Este abril, y hasta el 22 de mayo, Jordi Prat i Coll vuelve a la Sala Grande del Teatro Nacional de Catalunya con una versión libre de Els criminals, basada en el texto original escrito por Ferdinand Bruckner, durante el período de entreguerras.
La pieza parte de la historia de un grupo de vecinos que han cometido una serie de delitos que pondrán al descubierto los errores de la justicia y cuestionarán los límites de las administraciones con uso y abuso de poder. «Esta obra nos permite interpelarnos sobre qué grado de criminalidad estamos dispuestos a asumir, sobre qué entendemos por justo y qué no, sobre cómo nos desamos en lo frívolo», explica Prat i Coll, quien también asume su dirección : «Es una obra necesaria y que hace resonar algunos momentos de nuestra historia más reciente, del siglo XX».
En escena se dejarán ver un reparto formado por doce intérpretes entre los que destacan nombres como Joan Carreras, Cristina Plazas, María Rodríguez Soto, Lluís Soler o Kathy Sey. Según el director: «Todos los personajes tienen momentos para brillar», y añade: «Cuesta encontrar una obra de este tipo que permita al público crear empatía con los personajes, sobre todo cuando éstos deben enfrentarse a la justicia».
«La idea de Bruckner es que todo el mundo puede ser criminal si se dan ciertas circunstancias», comenta Prat y Coll. Pese a tener un mensaje duro, a Els criminals también habrá momentos para el humor, el entretenimiento y algún número musical, junto al piano Jordi Cornudella, el saxofón de Jordi Santanach y el contrabajo Dick Them. «El público se reirá, pero a pesar de los momentos cómicos, el mensaje es terrible y muy poco esperanzador. Hay que hablar alto y claro, y aquí las medias tintas no funcionan».
Sonará La canción violeta de Mischa Spoliansky, considerada el primer himno gay de la historia, el escenario se convertirá en un cabaret con aires berlineses. Els criminals se sitúa en una época ubicada después de la Primera Guerra Mundial, la llamada la República de Weimar, un momento de mucha libertad, pero todavía con ciertas limitaciones. «Que exista una ley, no hace que ésta funcione, al igual que con la justicia o la democracia», recuerda Prat y Coll.
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