Xavier Albertí: "Los partidos políticos han secuestrado la ideología, un patrimonio de los ciudadanos"

Redacció

Diez minutos con Xavier Albertí pueden dar mucho de sí. En pleno bombardeo de mensajes de campaña electoral, hablamos con el director del Teatre Nacional de la obra de Narcís Comadira que dirige en la Sala Gran: L’hort de les oliveres. Una Pasión contemporánea que reflexiona sobre el país, la lengua y la economía con la voluntad no de incidir en el voto, sino en el alma y el imaginario colectivo de los espectadores.

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Mercè Rubià: ¿Cuál es la trama de esta pasión contemporánea?

Xavier Albertí: La línea argumental de la obra es muy simple, una familia se reúne la tarde del Jueves Santo para hacer unos cena. El padre ha muerto hace menos de un año, y es la última vez que se encuentran en esta casa solariega del Empordà, una masía rodeada de huertos de olivos. La muerte del padre la ha puesto a la venta y hay una promotora rusa que quiere comprar todo para parcelar y hacer chalets. El padre, sin embargo, ha hecho un testamento curioso: la finca y el huerto para el chico, y el resto de bosques y campos de cultivo para la viuda y la hija. El hijo, que acaba de llegar de estudiar literatura en Estados Unidos, siendo que si el padre le ha legado a él, es porque lo preserve y no lo venda. En cambio, la hija está a punto de casarse con un chico que es promotor inmobiliario y, por tanto, le interesa el negocio. La madre se ha ido a París para rehacer sentimentalmente su vida. Se vuelven a encontrar Jueves Santo con las fuerzas vivas del pueblo, el cura y el notario, y salen los fantasmas propios de las cenas de familia cuando hay una herida determinada. Y es que al chico lo están presionando para que venda, y él siente que no tiene que vender. Ante esto decide cortarse las venas como una forma de escaparse de la responsabilidad para escapar de su destino.

¿Por qué Hamlet, Chejov y el Evangelio para hablar de Cataluña hoy?

Porque dentro de este argumento simple hay muchas capacidades de traslación metafórica. El Evangelio, si de algo habla, es de la venida de un cordero expiatorio, de un elemento fundador de la religión cristiana que, desde su autoinmolación, salva la población de morir ahogada por el pecado y la posibilidad de establecer un camino hacia la salvación. El jardín de los cerezos de Chéjov habla del fin de una época, de una Rusia antes de la Revolución soviética. La tala de aquellos cerezos es la tala de un sistema feudal y agrario, de una determinada concepción de Europa. Por lo tanto, si nos visita también esta intertextualidad literaria es para llevar una obra que habla de un cambio radical entre el siglo XIX y XX. Y Hamlet porque precisamente es una de las primeras obras que apela a lo que podríamos llamar la democracia. Hasta Hamlet las obras decían: me has matado, venja’m, mata. Y el protagonista vengaba la muerte de alguien, especialmente si era del padre, con otra muerte. A Hamlet le aparece fantasma del padre porque el vengue pero él responde: un momento, tengo que pensar. Y este momento implica una reflexión sobre qué es la violencia, que es la herencia, que es el comportamiento humano. En una Europa que todavía tiene encima la Edad Media, inaugura un modelo de cambio de paradigma y una reflexión profunda sobre la identidad. Por tanto, son elementos que en esta textura de Narcís Comadira nos aportan la capacidad de reflexión sobre identidad. Una Pasión laica, una pasión contemporánea, pero una pasión al fin y al cabo, donde alguien está haciendo su sacrificio porque de su inmolación debe salir una renovación.

¿Por qué Guillem, hijo de una familia burguesa catalana propietaria, rica, decide inmolarse? Como metáfora de un momento en que nuestra civilización, nuestra cultura, está en conciencia de un precipicio y sabe que debe salir refundada. Por lo tanto, habla del momento histórico que vive Cataluña. Habla de que es una patria y qué es lo que tenemos que salvar, si la autonomía económica, una forma de tener una articulación económica en los mercados del mundo, o la lengua como proceso de creación de pensamiento y, por tanto, una forma de entendernos y de ser.

Y ello, habéis dicho, es exportable a Europa.

Podemos hablar de Europa y del mundo. Todos coincidimos en que nuestra civilización está reclamando un cambios profundo de paradigma, que las economías de mercado que han funcionado hasta ahora lo único que han hecho es generar más abismos entre los ricos y los pobres. Cada vez vemos más pateras que llegan de África con personas que se ahogan a pocos metros de llegar. Y vienen porque lo que está pasando en su casa no les permite la mínima dignidad del ser humano. Esto no puede seguir así. Desde la cultura, y más si se articula desde un teatro público, se deben dar herramientas de reflexión a nuestros conciudadanos, y pienso que L’hort de les oliveres así lo hace.

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¿Identificaremos ideologías concretas para cada uno de los personajes?

Sí, desde la ideología secuestrada -si me permites la expresión- por las marcas de los partidos políticos. Y con esto no quiero ser despectivo, pero parece que la ideología sea patrimonio de los partidos políticos y no lo es; la ideología es patrimonio de los ciudadanos. Los partidos políticos representan corrientes de homologación -a veces más o menos heterogéneas, otros no tanto- dentro de las ideologías individuales. Pero sí es un espectáculo que retrata miradas ideológicas muy diferentes de lo que hay que hacer en este momento. Algunos personajes dicen debemos ser independientes, otros dicen eso de la independencia es una tontería… Me parece que ahora que prácticamente sólo sentimos reflexión en torno a esta cuestión en las tertulias de los medios de comunicación desde un punto de vista muy mediático, hay que darle un punto de vista más filosófico, desde el mundo de la cultura. ¿Independencia por qué? ¿Que es ser independiente? ¿Independencia de quién, de qué y por qué? ¿Que es lo que da entidad? La poesía y la cultura tienen algunas respuestas que no tiene la política. Me parece interesante que nuestros espectadores sientan un alimento, una mirada, unos caminos que no son los convencionales para decidir si votan asno o bestia, precisamente porque lo importante de un espectáculo no es incidir en el voto, sino en el alma y en el imaginario colectivo.

Uno de los actores me decía que se ha trabajado de una manera muy diferente de la que todos, incluidos los más veteranos, se han encontrado hasta ahora. Que es emocionante, ya la vez una desazón, trabajar sin muletas, sabiendo que te han de pasar muchas cosas por dentro pero que debe ser el público quien se acerque y lo perciba.

Es un teatro que apela al compromiso. A mí me gusta trabajar con los actores no diciéndoles lo que yo haría si interpretara el papel, sino intentando establecer pactos ideológicos. Y no hablo de pactos políticos, sino pactos de mirada sobre la realidad, del valor profundo y ético de la situación que aquel personaje está viviendo. Para entregarlo al espectador desde este compromiso ideológico, para que sea el espectador quien diga si lo aprueba o no lo aprueba. Es un tipo de trabajo donde escénicamente hay mucha movilidad, mucha plasticidad, hay mucha emoción, un trabajo vocal enorme -hay una presencia fundamental de la música- y que, al mismo tiempo, necesita unos actores profundamente comprometidos en su arte . Esto siempre tiene que ser así, pero muchas veces vemos espectáculos en que el actor hace el proceso de trabajo, ordena la partitura, y lo que hace es repetir más o menos sistemáticamente cada día. Incluso hay actores que explican que pueden estar diciendo una parte del texto y al mismo tiempo estar pensando que tienen que ir a comprar acelgas. Y esto no significa que hagan mal su trabajo, sino que aquel tipo de trabajo a veces permite una determinada desconexión para que esta muy bien ordenado. Este espectáculo no lo permite, apela a un registro de la interpretación que no es fácil de trabajar para el mundo actoral, el dolor. Como se interpreta el dolor? No basta hacer ejercicios stanislavskiana pensar en cuando murió el gato o determinado familiar … Todo esto es maravilloso para tener un instrumento escénico efectivo y plástico, pero aquí necesitamos un compromiso que va más allá de la emoción. Debemos entender la emoción como el comportamiento ideológico que tiene la acción.

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Hablames de la Sala Gran. Siempre que se presenta un espectáculo se habla de su idiosincrasia y las dificultades que conlleva actuar. Incluso Lluís Homar, en la presentación de L’art de la comèdia, decía que había que reconocer que no se había hecho bien. Ahora ha optado por hacer algunas modificaciones.

La Sala Gran es una sala que, a diferencia de otras salas de gran capacidad de Barcelona, ​​tiene una estructura muy rígida y es muy difícil de salir de la caja escénica convencional. Nos hemos comido las 7 primeras filas de espectadores y hemos construido un escenario con 9 metros y medio fuera de la caja escénica. De esta manera, desde las primeras filas hay una proximidad con los actores similar e incluso superior a la que se puede experimentar en la Sala Beckett o una sala de pequeño formato, e incluso desde la última fila la relación de proximidad también es mucho mejor de la que teníamos. Esto nos permite entender la Sala Gran desde una mirada, desde otra relación actor-espectador y estamos muy felices. Ahora que ya sabemos cómo funciona, seguro que la iremos usando.

Ya para terminar. La de Narcís Comadira es una de las pocas obras de autoría catalana contemporánea de esta temporada. Y, de hecho, esta es una de las críticas en tu gestión al frente del TNC que más ha resonado…

Primero, niego la mayor. Desde que yo he llegado a este teatro ha habido más teatro contemporáneo que antes. Sí que es verdad que se ha transformado el proyecto del T6, que garantizaba la presencia de tres dramaturgos contemporáneos por temporada, pero nosotros lo que hemos hecho es sacarlos de la Sala Tallers y llevarlos a la programación con normalidad. Y si hacemos un poco de nómina de los autores contemporáneos que hemos hecho estas dos últimas temporadas, verás que hay muchos más de seis, y por tanto no hay menor presencia, sino otro tipología de presencia, porque me parecía que no teníamos que tener un espacio único para el teatro contemporáneo, sino que tenía que viajar con naturalidad en la Sala Gran. En pocos días presentaremos la próxima temporada y veremos como la presencia de autoría contemporánea en la sala grande se irá sistematizando.

Texto: Mercè Rubià / Fotografías: TNC

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