinte personas diferentes en cada ciudad donde viaja. Hemos ido a ver cómo ensayan en el Mercat de les Flors.
Sharon Fridman es un bailarín y coreógrafo de origen Isreal establecido en Madrid. Dirige la Compañía Sharon Fridman, y ha pasado por compañías como la Ido Tadmor Dance Company, Kibbutz Contemporany Dance Company, Vértigo o Mayumana. Este fin de semana presenta su nueva creación Caída Libre, una coproducción del Mercat de les Flors que ya ha recorrido varios teatros europeos.
Durante los días previos imparte un taller a 20 personas, en su mayoría jóvenes que, aunque no son bailarines profesionales, han querido participar en este espectáculo. «En Barcelona es dónde tengo el grupo con más bailarines, aunque ninguno es profesional. Hay personas muy diferentes, desde un chico que sólo hace 3 meses que baila, a una chica que ha venido desde Holanda expresamente para participar del proyecto«, explica.
¿Por qué un bailarín y coreógrafo consolidado, en gira constante por países de todo el mundo, decide complicarse la vida impartiendo talleres donde va e incorporar veinte personas de la ciudad a su espectáculo? «Hace tiempo que dedico mi vida a la creación, a la danza, todas las horas del día. Durante este camino me he ido cuestionando de qué manera puedo sentir que formo parte de lo que pasa fuera de mi cabeza, de lo que pasa en la ciudad, a la sociedad. Y sobre todo, cómo hacer que la danza sea más visible, que esté más presente en la sociedad y que se entienda su lenguaje. A diferencia de la palabra, que ya tiene un código y un significado, la lectura de la danza está abierta, es un lenguaje increíble. Te hace sentir, te hace pensar y reflexionar, pero no te dice qué, cómo ni cuándo. La pregunta que me hacía es, como se conecta todo esto con la sociedad? «.
Después de años de giras, de ir de una ciudad a otra sin parar, sin ninguna conexión con el lugar, explica, se plantó y se dijo: «así no puedo continuar«. «Ahora conozco a 20 personas de la ciudad, su cultura, sus limitaciones, puedo trabajar con ellos, amasar los mismos, ver cómo afecta su presencia y su cultura a la pieza. Puedo mezclarse más con la gente, con la vida, con el lugar. Paso más tiempo en cada ciudad y la pieza tiene más sentido. Económicamente quizás no, porque tengo que dedicar más tiempo, días en los que podría estar actuando a otro lugar, pero eso a mí me agota, necesito estar conectado«.
La vertiente social es un componente importante de la compañía. Fridman quiere que la pieza esté viva, que sea participativa y genere complicidad con el entorno. «Seguramente sin estas 20 personas, sólo con los 6 bailarines, el montaje sería más limpio, pero el público no tendría la misma identificación. Además, esto no está reñido con la calidad. Tenemos un proyecto, Rizoma, en el que participan 100 personas con el sueño de bailar que no son bailarines. Con ellos creamos una pieza que, al final, a nivel de calidad no tiene nada de diferente de cualquier compañía profesional. Esto quiere decir que con poco podemos hacer mucho, y que los mismos cuerpos pueden hacer cosas grandes que pueden afectar al otro».
Su manera de dirigir los participantes es cercana, incluso tierna, muy empática y sin exigencias. Más bien es un acompañamiento. Les muestra los pasos, movimientos, les explica por donde se moverán los bailarines, pero también deja espacio a que cada uno lo adapte a sus sensaciones, a cómo sienta su cuerpo en ese momento de la coreografía. «Los bailarines están acostumbrados a encontrarse en el escenario que los cuerpos a un lugar donde ellos no querrían, pero están muy preparados para dirigir y ayudar«, asegura. Hasta ahora han estado trabajando con el grupo el conocimiento corporal «para que se empapen de la calidad del movimiento». El miércoles, el tercer día de taller, han visto «el negativo de la obra», la parte que hacen los 6 bailarines, para ver «la otra fuerza y empezar a imaginar cómo se conecta todo». Ahora, les quedan un par de días para trabajar juntos y terminar de dar forma al espectáculo.
Igual como Rizoma, la coreografía se desarrollan paisajes humanos, escenografías vivas. «Creamos paisajes inspirados en formas naturales. Podríamos decir que las formas físicas de la composición recuerdan la naturaleza, que buscan un lugar donde existir sin jerarquías, con respeto y comprensión. La naturaleza es la inspiración para entender cómo avanza la sociedad». Fridman trabaja la naturaleza desde el contact, que implica una relación con el otro, con la materia y los elementos. «¿Por qué contact? Porque siempre debe ocurrir algo que te da estabilidad. La estabilidad permite evitar la caída. Cuando una persona cae, viene otra y la apoya. Nosotros desarrollamos el contact desde aquí, desde el apoyo al otro. Este es nuestro motor, la necesidad de salvar el cuerpo, la vertiente más social, más que de la técnica contact improvisation«.
Y con esta filosofía ya ha viajado por Marsella, Praga, Estrasburgo, Bruselas, Londres… «En cada lugar la pieza cambia. Ayer lo hablábamos con Maite Larrañeta, bailarina de la compañía, y me decía: a menudo veo que, aunque doy la misma pauta, cada grupo dibuja un dibujo diferente. Nosotros experimentamos como es estar todo el tiempo conectados y en Finlandia, por ejemplo, a la hora de desconectar alejan mucho y dejan mucha distancia entre los cuerpos, guardan mucho más el espacio privado del cada uno cuerpos y las distancias, no es tanto fácil tocar. Si hay una manera de coger más espacio, lo cogen. En cambio, aquí en Barcelona, es al revés. Hay más cercanía, más contacto, es más mediterráneo. La misma composición que en un lugar puede parecer muy abierta, en otro lugar parece muy cerrada. La personalidad de cada cultura afecta mucho a la obra, al color, porque uno ve una escena muy abierta y ancha, y en cambio otro puede verla muy estrecha. Como mira la gente lo que ocurre, con más frialdad o con menos frialdad, cambia la pieza».
Texto y fotografías: Mercè Rubià