Casa Calores

Casa Calores és una obra que Pere Riera va escriure fa gairebé 20 anys. Com és que no se n’havia fet cap escenificació fins ara?

L’obra és deliciosa. Ens parla del pas nostàlgic del temps. De com aquest temps empeny les persones endavant, ferint-les i també guarint-les, gairebé sempre, fins a precipitar-les, sovint sense avisar, per un abisme del què ningú no pot escapar.

En tot allò concret, l’obra excel·leix. Les escenes són emocionants, divertides i belles. Molts moments textuals, brillants. Com brillants són les interpretacions de tots i cadascun dels sis actors i actrius que ens porten de viatge per aquella època analògica de finals dels 90, inicis del 2000, quan ens trobàvem (presencialment) a terrats, places, carrers i passejos per petar la xerrada, fer-nos els guapos, dir ximpleries o fer passar el temps.

Em permetran, els joves, que fan una feina també excel·lent, destacar les meravelloses interpretacions dels no tan joves Rosa Renom i Jordi Boixaderes, per allò entranyable i bell, per l’elegància, dignitat i resignació amb la què dibuixen la maduresa dels seus personatges.

També és cert, però, que és en allò global on l’obra no aconsegueix lluir tant com se’n podria esperar. Tot i que tenen lloc esdeveniments impactants per les vides dels personatges, cap d’ells compta amb l’extraordinarietat, potser, que justifiqui un esdeveniment tan extraordinari com ha de ser una obra de teatre. O potser l’objectiu de Riera, en el seu text i en la seva direcció, és parlar d’allò tan extraordinari i comú com és el pas del temps; de l’indefugible abisme que s’albira —si ens atrevim a mirar— a l’horitzó, o del camí, preciós i pedregós, sempre ple de sorpreses, que ens en separa.

Pere Riera escribió esta obra hace 17 años pero, sin ser atemporal, no se marchita con el tiempo ni se aleja mucho de una situación que podría ser muy actual. Pere Riera se inspira en el momento en que ve cómo hunden la casa donde nació en Canet de Mar. Con la casa desaparecen los recuerdos de la infancia y la adolescencia, y toda la pieza tiene ese tono nostálgico que puede interpelar a todo el mundo.

Es también gracias a la naturalidad que desprende el texto, las interpretaciones, la escenografía (un elogio especial a Sebastià Brossa que sitúa toda la obra en una azotea de un pueblo de la costa, donde no falta detalle: el suelo inclinado hacia el agujero del desagüe, una pequeña habitación para la lavadora, unos alambres para tender, unas plantas medio marchitas por el calor) con el que podemos conectar y sentir como nuestras tanto las fiestas de la juventud como las conversaciones aparentemente inocentes entre la madre y un amigo de siempre que le arregla los pequeños desperfectos y entre los que existe una gran y eterna complicidad.

Éstos son principalmente los dos hilos argumentales que encontramos. Uno explica los vínculos de los jóvenes, el otro el vínculo entre los dos adultos. La conexión entre estos dos mundos es la relación madre-hijo. Podemos deleitarnos viendo cómo estas relaciones cotidianas evolucionan (de forma lineal pero con saltos temporales de siete en siete años): los deseos, los sueños, los contratiempos y, sobre todo, lo que cada personaje esconde, los secretos que se van destapando a lo largo de los años.

El tono general de la pieza es de tal naturalismo que podríamos decir que es costumbrista, roto muy acertadamente por pequeñas dosis poéticas que hacen volar aún más las maravillosas interpretaciones de las dos grandes bestias del teatro Rosa Renom y Jordi Boixaderas bien acompañados por los cuatro jóvenes, pero también ya sólidos intérpretes, Emma Arquillué, Júlia Bonjoch, Arnau Comas y Eudald Font.

Pere Riera es uno de los autores más interesantes y exitosos de su generación. Quizás no es de los más prolíficos, ni tampoco de los más innovadores dramatúrgicamente hablando, pero su estilo llega siempre al público de forma directa y acertada. Éxitos como Desclassificats, Barcelona, Infàmia o La dona del 600 así lo avalan. Esta vez nos presenta un texto ya antiguo, del que se habían hecho varias lecturas dramatizadas pero que nunca había llegado al escenario. Casa Calores es un texto nostálgico que gira entorno a una casa y, por supuesto, de la familia que la habita. Un texto costumbrista que nos recuerda las primeras épocas de Benet i Jornet o alguna de las obras de Jordi Casanovas, como por ejemplo Vilafranca.

La gran virtud de Casa Calores es la facilidad que tiene para acercarnos unos personajes, e incluso unos paisajes y unos olores, que reconocemos enseguida. Quien más quien menos ha soñado y ha hecho planes de futuro en una azotea, se ha enamorado de quien no tocaba o ha cometido errores de juventud que tarde o temprano han acabado pasando factura. Pero el precio de todo esto es que un espectador o espectadora experimentados adivinarán rápidamente los posibles giros de la historia, que al fin y al cabo no dejan de ser los habituales de muchas vidas cotidianas. Por lo tanto, estamos ante una obra cálida, emotiva, pero también previsible y bastante convencional.

Lo que más me ha sorprendido de la obra es la diferenciación entre el mundo de los adultos y el de los jóvenes. Cómo si fueran casi dos obras paralelas, vamos descubriendo la vida de unos chicos y chicas mientras una madre y un amigo de la familia van apareciendo entre escena y escena como si fueran los testigos o los narradores involuntarios de todo lo que tiene que suceder. El hecho que se haya escogido a dos espléndidos veteranos como Rosa Renom y Jordi Boixaderas para interpretar estos personajes todavía agranda más la distancia, puesto que por bien que lo hagan los cuatro jóvenes (Emma Arquillué, Júlia Bonjoch, Arnau Comas y Eudald Font) hay un tema de experiencia –e incluso de ritmo interno- que no acaba de encajar del todo.

A pesar de que se hubiera podido sacar más partido a una trama como esta, podemos asegurar que Casa Calores funciona en muchos sentidos y casi seguro que conseguirá una buena respuesta del público. Solo por ver la escena final entre madre e hijo, con una magnífica y sutil interpretación de Renom, ya merece la pena pagar el precio de la entrada.