Miquel Gascon Baz

Ölelés, es una pelea coreografiada, sin ganador final. Su argumento está basado en la novela El último encuentro de Sándor Márai. Esta producción de danza, es una de las mejores que hemos podido ver en directo en los últimos años. Los movimientos de Cortés y Muñoz son vigorosos, con mucha verticalidad y fuerza, y de una elegancia abrumadora. Son dos hombres y la masculinidad, cierta brutalidad, se percibe en cada gesto. Van de la cordialidad al odio profundo, pero sin llegar a las manos, aunque parece que lo deseen. La crónica entera aquí.

La autora consigue que los cuatro personajes interaccionen ante nosotros en el mismo espacio teatral y al mismo tiempo, a pesar que ellos «no se ven físicamente» porque ocupan este espacio (su dormitorio) en momentos diferentes. Escenas muy exitosas teatralmente hablando, como cuando los cuatro personajes se acuestan a la vez… y se desean «buenas noches». Una filigrana, el meter los cuatro personajes en el mismo lugar físico y en momentos teóricamente diferentes, pero que el espectador los ve fusionados. Es quizás lo más sorprendente y acertado de esta propuesta. Para leer todo el comentario clicar aquí.

Interpretado sólo por dos personas que manipulan un montón de objetos de agua, como pueden ser tubos, botellas, pero sobre todo grifos, de diferentes tamaños y formas… más modernas o más antiguas, sofisticadas o sencillas, pero todas ellas transformadas en personajes al alrededor de Harpagón, el usurero que pretende retener el agua por sí solo, como si se tratase de su tesoro secreto, fuera del alcance del resto de grifos que lo rodean, aunque estos sean «descendientes» suyos. El mismo Miquel Gallardo acompañado de Miquel Nevado, manipulan con maestría estos grifos, convertidos en auténticos personajes de ficción. Puede ir a mi crónica.

La compañía Dei Furbi, bajo la dirección de Gemma Beltran, continúa la búsqueda de un lenguaje escénico para acercar el mundo de la ópera al gran público y solo por eso merece nuestro apoyo en esta tarea, nada fácil. El trabajo físico y vocal de sus cinco intérpretes, es sin ninguna duda… brutal, y solo ver su vitalidad de entradas, salidas, cambio acelerado de personajes y de vestuarios, dejan al espectador boquiabierto y extenuado, aunque éste no se mueva ni de la silla. Desgraciadamente lo que menos me gustó fue el espectáculo en sí. El resto de mi crónica aquí.

La obra quiere abarcar no sólo el juicio al director de orquesta, sino que pone delante de los espectadores la disyuntiva de hacer de jurado sobre una acusación genérica contra todas las personas que voluntariamente, o no, apoyaron al régimen de Adolf Hitler. Quizás quiere ir aún más allá y esta situación muy concreta, quiere ser una reflexión sobre las relaciones entre el arte y la política, que siempre han existido, desde que tenemos conocimiento de la existencia de la «cultura», muy a menudo sometida al poder político. Una producción que nos ha gustado más de lo que esperábamos. Puede ver la crónica completa.