La actriz y directora Antonia San Juan, con más de treinta años de carrera a sus espaldas, vuelve a los escenarios catalanes con Mi lucha, su cuarto espectáculo unipersonal. Deslenguada, seductora, emocional y brutalmente auténtica, esta artista de una fuerza escénica descomunal demuestra también ser una mujer combativa, de ideas claras y con una mente muy bien amueblada.
Teatre Barcelona: ¿A qué lucha se refiere el título del espectáculo?
Antonia San Juan: Mi lucha es por la supervivencia ante tanta estupidez. Vivimos en un momento en el que la cultura está tan denostada que hasta el presidente del gobierno se atreva a decir, públicamente, que el cine ni lo ve, ni le interesa… ¡Su cine, el de su país, que es su imagen! Mi lucha es un intento por encontrar una tabla de salvación a través de la cultura para poder subsistir en este mar negro de oscuridad, en el que la lectura y el pensamiento son despreciados. Ha habido un retroceso total hacia la religión, la superstición, las energías y un pensamiento animista, mágico… Parece que, de pronto, nos hayamos saltado el siglo XX.
T.B.: ¿Crees que, después de tantas decepciones, nos hemos cansado de luchar?
A.S.J.: Yo no veo ese cansancio. Yo lo que veo es abandono. Cansancio de luchar sería si hubiese habido lucha. Pero, en mi opinión, no se ha luchado. No ha habido lucha alguna. De todas maneras, por aprender, formarse o cultivarse no creo que nadie tenga que abandonar. No estamos levantando piedras. Estamos aprendiendo y adquiriendo conocimiento. El que diga que está harto de eso, me parece ridículo. Se puede estar harto de trabajar en una cantera pero no del pensamiento. La verdadera lucha debería ser por salir de la estupidez pero mi lectura es que la gente no quiere enterarse de nada. Es como el que dice que no quiere ir al médico y no quiere hacerse analíticas. Allá él.
T.B.: Para algunas personas, la ignorancia resulta un lugar más cómodo…
A.S.J.: Pero no es más cómodo. Es más peligroso. El que no quiere saber corre peligro. Esa gente son unos inconscientes. Tienen las herramientas pero no las quieren utilizar.
T.B.: ¿Por qué crees que no las utilizan? ¿Tienen miedo?
A.S.J.: No, tienen desidia. Sencillamente, no les apetece. Hay un desprecio total al que sabe más. Al que sabe, se le considera un prepotente, un enterado, un listo, uno que viene dando lecciones de vida… Si yo soy un ignorante y veo que tú, que también eres un ignorante, consigues que la sociedad te coloque en buen lugar, voy a pensar lo mismo que dice todo el mundo: “Aunque no hayas estudiado ni nada, puedes ser famoso, puedes estar ahí y te van a pagar”.
T.B.: ¿Crees que eso es culpa de la televisión?
A.S.J.: La televisión tiene responsabilidad. Todos los medios de comunicación. El conocimiento está denostado. La ignorancia, ahora, se considera un signo de autenticidad. Cuanto más ignorante eres, más auténtico te consideran. Ya ves tú, a estas alturas de la película, hablar de autenticidad…
T.B.: Mi lucha es tu cuarto espectáculo unipersonal, ¿qué te aporta este formato? ¿Es una cuestión de gusto o de necesidad?
A.S.J.: Es una mezcla de las dos cosas. Por un lado, es una necesidad. Lo hago para poder trabajar pero… también es una necesidad artística porque me permite decir todo lo que quiero sin que haya una censura de un director o de un autor. Es la máxima libertad. Y es mi manera de sobrevivir. Si no existiera esto, estaría entre el 95% de actores que están en paro muriéndose de hambre. Gracias a esto, puedo comer, puedo pagar mi hipoteca y puedo vivir. Y sobrevivo, claro. Lo otro es esperar a que te llamen. Y yo, de fuera, no tengo nada. Todo lo genero yo.
T.B.: De todas las ideas y posibles textos, ¿cómo decides lo que se queda en el show y lo que no?
A.S.J.: Lo que hago, normalmente, es memorizar. Memorizo muchas cosas, muchos textos de muchos lugares. Y cuando llega el momento de empezar a preparar un nuevo espectáculo, ya tengo las mejores propuestas en mente. Al final, de esas 20 o 25 opciones, entre canciones que he aprendido, textos que he memorizado o poemas, hago una criba y selecciono lo mejor. Algunas las logro engarzar, mientras que otras se quedan fuera. Memorizo sonetos de Góngora, algo de Lorca o Quevedo o de quien sea pero, además, tengo ideas propias que desarrollo y escribo. Todo el tiempo se me ocurren cosas.
T.B.: ¿Qué fue lo último que se te ha ocurrido?
A.S.J.: Por ejemplo, hoy se me ocurrió una idea comiendo: una mujer que reflexiona sobre el suicidio de su marido. Habla de cómo su marido se había suicidado y se pregunta qué es lo que podría haber pasado por su cabeza para quitarse la vida. Y de la sensación que tiene ella de que su vida juntos hubiera sido tan aburrida y desidiosa que, al final, la hubiera abandonado, por lo que, en realidad, ahora ni siquiera estaría junto a él.
T.B.: ¿Y qué haces con las ideas que se te van ocurriendo?
A.S.J.: Me las guardo para un futuro espectáculo. Aun así, Mi lucha estaba concebido para durar una hora y veinte y ya estamos en dos horas y veinte. Ha crecido mucho. Van apareciendo pequeñas cosas porque voy leyendo, veo algo en televisión, temas que me van tocando o lo que el mismo texto me va pidiendo. Con todo eso, ha aumentado una hora. El resto, me lo reservo para el próximo show que se llamará Renacimiento. Aunque todavía pasarán unos años hasta que lo estrene.
T.B.: En Mi lucha empiezas nombrando a todos aquellos para quienes no actúas: toda una declaración de intenciones ¿Por qué sentiste la necesidad de comenzar de esta manera?
A.S.J.: La necesidad viene de lo que digo. Exactamente, de lo que me producen esas personas que nombro. Por ejemplo, el que presume de que nunca ha leído un libro. Se cree que tiene todo el conocimiento y desprecia a los autores. Se cree que en el seno familiar se aprende todo y eso es mentira. Los que te dicen: “la experiencia de la vida”. ¿Alguien dedica años de su vida a preparar una novela o un ensayo para que tú tengas el privilegio de poderlo leer y lo desprecias? Es ese narcisismo el que provoca la ignorancia. Porque la ignorancia es atrevida. El ignorante se cree que lo sabe todo. O, por ejemplo, el que lee en la prensa solo los titulares. O la mujer que no trabaja y pretende que un hombre la mantenga. En el siglo XXI, que una mujer siga pretendiendo eso es vergonzoso. O el joven que no trabaja y habla de libertad y esclaviza a los padres. Si crees en la libertad, la libertad te la da el dinero. No pongas a tus padres a trabajar para que tú puedas tener todos los caprichos que quieras tener.
T.B.: Sí, ese comienzo incluye a muchos tipos de personas…
A.S.J.: Después digo que no actúo para el hombre que pega a su mujer pero tampoco para la mujer que se deja pegar. Actúo para la mujer que se va del lugar donde le pegan y le agreden. Por tener el valor de decir: “no, yo me voy de aquí. Yo no me someto. Tú no eres mi amo”. En fin, lo que quiero decir es cada una de las partes de esta declaración de intenciones tiene, en realidad, su propia explicación por separado.
T.B.: En el espectáculo, como suele ser tu estilo habitual, pasas del drama a la comedia y viceversa. ¿Cómo logras ese equilibrio tan bien medido?
A.S.J.: Es totalmente instintivo. La mayoría de los textos, después de la risa, me llevan a la reflexión. Y, a veces, la reflexión me lleva a un drama vital. Como la prostituta que empieza describiendo cuánto cobra por cada cosa que hace y después termina explicando cómo se metió en la prostitución. Ahí sale la tristeza y el dolor…
T.B.: ¿Hay algún personaje al que le tengas un cariño especial?
A.S.J.: A todos los personajes les tengo un cariño especial porque los he elegido. Cuando he tenido delante cuarenta propuestas, he optado por estos trece y lo he hecho porque, en ese momento, me han parecido bien. Digamos que ya han pasado el casting de textos… y, por eso, les quiero.
T.B.: ¿Por qué siempre son trece? ¿Es una superstición?
A.S.J.: En cierta manera, aunque yo diga que no soy supersticiosa, hay algo de supersticioso en eso. El número trece estuvo muy presente durante el gran cambio de mi carrera. Todo sobre mi madre fue la película número trece de Almodóvar. Yo vivía, entonces, en el número trece de una calle. Pedro tenía 49 años, cuyas cifras suman también trece. El teléfono de mi pareja acababa en trece. Durante el estreno en Barcelona, mi habitación del hotel era la número trece. ¡Veía el trece por todos lados! A partir de esas casualidades, se acabó volviendo como un guiño que me gusta hacer a esa historia que cambió mi vida.
T.B.: A parte de Mi lucha, ¿qué otros proyectos tienes que nos puedas contar?
A.S.J.: Tengo proyectos fuera. Tres propuestas de cine. Una en Italia, otra en Colombia y en Brasil. En España, tengo alguna cosa pero, sobre todo, estoy intentando poner en pie mi tercera película como directora. Seguir con el espectáculo y seguir escribiendo y estudiando.
A.S.J.: ¿Estás de acuerdo con la protesta de muchas actrices, tanto de Hollywood como españolas, sobre la falta de personajes femeninos en el cine?
A.S.J.: En ese aspecto, yo no puedo hablar de mí. Yo nunca he tenido crisis ni la he dejado de tener. Yo digo que he sido una diáspora en la televisión y en el cine. Apoyo el cine español porque es el cine de mi país, pero no porque el cine español me apoye a mí. Lo defiendo porque es parte del lugar en el que he nacido pero no porque sienta que pertenezco al cine español ni que ellos cuenten conmigo.
Texto: Iván F. Mula