Míriam Iscla, Sol Picó y Maika Makovski ponen voz, movimiento y música a las mujeres que sufrieron la Guerra Civil y el franquismo en el TNC con Només són dones. En el Teatre Akademia, Anna Estrada dirige Troianes 15, una versión de la obra de Jean-Paul Sartre que muestra la violencia contra las mujeres en la posguerra.
MÍRIAM ISCLA, SOL PICÓ Y MAIKA MAKOVSKI EN LAS CÁRCELES FRANQUISTAS
Las mujeres son las grandes olvidadas de las guerras. Invisibilizadas por enemigos, maridos y compañeros de lucha, ausentes en los libros de historia y crónicas periodísticas. Neus Català ha explicado a menudo en entrevistas que hasta que Montserrat Roig no fue a encontrar para recuperar el testimonio de las mujeres en los campos de concentración, nunca nadie se había preocupado. Y lo que es peor: los mismos hombres prisioneros negaban la existencia de campos de concentración exclusivos para mujeres, incluso que hubiera mujeres presas. Este martes, Neus Català, la última superviviente catalana de Ravensbrück, ha cumplido 100 años, y ya hace muchos que alza la voz y que junto con otras mujeres ha conseguido mantener viva la memoria. Pero no para dar a conocer su historia concierta, sino porque esta sirva para dar a conocer el infierno que vivieron miles y miles de mujeres. La misma razón que ha llevado Carmen Domingo a escribir Només són dones, una pieza que quiere rescatar del olvido las mujeres que vivieron la Guerra Civil y el comienzo del franquismo.
La obra, que enlaza tres monólogos basados en historias reales y dos totalmente ficcionados, quiere mostrar que el abanico de mujeres que terminaron en las cárceles de Franco era muy grande. Y es que, por Domingo, que lleva años recuperando y estudiando testigos de la época, a menudo (y sobre todo los primeros años de posguerra) se las ponía en prisión por el simple hecho de ser mujeres, «miedo putas y chorizas». Así, el texto recoge las vivencias de tres mujeres encarceladas: una católica condenada por la implicación política del marido, la de una política consciente y organizada, y la de una joven miliciana, impetuosa pero menos reflexiva, aunque «dentro de cada mujer hay muchas mujeres, y ningún relato es fiel al 100% a una única historia «. Para completar el relato, también aparece la que fue una niña de Rusia, una de esas criaturas que enviaron al exilio sin la familia y que, al volver, no sabían ni qué ni de dónde eran, y una nieta que quiere recuperar los osos de su abuela, aún hoy desaparecidos.
Míriam Iscla pone voz a estas mujeres acompañada por Maika Makovski, que ha optado por una música «humana, no política y orgánica» para complementar los textos sin parar la dramaturgia, y Sol Picó, que expresa el dolor a través del movimiento, convirtiendo el su cuerpo en la extracción de todas las mujeres. «Más que monólogos, lo que hacemos es un triòleg», dice la actriz, «el apoyo entre las tres es constante: donde no llega la palabra, el movimiento y la música completan el dibujo y clavando pequeños puñales». Y es que la historia es la que es, cruda, dura, real, pero «es importante recuperar la memoria histórica, porque en este país no se ha hecho justicia», recuerda la directora, Carme Portaceli, que ha querido construir un espectáculo que inevitablemente muestra este dolor y la realidad, pero que huye del drama y, además, muestra la esperanza que tenían estas mujeres en su lucha y la inmensa solidaridad que había entre ellas.
Carmen Domingo, sin embargo, ha procurado que sólo son mujeres no sea un relato «guerracivilista», porque está convencida de que en otros países que han vivido guerras y dictaduras, la violencia y la represión hacia las mujeres ha sido la misma. Lo dicen bien claro las oenegés especializadas en conflictos: las guerras vulnerabilitzen las mujeres, las hacen más susceptibles a sufrir abusos sexuales, violaciones, torturas, padecer enfermedades psicológicas y enfrentarse a embarazos con más riesgo de complicarse.
LAS MUJERES COMO TROFEO DE GUERRA
La historia de la Manorama, una mujer india violada brutalmente hasta la muerte ante su familia por diferentes soldados, fue el detonante para que Anna Estrada se decidiera a llevar a escena una versión de Las Troyanas de Jean Paul-Sartre, que a la vez versionaba el obra de Eurípides. Una pieza que habla del papel de la mujer en la posguerra, del papel al que se la relega, donde las protagonistas, las mujeres de Troya, son repartidas como trofeos de guerra para ser esclavas y concubinas de los vencedores. Y es que, si bien «cualquier guerra es devastadora para todas las partes afectadas, en todas, aparte de las atrocidades y la barbarie que el ser humano es capaz de provocar, a las mujeres se las puede humillar, se las viola y se les toma la voz sistemáticamente», dice Estrada.
La dramaturga está convencida de que «como sociedad necesitamos una reflexión profunda de lo que está pasando con la violencia de género, este comportamiento todavía demasiado arraigado y presente en todas las sociedades». Y eso es lo que pretende Troyanas 15, «reflexionar sobre el valor que damos a la dignidad, voz y opinión de la mujer en el siglo XXI». En esta versión, pues, nos encontramos en un país mediterráneo, en el año 2015, en un campamento de prisioneras cercano a una playa, con mujeres y niños. Ramon Bonvehí, Queralt Casassayas, Anna Estrada, Stephane levy, Magda Puig y Lavinia Villa dan vida a los personajes después de un proceso de creación a través de la percepción, con la exploración y desarrollo de los recursos sensoriales y los efectos que esto produce actor en escena, una búsqueda práctica característica de la compañía La Pell.
Texto: Mercè Rubià