Salvació total imminent immediata terrestre i col·lectiva

Un dels grans valors del teatre contemporani britànic és que inverteix molts esforços en aportar innovació, originalitat, nous llenguatges, sense desviar-se de les dramatúrgies formals o clàssiques (el que diríem, vulgarment, teatre de text). Noves dramatúrgies que transgredeixen forma i fons, que conviden al públic a participar-ne de formes diverses, mantenint, però, una lleialtat al poder del text, de la paraula, del llenguatge o de la història. El text és sagrat (quan s’escriu i també quan es diu), a diferència del teatre contemporani alemany, on la innovació fa dècades que mira cap a noves escenes post-dramàtiques o, com ara s’anomena, teatre híbrid, deixant una mica de banda la història, el personatge o la congruència espai-temps per endinsar-se en el teatre més performatiu, documental, transdisciplinar que ha esdevingut, darrerament, marc de referència pel què fa a la innovació, també a casa nostra.

Jo, que m’alineo molt més amb el paradigma d’innovació britànic (és a dir, la lleialtat al text), fa temps que segueixo la pista a alguns dels seus autors més consolidats que generen, any rere any, noves i fascinants propostes que poques vegades arriben fins a Catalunya: Caryl Churchill, Sarah Kane, Philip Ridley, Simon Stephens, Mark Ravenhill, Martin Crimp, Chris Goode… o Tim Crouch.

L’obra que es pot veure aquests dies a la Sala Beckett és un d’aquests experiments. Des d’un punt de vista formal, un dels més audaços del seu autor, fins a la data. Recomanació: no llegir RES sobre de què va l’obra o en què consisteix l’experiment. Només explicaré que, en arribar, cada espectador rep un llibre —una sort de Bíblia il·lustrada, no diré més— que conté el guió sencer de l’obra, dibuixos… i alguna cosa més. És un llibre (que recomano no obrir fins que no comenci l’espectacle) imprescindible per conèixer i entendre la història que se’ns explicarà.

Una vacil·lada de l’autor per captar, de bon començament, l’atenció del públic? Ni de bon tros. La jugada queda més que justificada, un cop es desvetlla el contingut de l’obra. Se’ns parlarà d’una profecia i se’ns convidarà a formar part d’un culte. No som, els espectadors, al cap i a la fi, participants d’un ritu (suposadament catàrtic) cada cop que assistim a una obra de teatre?

Salvació total… és, també, un qüestionament de la frontera entre actors i espectadors, entre autoria i creació col·lectiva. La història, al final, és el menys important (de fet, el desenllaç, més enllà de la seva bellesa formal, és la part menys sorprenent o interessant de la proposta). La lliçó magistral resideix en com explicar una història que ja s’ha explicat abans (com gairebé totes les històries) d’una manera absolutament nova, interessant, que la transformi en una història diferent, commovedora, necessària. I això és el que fa Tim Crouch (i l’equip de Sixto Paz): explicar-nos una història necessària… i amb ella, fer-ne una obra d’art.

Un padre y su hijo de 5 años juegan pisando un lago helado mientras la madre y la hermana pequeña se lo miran desde la orilla. Crac. El hielo se rompe y el niño cae al agua, el padre intenta salvarlo, pero no lo consigue. Despierta del coma y ha tenido una visión, y decide enzarzar a la familia ha seguir aquello que ha visto. Unos años después nos encontramos a una madre intentando recuperar a su hija. Y hasta aquí se puede explicar la historia de esta obra, porque el resto no solo se tiene que ver, se tiene que sentir.

Y es que Pau Roba tiene un ojo especial para elegir los textos que lleva al escenario. Este relato tiene en su atractivo un montaje y una manera de narrar la historia muy especial, que implica al público en cada paso que da la trama y sus personajes. Convirtiéndose en un miembro más de la comunidad, la espectadora forma parte de la narración y tiene un papel único. Se consigue de esta manera crear una sensación de pertenencia al colectivo, a la sociedad y a los personajes que forman la historia. No solo es una producción teatral, es una experiencia que deja que tus sentimientos confluyan con lo que está pasando en el escenario.

Todo en su conjunto te absorbe y hace que conectes con la obra y su sentimiento desde que cojes el libro que tienes en la butaca hasta que lo vuelves a dejar -y aquí no se puede avanzar más-.

Emma Arquillué (hija), Vincenta Ndongo (madre) y Andrew Tarbet (padre) se diluyen en sus personajes aportando cada matiz necesario, con la gestualidad, la emoción y cada una de sus palabras la evolución de Arquillué y Ndongo desde que se reencuentran hasta su último momento juntas tiene una escalada pasional, sobre todo por parte de Ndongo, que encoje el corazón. Con ella sientes empatía, pero al mismo tiempo la juzgas, y sientes la confusión y el miedo por aquello desconocido de Arquillué.

Pero no solo ellos forman parte del espectáculo, hay un grupo de ayudantes de sala que también contribuyen a la producción. Igual que tú. Lo dicen antes de empezar, si necesitas gafas para leer, cógelas, las necesitarás.

Hablar de teatro muchas veces es hablar de experiencias colectivas, de sensaciones compartidas y de momentos que no se pueden olvidar, que dejan poso en tu interior. Esta obra es, sin duda, una experiencia que es necesario vivir y compartir, no os dejará indiferentes.

Sabía que me enfrentaría a un experimento teatral, y así ha sido. Sabía que me tocaría leer bastante, que el espectador formaba parte esencial del espectáculo, que la acción teatral se mezclaría con la escritura… y lo cierto es que todo se ha cumplido, como las mejores profecías. Lo que quizás ya no sabía es cómo Tim Crouch -uno de los autores británicos más rompedores de los últimos años- conseguiría ligar todos los elementos, y como la compañía Sixto Paz los llevaría a escena de una forma inteligible y eminentemente teatral.

Salvación total… es un espectáculo que sorprende desde su concepción, que tampoco desvelaremos en exceso. Y bien es verdad que su grandeza está, precisamente, en su origen. La forma de explicar la historia a través de una especie de libro sagrado daba pie a muchas posibilidades, sobre todo por el hecho de mezclar cosas tan unidas -y a veces tan alejadas- como el teatro y la literatura. Al final, creo que el resultado, al menos para mí, se queda un poco a medias. Se entiende bien el juego, y también el mensaje, pero las posibilidades de la idea quedan a veces atrapadas en un tipo de teatro leído que te puede llegar a sacar fuera como espectador. Hubiera estado bien aprovechar más el juego de la liturgia, de la ceremonia… pero creo que la justificación -y sobreexplicación- de la historia ha jugado en contra.