La espiral de la vida puede engullir a una persona, llevarla hasta el límite. Y en este círculo de hundimiento hay otros humanos alrededor que se aprovechan o hacen fuego de la penas y necesidades de los más debilitados. Ante estas situaciones, las respuestas pueden ser diversas, pero pocas veces se queda todo igual.
A partir del texto de Àngel Guimerà, L’aranya es trasladada por Jordi Prat i Coll a los años 60. Ubicada en Girona, la trama pasa a caballo entre una tienda de víveres y el piso contiguo donde la pareja que trabaja en la tienda y el propietario de esta interactúan con vecinos y clientes. Mientras una pareja joven acaba de casarse y están esperando una criatura, los protagonistas anhelan sumar un miembro más a la familia, provocando frustraciones y culpas compartidas.
Este texto es un drama valiente y avanzado a su tiempo, porque poner sobre el escenario la fertilidad de las mujeres y la supeditación a esta, al mismo tiempo que las ganas de ser una mujer libre sin imposiciones en los años 60 aun era osado, pero se tiene que pensar que este texto data del 1906. Guimerà se aventuró a poner en palabras aquello que estaba silenciado y escondido. Es por eso, que la fuerza del texto queda aguada con esta propuesta de Prat i Coll. El tono utilizado para la producción -que no la época elegida- juega con la comedia y la sobre acentuación de las características y hablares de algunos personajes. Un tono más o menos distendido que no convence para narrar una historia que se convierte en un drama doloroso e incómodo.
La escenografía llena de luz y colores, mantiene un espacio ameno que invita a quedare, y muchas veces es el escenario de escenas brillantes donde los intérpretes sobresalen, como los diálogos pisados durante la cena que hace cambiar el rumbo de la historia. Es en este momento, que el gran trabajo dirigiendo e interpretando sale a la palestra y ofrece a la espectadora una escena cuotidiana, natural y muy creíble. Son estos pequeños momentos los que enaltecen la obra, aunque después de otros como el del anuncio-ensoñación de Poupée de cire, poupée de son que, aunque encantador, no acaba de encajar con el relato.
Es una producción que provoca contradicciones en el público, que se entrega a la historia y escenografía, pero se pierde con el tono elegido para explicarla.