Este melodrama de Guillem Clua cuenta una historia de amor y de dolor, de pérdida y de encuentro. Bajo el pretexto de un hombre que se encuentra con una profesora de canto para perfeccionar la canción que planea cantar en el funeral de su madre, la obra retrata un encuentro donde nada es lo que parece y donde ambos personajes comparten mucho más de lo que creen.
No es la primera vez que el dramaturgo catalán aprovecha su talento para dar visibilidad y luchar por la normalización del colectivo LGTBI. Si ya lo hizo con su éxito Smiley en tono de comedia, esta vez se pone mucho más serio. Partiendo del atentado en un bar de ambiente de Orlando en 2016, el texto reflexiona sobre el horror, el miedo, la aceptación y la importancia de llamar a las cosas por su nombre.
Más allá de las ejemplares interpretaciones de Emma Vilarasau y Dafnis Balduz bajo la dirección de Josep Maria Mestres, el gran logro de esta obra es su estructura. Cada trozo de información se sirve en el momento preciso, configurando un mecanismo de relojería sentimental tan perfecto que resulta difícil no emocionarse en cada nuevo giro. Entre la empatía de compartir el mismo dolor por la pérdida de un ser querido y el distanciamiento del salto generacional, la relación entre ambos personajes se tensa y relaja como una goma que no sólo atraviesa el escenario, sino que llega al patio de butacas.
