El Zoo de Cristal es una de las obras más emblemáticas de Tennesse Williams, además de las más personales al estar inspirada parcialmente en su propia biografía. Se trata de un drama cotidiano, donde los sueños, los recuerdos y los anhelos de los personajes entran en constante conflicto con la realidad que los rodea. La construcción de los personajes es posiblemente uno de los principales valores de la obra, mostrando unos seres frustrados pero que se niegan a perder la esperanza, cosa que nos hace empatizar con ellos y con su lucha desde el primer momento.
El autor ideó esta obra como una propuesta expresionista, tratando de alejarse del realismo. Aseguró que era una obra compuesta de recuerdos fragmentarios y la directora Martina Cabanas Collell aprovecha esta idea para proponer una obra a forma de ensayo. El protagonista, que también es narrador, interpretado por un gran Roger Torns, nos da la bienvenida al teatro y señala que estamos en un ensayo mientras el resto de personajes llegan o se estiran en escena.
A lo largo de la obra Torns también manipula las luces o las proyecciones en directo, mientras alterna su rol de narrador, de personaje y de actor, entrando y saliendo del espacio diegético al principio. Este recurso teatral resulta de gran interés y genera una sensación de que esta vez veremos algo más que una representación clásica del Zoo de Cristal, pero desafortunadamente se queda ahí. La idea metateatral no se recupera a lo largo de la representación, que se cierra como una obra de teatro al uso.
Aunque no cumpla del todo con lo prometido, el trabajo de las interpretaciones es remarcable, así como el trabajo de iluminación y la puesta en escena. Por eso, a pesar de las expectativas incumplidas, es una buena oportunidad para ver en escena uno de los grandes clásicos del autor norteamericano.