GREC 2025

Tiago Rodrigues: “El teatro es uno de los pocos espacios donde aún se puede decir la verdad”

Tiago Rodrigues, flamante director del Festival de Aviñón, aborda la historia de Hécuba en esta producción que podrá verse en el Teatre Grec los días 28 y 29 de julio

En su primera colaboración con la Comédie-Française, Tiago Rodrigues (Lisboa, 1977) no resucita a Hécuba de Eurípides, la convoca y la desafía. En Hécube, pas Hécube, la reina troyana —viuda, esclava, madre desgarrada— renace en una actriz que da voz a una madre de hoy: una mujer que clama justicia por los abusos sufridos por su hijo con autismo. El teatro se convierte en un campo abierto a la intemperie del dolor. Rodrigues escribe con los actores en el centro, en una atmósfera austera donde la palabra es resistencia, el tiempo se quiebra y la ficción se desgaja ante la realidad. Desde la dirección del Festival de Aviñón, el director portugués habla de un teatro donde la emoción es insobornable y la memoria, una fuerza política.

Tiago Rodrigues

Teatre Barcelona: ¿Qué te aporta, como creador, trabajar con un texto clásico? ¿Cómo transforma tu manera de hacer teatro?

Tiago Rodrigues: Todo comienza con el lenguaje. Ya había trabajado con autores clásicos en obras que no siempre eran reinterpretaciones. Quería explorar ese estilo claro y potente, usar palabras escritas hace veinticinco siglos. Con Hécuba, Eurípides abre una grieta en la tragedia clásica: por primera vez, permite sentir la vida interior de los personajes. Tal vez fue el primero en concebir una lectura psicológica de los protagonistas. Fue revolucionario. Y esta revolución aún resuena: Hécuba habla de vulnerabilidad, justicia, venganza y responsabilidad institucional ante los más frágiles.

¿Por qué, a pesar de ocupar un lugar central en la tragedia de Eurípides, Hécuba sigue siendo una figura olvidada? ¿Quién es, en realidad, esta reina trágica?

La reina de Troya, esclavizada tras la caída de la ciudad, ve cómo sus hijos se convierten en botín de guerra. Cuando descubre que el último, confiado al rey de Tracia, ha sido asesinado y dejado sin sepultura, orquesta su venganza y presenta el caso a Agamenón. Herida pero exigiendo justicia, Hécuba es también un símbolo político. Esta dimensión, que siempre me ha fascinado, culmina en una obra que habla de cómo la sociedad trata la vulnerabilidad. Es, antes que nada, un material poderoso para pensar la representación teatral y su dimensión pública.

Tu tragedia, que has denominado Hécube, pas Hécube, parte de una realidad social concreta.

Sí, claramente. En Hécube, pas Hécube, los espectadores son testigos de la tragedia íntima de una madre, Nadia, cuyo hijo con autismo fue maltratado dentro de la institución que debía protegerlo. El caso, real, conmocionó Suiza y lo seguí de cerca mientras trabajaba en Ginebra. Me hizo pensar cómo sociedades aparentemente protegidas pueden ser profundamente negligentes con los vulnerables. A partir de esto, leí testimonios, literatura médica, artículos… y todo se transformó en poesía y teatro.

¿Cómo convergen o entran en tensión la historia de Nadia y el mito de Hécuba?

La tragedia de Nadia, como la de tantas madres que luchan, resuena con la de Hécuba. Cuando usa sus palabras, denuncia un crimen que la golpea personalmente, pero que es más grande: el abuso de niños vulnerables. Como Hécuba ante Agamenón, Nadia se enfrenta a una institución deshumanizada. Su dolor se convierte en fuerza y denuncia. Y cuando la justicia falla, como dice en la obra, “abre la puerta a la venganza”.

La analogía entre Hécuba y Nadia altera la linealidad temporal y transforma la recepción de la tragedia. ¿Qué papel tienen los flashbacks en esta construcción narrativa?

Sí, la confusión es intencionada. Al principio, vemos a una actriz haciendo de madre. Pero poco a poco, Nadia vive los textos de Hécuba como parte de su propia realidad. Las palabras escénicas se filtran en su vida íntima, y el tiempo se vuelve laberíntico. Esta fusión le da una fuerza trágica. Solo Nadia es un personaje fijo; el resto de los actores saltan de rol en rol, como si reflejaran su mirada desestabilizada.

Cuando la mirada de Nadia se difumina, el espectador también pierde referentes. ¿Cómo utilizas la iluminación y otros recursos para transmitir esta sensación de opacidad y confusión?

Hemos trabajado con una paleta que imita la visión de un perro: tonos amarillos y azul-violetas. Hera convirtió a Hécuba en perra como castigo, una imagen que para mí simboliza una furia que no se apaga. Es la misma furia de tantas madres que reclaman justicia, como las de la Plaza de Mayo. Este cruce entre dolor y exigencia me fascina. El teatro puede ser una asamblea emocional y política a la vez.

«Cuando un actor interpreta a un clásico, lo reescribe»

¿Cómo reaccionó el reparto de la Comédie-Française ante esta propuesta que mezcla realidad y ficción?

El espectáculo es una escritura colectiva. Llegué a los ensayos con una docena de páginas abiertas. Leíamos, hablábamos, imaginábamos como niños. A partir de este juego construí el texto pensando en la escena. El resultado lleva la huella viva de la compañía. Cuando un actor interpreta un clásico, lo reescribe; aquí, aún más: sus vidas se han colado dentro de la historia. Esta porosidad puede haberles afectado profundamente.

¿Crees que las tragedias griegas aún nos ayudan a entender el presente?

Hécuba habla de justicia, dolor y violencia institucional, temas aún urgentes. El teatro da a la memoria y a la palabra una función pública, política. Como decía Heiner Müller, “el teatro es el lugar donde dialogamos con los muertos”, pero también con los vivos. En un mundo donde las instituciones fallan, tal vez el teatro sea uno de los pocos lugares donde aún se puede decir la verdad. No vamos a cambiar el mundo solo con teatro, pero seguro que lo cambiaremos mejor con él que sin él.

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