Todo lo que es interesante para Lloyd Newson y los DV8 Physical Theatre acaba siendo polémico. Les gusta llevar al escenario, dicen, «de lo que nadie quiere hablar»: aborto, abusos sexuales, matrimonio homosexual o el islam. Su última obra, John, es una historia extraordinaria sobre delincuencia, drogadicción y lucha por la supervivencia.
Como ya habían hecho anteriormente, los DV8, encabezados por su director artístico, Lloyd Newson, se entrevistaron con más de 50 hombres para preparar su espectáculo. Si antes habían sido espectáculos más sociológicos, como Can we talk about this (2011) que hablaba sobre el islam, ahora querían hablar de intimidad, del amor y el sexo. De estas entrevistas salió John, un hombre con una historia «extraordinaria» sobre delincuencia, drogadicción y lucha por la supervivencia, con una infancia marcada por la violencia y los abusos sexuales de su padre a las mujeres de la familia. John les explicó como a los 10 años terminó a los servicios sociales, su experiencia con ocho mujeres, las ocho mujeres más importantes de su vida o como ha sido 20 años sin ver a su hijo. «Es un personaje muy intrigante» reconoce Newson, que explica que John «ha visto el espectáculo cinco veces y que la primera vez, sólo terminar, salió corriendo». «La gente de su alrededor lo vio sollozar un par de veces», dice, «ya mí me satisface que al menos no le parezca una mierda o deje indiferente». Para el director, sin embargo, la cuestión que plantea el espectáculo es si alguien que ha tenido una vida complicada como la suya, puede darle la vuelta. «Freud seguramente diría que es muy difícil», comenta, pero es cierto que John ha pasado por transformaciones muy grandes.
El espectáculo, que trabaja constantemente con el texto y la danza, se desarrolla sobre una plataforma giratoria en la que van pasando todas las escenas y que, según Francesc Casadesús, el director del Mercat de les Flors, «le da toda otra dinámica a la pieza». El hecho diferencial del espectáculo, sin embargo, es la presencia constante de la palabra. «No hay ningún país del mundo que haya cambiado palabra por movimiento», sentencia Newson, que reconoce que después de 21 años haciendo coreografías de danza se dio cuenta «que la gente básicamente habla» y que es hablando «que podemos ir más allá» porque «el movimiento no puede aportar toda la complejidad del ser humano».
SI LA VIDA NO ES AZUCARADA, LA DANZA TAMPOCO DEBE SERLO
Newson es un director obsesionado en la búsqueda de lo nuevo, al trabajar cada pedacito de espectáculo para no repetirse nunca. «Si huelo que algo ya lo he hecho, la saco. No soy una persona que se sienta satisfecha fácilmente», dice. Y es que él, lo que busca es «el significado profundo», no sólo la belleza estética sin rascar más allá. «Sé lo que quiere la clase media que viene a ver la danza, lo quiere todo bien azucarado, con mucha adrenalina y los pasos más estupendas, pero la vida no es así… a menos que te drogues todo el día». Es contundente: «me quiero divorciar de los gustos y el lavado de cerebro que hacen a la formación del mundo de la danza». Quizá por eso, según dice, no lee nunca la crítica, a quien considera «unos yonkis que nunca tienen suficiente pasos por minuto». Casadesús pregunta si la elección de los temas es una provocación, pero Newson argumenta que «todo lo que es interesante, es controvertido» y que se siente atraído «por temas de los que la gente normalmente no quiere hablar: los derechos de las mujeres, el aborto, el islam o el matrimonio gay».
Texto: Mercè Rubià