Una mujer atropellada por el tiempo. Arrollada por este verano en que cumple 30 años y que entiende como supuesta expresión de máxima intensidad, de pulsión vital, de vértigo, explosión, deseo. Sospecha que su generación está experimentando todo ello en algún lugar ahí fuera mientras ella colapsa en sus propios pensamientos. Las estaciones avanzan inevitables hacia la crisis, desvelando expectativas, contradicciones, miedos y fantasías de la intérprete expuesta a la mirada de la audiencia y de las compañeras.
Estas no son más que diferentes versiones de ella misma; interlocutores y cómplices de los torpes intentos de prepararse a esta cita pendiente / latente con la edad adulta. La cuenta atrás se hace dispositivo para construir un conjunto de imágenes presentadas por estaciones; cada una de ellas con sus absurdos objetivos a cumplir en previsión de la llegada de este bienaventurado y terrorífico verano.
(…) Es que a mí el verano me indispone y mortifica incluso más que la Navidad, si esto es posible. El invierno tiene la gracia de obligar a todos a la clausura. Yo no me angustia pensando en donde estará la gente; o en que estará haciendo. Sospecho que todo el mundo estará huyendo del frío. Buscando calor en sus cocinas, en sus camas, en las series de Netflix, y en los proyectos para el año próximo. Todo el mundo en letargo organizándose para la nueva vida que llega en primavera. Pero, mientras no llegue, aunque sé dónde están. Son en casa. Y eso me tranquiliza. En verano siento la gente ahí fuera. En verano, con las ventanas abiertas, el allá afuera tiende a estar bastante aquí dentro. Dentro de mi cocina. Torturandome.