'Giselle' de Akram Khan: canon en permanente revisión

El English National Ballet dirigido por Tamara Rojo, llega al Gran Teatre del Liceu con una tenebrosa versión del clásico

Jordi Sora

El ballet parece encontrar su punto: se actualiza. Probablemente con menor intensidad, ni la velocidad deseable, pero aquí y allá van saliendo voces que no quieren cuestionar la técnica que representa. Es más bien sobre los roles de género; la dramaturgia decimonónica; y la puesta en escena, a menudo poco o mal renovadas. El tema no es menor, sobre todo si la danza clásica desea ganar aproximación con el público amante del movimiento contemporáneo. La llegada de Giselle del English National Ballet (ENB) al Gran Teatre del Liceu puede ser una gran oportunidad para los aficionados de una y otra tradición.

Hacía falta una voz fuerte como la de Akram Khan para esta operación. Una coreografía que traspasara los límites impuestos por una historia de amor romántico bien conocida. Y al mismo tiempo muy discutible: la chica, cuyo final está ligado al destino de su deseado. Hacía falta una mirada que redimiera toda esa debilidad y la empoderara como acto de valentía. Una denuncia que se encarara hacia otro aspecto. El de las desigualdades de clase, donde las desdichadas campesinas de la historia acaban encontrando su espacio liberado.

No es que la coreografía original de Giselle no haya sido repensada en otras ocasiones. Es una pieza estrenada en 1841 en París con las pautas iniciales de Jules Perrot y Jean Coralli. Quizás la versión más conocida y representada la firmaría Marius Petipa cuarenta y tres años más tarde, en San Petersburgo. Y con ella, su transformación de ballet romántico hacia una de las piezas claves de los grandes ballets rusos. Cambios y transformaciones sobre un mismo tema, que como si se tratara de un hilo de continuidad, se recoge aquí por el coreógrafo inglés de origen bengalí. Y lo hace a partir de la versión que en 1971 hizo Mary Skeaping, precisamente para la ENB y que es cómo han representado hasta ahora la pieza, donde ha sobresalido últimamente al bailarín mexicano Isaac Hernández. Con Jeffrey Cirio y Tamara Rojo, la responsable de esta apuesta en su etapa de directora artística de la compañía, protagonizarán una sesión única el próximo sábado 7 de mayo a las 17 horas, de entre las cinco programadas por el teatro de la Rambla.

Son varias las capas superpuestas, por tanto, las que se podrán disfrutar. Por una parte, la que permitirá ver su evolución. Una consideración más bien historicista, pero que nos sirve para confirmar que la tradición no es inmutable, sino todo lo contrario: se pone en conexión con la modernidad de cada tiempo. Precisamente lo que propone Akram Khan cuando mezcla danza kathak, ceremonias cortesanas, bailes folclóricos, y unos movimientos de animales y humanos que recuerdan a los fenómenos migratorios.

Añadir, reinterpretar, cambiar cosas, una práctica que no es ajena al mundo del ballet. Pensemos, por ejemplo, que la famosa variación de Giselle del primer acto no es original de la primera coreografía histórica. Lo que demuestra que lo mejor que podemos hacer con la danza clásica es ponerla en contacto con muchas cosas, y abrir las puertas a otros intereses y aficionados. De esta suma, pueden salir pequeñas joyas como la de estos días en el Liceu.

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