¡Es una enorme noticia que Macbeth vuelva al Liceo! Y no lo digo sólo porque ésta sea mi ópera preferida de Giuseppe Verdi -con permiso de Rigoletto-, sino porque, gustos personales aparte, esta pieza representa el primer trabajo en el que Verdi toma un argumento de auténtico peso literario en el hora de proporcionar una ópera, además de romper ciertos esquemas musicales y dramáticos anteriores.
Vamos a palmos, sin embargo. Ante todo recordamos que esta tragedia de William Shakespeare narra como Macbeth, valiente guerrero escocés y servidor del rey Duncan, unas brujas le profetizan que él será el nuevo rey de Escocia y que su amigo y compañero Banquo -Banco en el ópera- será padre de reyes. La mujer de Macbeth -Lady Macbeth-, al saber de esta profecía, estimulará a su marido a matar al rey. Luego llegará el turno de asesinar también a Banquo ya su hijo, si bien éste último conseguirá huir. Una vez muerto Duncan y habiendo conseguido ya el trono, los Macbeth caerán en una espiral de violencia y terror a raíz del regicidio cometido que les llevará hacia un trágico final.
Macbeth es una tragedia oscura –una de las más oscuras de Shakespeare– en la que el matrimonio protagonista se adentra en los senderos más tenebrosos de la condición humana. A diferencia de lo que sucede en las tragedias griegas, las fuerzas del destino aquí aparecen sin mostrar una verdad dogmática, sino interpretable y moldeable a la voluntad del ser. El fat puede decir una “verdad”, como hacen las brujas en la obra, pero es la interpretación personal de las profecías o de los símbolos que emanan lo que marcará el fatal destino de los protagonistas. La perdición del héroe trágico, por tanto, no tendrá una razón externa, sino que procederá de la misma corrupción moral del individuo.
Giuseppe Verdi, gran admirador de William Shakespeare, adaptará este texto -el primero de las tres obras shakespearianas de su corpus operístico, las otras dos son Otel·lo y Falstaff– y, como buen romántico, maniqueizará y patetizará el nihilismo que el obra exuda. Y lo hará a través de una música impactante que se adecuará a las pasiones, odios y temores de los personajes, una música que, como he apuntado al inicio, marcará el principio del fin de la era del bel canto, ese estilo operístico en el que la belleza melódica prevalecía por encima de las historias relatadas. A partir de Macbeth, la música podrá ser oscura, incluso tenebrosa, si la acción del personaje o de lo que sucede en escena lo requiere.
La orquestación es dura -tal y como se puede observar desde el inicio con la bella y perturbadora apertura-, en muchos momentos impregnada de una profunda oscuridad y acompañada de unas esforzadas y no siempre agradables voces: un barítono y un bajo para los dos protagonistas masculinos (Macbeth y Banco, respectivamente) y el de una soprano dramática o spinto de registro amplio (lo que se conoce como “soprano verdiana”) en el papel de Lady Macbeth. Malcolm y Macduff, personajes secundarios, serán sus tenores. La ópera está llena de escenas, arias, dúos e intervenciones corales memorables: la mencionada apertura, el inquietante corazón de las brujas, el intenso dueto Macbeth-Banquo (Due Vaticini), el espectacular final del primer acto – momento en el que se descubre el asesinato de Duncan-, las dos grandes arias de Lady Macbeth en las que se demuestra su ambición, fuerza y determinación (Vieni te affretta y La luce langue); la breve pero intensa aria de Banco antes de ser asesinado (Come dal ciel precipita), la escena del brindis y de los fantasmas (Si colme il calice di vino eletto), sin duda el mejor momento del drama; la patética Ah, la paterna mando, de Macduff, el aria más célebre de la ópera, y la triste pero maravillosa aria final de Macbeth, Pieta, respetto, amore. En definitiva, una combinación de orquesta, corazón y voces de lo más variada y sublime para acompañar un texto tan turbio como exquisito.
Y si texto y música ya obligan a disfrutar de esta ópera, el hecho de que el Liceu presente un montaje nuevo, de creación propia, de la mano de un artista tan polifacético e interesante como Jaume Plensa, el atractivo de la propuesta se multiplica. No miento si digo que este montaje es el que más expectación me generaba al empezar la temporada, junto con el maravilloso Il Trittico, del que ya disfrutamos antes de finalizar el año, y de L’incoronazione di Poppea, versión de Calixto Bieito, que veremos en julio. Y es que, además de la sorprendente propuesta escénica de Plensa, hay que añadir una dirección musical de altura, ya que es el propio director musical del Liceu, el maestro Josep Pons, quien dirigirá su orquesta; por otra parte, el cuadro vocal no se queda atrás en cuanto a calidad: Luca Salsi encarnará el rol de Macbeth (¡qué lástima, la baja de Carlos Álvarez!) acompañando a la admirada Sandra Radvanosky/Lady Macbeth (que repite dos óperas consecutivas en el Liceu, ya que ella también hizo de Tosca hace unas semanas); Radvanovsky alternará rol protagonista con la fantástica mezzosoprano Ekaterina Semenchuk. Como Banco también tendremos la alternancia de dos sobresalientes bajo-barítonos: el uruguayo Erwin Schrott y el menorquín Simón Orfila. El buen tenor ligero canario Celso Albelo alternará con Francesco Pio Galasso al personaje de Macduff.
En definitiva, una combinación de drama, música y voz que hará las delicias de los amantes habituales de la ópera y, me atrevo a decir, también de los que no lo son.
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