Cualquier adaptación teatral de una película reciente corre el riesgo de tener que competir contra su original cinematográfico. Si se trata, como es el caso de Dogville, de una cinta que tenemos muy presente en el imaginario popular, la cosa se complica. A pesar de que la comparación es injusta, uno no puede olvidar aquello que ya ha visto, conoce y admira. Por este motivo, la versión que, con tanto cuidado, han llevado a escena Sílvia Munt y Pau Miró, con el acierto (entre muchos) de añadir el subtítulo Un poble qualsevol, parte con desventaja. A pesar de todo, para ser ecuánimes, es muy importante resaltar que el montaje tiene una fuerza narrativa impecable, la dramaturgia es efectiva y aseada y la dirección de Munt lleva a los actores a abordar con verdad unas situaciones nada sencillas de hacer interpretativamente. Es por eso que, en conjunto, el espectáculo es satisfactorio, la historia puede conseguir poner los pelos de punta y su mensaje da para profundas reflexiones y debates interesantísimos y valiosos. Ante esto, el hecho que se haya simplificado y suavizado el guion de Lars Von Trier y el final sea diferente, probablemente, tendría más sentido ser mencionado en una conversación amistosa con sus responsables que no tanto en una valoración que intenta ser equitativa.
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