'La clemenza di Tito': quizás la mejor ópera mozartiana

Redacció

Por Jordi Vilaró / @jordivilaro70

Wolfgang Amadeus Mozart compuso esta ópera en 1791 (dos meses antes de morir), pero las bondades del emperador romano Tito Vespasiano ya habían sido musicadas anteriormente gracias a la popularidad del libreto que escribió Pietro Metastasio, uno de los libretistas más famosos del siglo XVIII. Después de la renuncia de Antonio Salieri y de Domenico Cimarosa a componer una ópera que formara parte de las celebraciones por la entronización del emperador Leopoldo II, este encargo recayó sobre Mozart, el cual lo aceptó a pesar de encontrarse en un momento convulso de su vida: problemas económicos, una salud malograda, dificultades para acabar La flauta mágica y un encargo reciente de crear una misa de Réquiem.

Mozart tuvo que volver a componer una opera seria (ópera sobre un tema de mucha dignidad, basada en temas históricos o mitológicos), un género que él ya había dejado atrás desde Idomeneo, re de Creta, a favor del drama giocoso de la trilogía dapontiana (La nozze di Figaro, Don Giovanni, Così hacen tutte). A causa de las dificultades mencionadas y de la celeridad del encargo, Mozart pidió a su discípulo Franz Süssmayr que compusiera los “recitativos secos” (aquella parte hablada con música de clavecín de fondo, propia de las óperas de los siglos XVII y XVIII) mientras que él compondría la música (orquestal y coral), las arias y las escenas colectivas. ¡Mozart acabó la ópera en tres semanas!

Desterrada durante mucho de tiempo como una obra “de más”, “poco interesante y apresurada”, o como la misma emperatriz diría después de presenciar el estreno, “una pòrcheria tedesca” (una porquería alemana), su popularidad se desvanecería del todo después de 1830 y no volvería a representarse hasta muy entrada la segunda mitad de siglo XX. Aun así, a pesar de lo que los detractores pudieran decir, esta ópera tiene un interés dramático y musical absolutamente extraordinarios.

Un argumento no especialmente complejo

El argumento no es especialmente complejo. Vitellia, hija de un emperador destronado por el padre de quien ahora ocupa el trono, Tito Vespasiano, se siente humillada por no poder ocupar el lugar que le corresponde, y todavía más después de ver cómo el emperador elige Berenice, hija del rey de Judea (¡una extranjera!), para casarse. La despitada Vitellia pide a Sesto, amigo de Tito, pero profundamente enamorado de ella, que mate al emperador, puesto que si lo hace accederá a casarse con él. Sesto, con el coro dividido entre el afecto por Tito y la pasión que siente por su amada, accede finalmente a atentar contra su amigo (aceptación que Sesto nos transmite por medio de una de las arias más bellas de la historia de la ópera: Parto, parto, ma tu ben mio).

Cuando Tito, sin embargo, renuncia a Berenice y posteriormente a Servilia -hermana de Sesto, que está enamorada de Annio- para finalmente casarse con Vitellia, esta quiere parar el atentado, pero ya es demasiado tarde y el capitolio se quema por obra de Sesto. Este es arrestado y confiesa toda la culpa para encubrir Vitellia. Muy a pesar de los sentimientos que siente por su amigo, Tito, como emperador, se ve obligado a condenar a muerte Sesto por haber traicionado el pueblo de Roma. Vitellia, en saber del acto de generosidad de Sesto hacia ella al encubrirla, confiesa su culpabilidad al emperador y Tito, en vez de condenarla, se muestra comprensivo y la perdona, a la vez que acaba facilitando la boda con Sesto. Al final todo el mundo loa la magnanimidad y la clemencia del emperador romano.

A diferencia del que sucede en las óperas anteriores de Mozart, La clemenza di Tito muestra un notable desarrollo psicológico de los personajes protagonistas. Sus dolorosos dilemas y sentimientos contrapuestos les hace interactuar y, al fin, les acaba transformando: Vitellia odia a Tito, pero a la vez quiere el trono y cuando ve el sacrificio de Sesto por ella decide desterrar su ambición para salvarlo; Sesto, que aprecia a Vitellia, se ve obligado a atentar contra su amigo, y Tito se debate entre el amor que siente por su amigo y el deber que tiene como emperador de castigarlo por el intento de regicidio. La fidelidad amorosa de Sesto, la generosidad final de Vitellia y, sobre todo, la clemencia del emperador dirigirá a los protagonistas a la felicidad, al reencuentro del equilibrio perdido por las pasiones (espíritu clásico en estado puro).

Y es justamente en este punto que la dimensión ética de la obra rebasará el simple paralelismo alegórico entre Tito Vespasiano y el nuevo emperador austríaco, Leopoldo II, como buena parte de la crítica siempre ha postulado (y todavía postula). La generosidad de un monarca que se sacrifica por el pueblo y que a la vez hace mejores a quienes lo rodean, no tiene tanto que ver con la imagen del nuevo emperador, sino más bien con el ideal de bondad que emana de la masonería. La humanidad y bonhomia de Tito, el equilibrio entre la justicia y la clemencia que demostrará a lo largo de la obra -que significativa que es en este sentido su maravillosa aria Del più sublime soglio!- lo acerca al personaje de Sarastro (La flauta mágica), modelo de conducta masónica por excelencia, más que no al nuevo monarca Leopoldo II.

A todo este entramado psicológico hay que añadir además una música que refleja espléndidamente la complejidad de los conflictos expuestos: desde la festiva apertura que tan bien transmite la esencia musical y dramática de la historia (los primeros acordes, por cierto, son idénticos a los de la apertura de Thamos, König in Ägypten, una protoópera que Mozart compuso ocho años antes de Idomeneo, su primer gran éxito operístico) hasta el insólito dramatismo del final del primer acto, cuando un Sesto del todo turbado por lo que acaba de hacer presencia el incendio del capitolio mientras un coro de trasfondo manifiesta su indignación.

Todo ello pasando por arias tan extraordinarias como las mencionadas Parto, parto, ma tu ben mio, Del più sublime soglio o el celestial dúo Ah, perdona al primo affeto, que recuerda por delicadeza y belleza la célebre Canzonetta sull’ aria de La nozze di Figaro.

El equipo artístico de este montaje

El montaje que se podrá ver en el Liceu se estrenó en 2011 y lo dirige David McVicar, garante de imaginación, solvencia y servicio en el texto (no al revés, como acostumbra a suceder con los “regietheater”). Y si hablamos de solvencia y prestigio en la dirección escénica, la musical no queda atrás, puesto que la exdirector de la ópera Nacional de Washington, Philippe Auguin será el encargado en esta ocasión de dirigir la orquesta del Liceu. Curiosamente, dos sopranos que compartieron escena en el Liceu interpretando los roles de Donna Anna y Donna Elvira respectivamente en el Don Giovanni de hace tres años, ahora se alternarán en el papel de Vitellia: la griega Myrtò Papatanasiu y la americana de origen vasco Vanessa Goikoetxea.

La mezzosoprano francesa Stéphanie De Oustrac es uno de los atractivos vocales del montaje, puesto que además de una gran cantante es una excelente intérprete que promete ofrecer un Sesto de lo más interesante. A su lado, el atractivo tenor italiano Paolo Fanale será Tito y la exquisita belcantista Lidia Vinyes-Curtis hará de Annio. Y un último apunte en cuanto al apartado vocal: la Servillia del segundo casto irá a cargo de la siempre brillante Sara Blanch.

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