La literatura occidental comienza con dos elementos contradictorios, pero igualmente inseparables: por un lado, la furia y la destrucción de la guerra; por otro, el deseo y el amor irrefrenables entre aquellos que se aman. Si aceptamos que la historia de nuestra literatura comienza con la Ilíada de Homero, aceptamos también que nuestra creación artística no puede desligarse de este binomio, de esa voluntad de reconciliar dos fuerzas antagónicas en una misma unidad, que provoca al mismo tiempo exaltación de la vida y peligro de muerte. Ahora bien, ante todo, debemos aceptar también que ambas coordenadas vienen reveladas por su invocación en palabras, por la llamada a las musas de la memoria que mezclan presente, pasado y futuro para hacer surgir narraciones e historias que puedan cantar esta vida y esa muerte.
A En mitad de tanto fuego, que se estrenó en La Beckett en el marco del Festival Grec 2023, Alberto Conejero recupera esta premisa de la creación clásica no sólo en cuanto al sentido, sino también en lo que se refiere al contexto en el que sitúa el obra: a partir de un único personaje, Patroclo, hijo de Menecio y compañero de Aquiles —y, según algunos, también amante—, Conejero recrea la visión del conflicto bélico entre aqueos y troyanos para explorar la eclosión de los diferentes tiempos de la historia en un único espacio, el espacio escénico, y la doble cara de la violencia y de la belleza, ambas bañadas simultáneamente por el deseo y la muerte que siguen los dos mil años de historia de la cultura occidental y que nos arraigan en el pasado, a la vez que nos dan el sustrato donde construir lo que está por llegar.
Así, la obra de teatro de Conejero recupera la voz de este personaje, más bien secundario en el poema épico, para construir otra versión de la narración homérica que subraye los elementos que a menudo quedan en un segundo plano cuando se explica la historia de la Guerra de Troya, tal y como la explicó Homero. La voz de Patroclo, encarnado por el actor Rubén de Eguía y dirigida por Xavier Albertí, es la única que guía al público y que está presente en el escenario a lo largo de toda la pieza, una pieza que a veces se convierte en una actualización de la oda a la guerra y al campo de batalla, aspecto que resuena ferozmente en la política contemporánea, en otras ocasiones se transforma en un medio de facilitación del diálogo entre los vivos y los muertos y, en los ochenta minutos que dura espectáculo, siempre es un espejo para entender cuáles son los puntos ciegos de la condición humana: tanto nuestras contradicciones como nuestras esperanzas.
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