¿Qué es el pecado? ¿Cuántos hay? Al Àtic 22 ofrecen ocho monólogos con ocho modos diferentes de transgredir la moral. Hasta el 28 de septiembre.
En la última edición del Obrador Internacional de la Sala Beckett, en julio pasado, el dramaturgo norteamericano Neil LaBute y el británico Mike Attenborugh impartieron un curso de dramaturgia actoral a ocho actores y dramaturgos. De este curso salió (Sin)Pecat, un espectáculo con ocho monólogos en torno al mismo tema, el pecado. Ahora, tras el estreno en la Nau Ivanow, lo llevan al Ático 22, donde estarán hasta el 28 de septiembre.
Llego un rato antes. Es el primer día, el reestreno, hace casi dos meses que no se encuentran y algunos actores, por motivos laborales, han tenido que sustituirse. Están ensayando y ultimando todos los detalles. A pesar de los nervios y la cuenta atrás, aprovecho para hablar con ellos. La gran mayoría se apuntaron al curso para poder trabajar con Neil LaBute, que luego, además, apareciera Mike Attenborough para hacer la dirección actoral, ya fue prácticamente el máximo que podrían pedir. Me cuentan que el curso duró una semana y que, después de algunos ejercicios de escritura para trabajar el monólogo y aprender a hacerlo claro y conciso, los dramaturgos ya se pusieron a trabajar en torno al tema elegido. En ese momento todavía no sabían qué actor o actriz les tocaría, pero sí si sería hombre o mujer. Una vez escrito, los actores se lo tuvieron que preparar en dos días. Dos días, sin embargo, que a diferencia de muchos otros casos, tenían el dramaturgo junto y pudieron trabajar, preguntar, e incluso sugerir o cambiar algunas cosas. Un trabajo muy intenso y extremadamente limitado en el tiempo que, para algunos, tiene la parte positiva de no permitir de darle vueltas y más vueltas, «que a menudo es contraproducente«.
Se abren puertas y la gente empieza a entrar, poco a poco. No sé si son espectadores habituales del Àtic 22, pero sospecho que, al menos para algunos, es la primera vez. El Àtic 22 es el espacio que el Teatro Tantarantana abrió para exhibir nuevas propuestas de creación. Está en el mismo edificio, pero se entra por otra puerta que te conduce, tras varias escalas, a una especie de piso con una sala rectangular oscura, sin escenario, ni cortinas ni sillas fijas. Un espacio completamente desnudo donde los actores se enfrentan a los espectadores a una distancia bien corta.
El primer monólogo lo interpreta Ruth Llopis. Es Aniversari, de Bibiana Goday. Un texto ácido de una hija que, ante la constante actividad sexual de la madre en la habitación de al lado, emprende una particular venganza que arranca los primeros risas del público. Roger Ribó, con un registro diferente, logra captar completamente la atención con un personaje obessiu y fanático que asegura: «no soy ningún asesino, te amo«. Es un texto de Patty Santos, El número diví, que da paso a una mujer altiva y soberbia (La certeza implícita de la duda, de Juan Gómez, con Adriana Feito), que asegura que le encanta que la engañen y que con sus pechos de 6.000 euros, «a tocateja», se pone el público en el bolsillo. Provocando algún sobresalto al público, aparece Borja Espinosa (Praying Mantis, de Sandra Bravo), un chulo piscinas que mira fijamente el público y asegura que folla, folla mucho. Tanto, que incluso ha tenido un equipo de fútbol follando en su cama. Y de la acción, el pensamiento. De la oscuridad aparece una mujer que quiere empezar a pecar (Montse Rodríguez), y es que «esto de estar buenorra y no poder pecar» se hace muy difícil. El público sigue riendo con este Com Déu Mana, de Víctor Borrás, que da paso al monólogo del profesor LaBute. Lo interpreta Marta Bayarri, que había hecho un curso anteriormente con el dramaturgo y que encarna una mujer con envidia permanente hacia la hermana perfecta que se pasea e incluso toca el público. Los dos últimos textos ya no harán reír, sino más bien estremecerse. A Eras tan bonito, escrito por Daniel J. Meyer, Maite Ballesteros aparece con un bebé en brazos, un bebé que no quería… Y finalmente, Mi niña tonta, de la guionista Ana Maroto, interpretado por Oriol Ruiz, donde vemos un pederasta que intenta acercarse a una niña con disminución psíquica. Ante mí una mujer se tapa la cara. He visto que durante este último monólogo padecía. De hecho, me hacía sufrir a mí y todo de verla. Pero cuando termina, aplaude con entusiasmo y le dice a su acompañante: «Es brutal, mejor que el teatro. Que actúen en el teatro y en disfrutamos aún más«.
Seguramente, por la idiosincrasia de la sala, algunos tienen la sensación de que no han sido el teatro. Se ha hecho corto, muy corto. Seguramente este ha sido el único pecado de un espectáculo con unos actores que, en los sólo cinco minutos de cada texto, han dibujado unos personajes desgarradores que llegan directamente, uno tras otro, sin tiempo de asumirlos ni juzgar -los. Como tampoco lo hacen los actores. Es más, Oriol Ruiz me asegura que «es interesante interpretar estos personajes más tétricos y atrevidos, que rascan las cosas más escabrosas«. «Hay momentos que no es cómodo, pero una vez estás allí dentro no hay juicio«.
Texto y fotografías: Mercè Rubià