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ÓPERA

Un faraón contra los dioses (y contra la ópera)

El compositor norteamericano Philip Glass presenta su última ópera, del 16 de octubre al 3 de noviembre, en el Gran Teatre del Liceu

Akhnaten, de Philip Glass, llega por primera vez al Liceu como una ópera-ritual que desborda la narrativa convencional. La historia del faraón se convierte en una experiencia sensorial y fuera del tiempo, donde la música hipnótica y la escenografía cargada de símbolos configuran un espacio sagrado.

Más que una representación, es una invocación escénica

Con Akhnaten (1983), Philip Glass (Baltimore, 1937) culmina su llamada Trilogía de retratos, dedicada a figuras que han reconfigurado la espiritualidad y la percepción —tras Einstein on the Beach (1976) y Satyagraha (1980). No se trata de una dramatización biográfica, sino de la construcción de una liturgia escénica. El Liceu acoge ahora este objeto sonoro como lo que esencialmente es: una ceremonia que actúa sobre los sentidos.

En el siglo XIV a.C., Akenatón abolió el politeísmo tradicional egipcio para instaurar el culto exclusivo a Atón, el disco solar, elevado como única divinidad legítima de su reinado. Más allá de su papel político, el faraón se presenta como una figura liminar: intermediario entre lo divino y lo humano, entre la visibilidad y el velo del misterio. Esta ambivalencia es la que Glass invoca escénicamente, rechazando la estructura narrativa y sustituyéndola por un flujo de imágenes rituales, entonadas en lenguas muertas —egipcio antiguo, acadio, hebreo bíblico— y carentes de recitativos o traducciones.

La música de Glass, de estética minimalista y carácter hipnótico, elimina los violines y genera un tejido sonoro denso, grave y de elevada complejidad tímbrica. La repetición no se entiende como redundancia, sino como estrategia de construcción espiritual: una arquitectura sonora que suspende la percepción temporal. La ópera se convierte así en un ritual sonoro, más próximo a la contemplación que a la narración.

Los tres actos relatan el ascenso de Akenatón al poder, la consolidación de su régimen teológico y su posterior decadencia. La Coronación constituye un momento culminante del minimalismo escénico, mientras que el final —con una voz de guía turística que comenta las ruinas de Amarna— introduce un dispositivo de distanciamiento irónico que activa una capa metahistórica.

Anthony Roth Costanzo ofrece una encarnación vocal y corporalmente magnética del faraón, en una interpretación que conjuga lo etéreo y lo autoritario. Rihab Chaieb dota a Nefertiti de una presencia densa y elegante. La dirección escénica de Phelim McDermott construye un espacio performativo donde símbolo, movimiento y luz establecen una dialéctica permanente. El diseño de vestuario de Kevin Pollard, junto con la acción visual de la compañía de circo contemporáneo Gandini Juggling, convierte cada escena en un rito visual. En la dirección musical, Karen Kamensek —especialista en repertorio contemporáneo— articula la orquesta con rigor y espiritualidad.

Akhnaten no se ofrece como espectáculo, sino como ofrenda. Su potencia no reside en lo que explica, sino en lo que expone. En el Liceu, el escenario se convierte en altar y el público, en testigo de una liturgia sin redención.

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