En medio del ajetreo de los ensayos, Lucía Carballal mantiene una serenidad que contrasta con el ritmo intenso de la creación. La autora y directora presenta Los nuestros en la Sala Petita del Teatre Nacional de Catalunya (TNC), del 21 de noviembre al 7 de diciembre, una obra donde pasado y futuro se enfrentan a través del duelo de una familia sefardí. Una coproducción del Centro Dramático Nacional y el TNC, protagonizada por Miki Esparbé, Marina Fantini, Mona Martínez, Manuela Paso o Gon Ramos, que parte de la tradición judía del avelut —siete días de duelo compartido— para reflexionar sobre la identidad, la memoria y los vínculos que, pese a los conflictos, siempre vuelven a reclamarnos. Una pregunta atraviesa toda la función: ¿qué hacemos con la familia que heredamos y con la que proyectamos hacia el futuro?

Teatre Barcelona: ¿Por qué has creado esta familia?
Lucía Carballal: Tenía muchas ganas de escribir una obra sobre una familia. Como espectadora siempre he disfrutado de las ficciones que giran en torno a las dinámicas familiares; es un tema que siempre me ha interpelado. Tengo la sensación de que la familia es casi un género en sí mismo. Pensaba que sería difícil aportar algo nuevo. También me apetecía abordarlo ahora, que tengo cuarenta años: los padres, a esta edad, o ya no están o se van haciendo mayores, y aparecen con más fuerza preguntas sobre qué significa haber tenido hijos o no. Se dibuja ese árbol genealógico hacia el pasado y hacia el futuro. Y eso abre una mirada más panorámica sobre la vida y la familia.
¿Y por qué esta familia es sefardí?
Mi mujer es judía: proviene de una familia de origen judeomarroquí de Tánger que regresó a España en los años sesenta. La historia de mi familia política siempre me ha parecido muy atractiva. Y creo que es poco conocida la relación de España con esta comunidad judía.

En la pieza, esta familia está haciendo el duelo. Explícanos esta tradición.
Sí. Me interesa mucho esta tradición del avelut (el duelo judío), porque implica que hay emociones que se transitan mejor de manera conjunta, compartidas con los demás. Tendemos a pensar que las cuestiones más íntimas son individuales, pero en realidad compartimos la mayor parte de los procesos emocionales…
Y en este caso se reúnen por la muerte de la abuela.
Sí, la matriarca, que representaba el último vestigio de aquella vida anterior en Tánger. Con su muerte se cierra una etapa que tiene que ver con el origen y la identidad de toda la familia. Y eso impacta en las vidas de todos.
¿Esta tradición del avelut te ha hecho pensar en el valor actual de los rituales?
Sí. Me interesa mucho el avelut porque implica que hay emociones que se transitan mejor de manera conjunta. Tendemos a pensar que las cuestiones íntimas son individuales, pero en realidad compartimos muchos procesos emocionales. Nos pasan cosas parecidas y quizás los rituales nos permiten transitarlas colectivamente. En ese sentido, creo que un avelut y un acto teatral se parecen bastante.
«Me interesa pensar qué pasa con los lazos que no elegimos, los que nos vienen dados, y cómo podemos mantenerlos vivos mientras cambiamos y crecemos»
¿Es importante apoyarnos en “los nuestros”?
La obra plantea hasta qué punto la familia de origen puede seguir siendo un pilar. Digo “familia de origen” porque a veces no es biológica ni comparte ADN. A veces tenemos ganas de alejarnos de la familia para evolucionar. Pero la vida siempre te vuelve a poner delante la pregunta de cómo funcionan esos vínculos y qué papel tienen. Es como si inevitablemente tuviéramos que regresar a ella, aunque sea de forma conflictiva. No es tan fácil dejar atrás a una familia. Me interesa pensar qué pasa con los lazos que no elegimos, los que nos vienen dados, y cómo podemos mantenerlos vivos mientras cambiamos y crecemos.
¿Tienes respuestas para todo esto?
No. [Ríe.] Pero la función busca una mirada hacia el futuro. Los personajes cargan el peso del pasado pero solo pueden entenderse si miran hacia delante. En la pieza, el personaje de Pablo —interpretado por Miki Esparbé— llega a la casa con su mujer con la idea de tener un hijo. En un marco de duelo y despedida, lo que se pone en juego es la posibilidad de una nueva vida. El cambio de ciclo de una familia: una generación desaparece y otra está llegando. Siempre digo a los actores que la obra sucede en un limbo donde lo que muere aún no se ha ido del todo y lo que está por nacer aún no ha llegado. Cada personaje está en tránsito, compartiendo este duelo.

Lucía, ¿quiénes son “los tuyos”?
Te diría que es el equipo con el que he trabajado. No tengo hijos, pero he oído a madres decir que entre un parto y otro se olvida todo el proceso. El teatro es un poco igual: son procesos difíciles, llenos de incertidumbre, y cada vez olvidas cómo gestarlos. Con este equipo me siento muy acompañada. Y este proyecto también me está haciendo valorar aún más a mi familia. El privilegio de tener una.
Dime una frase de la pieza que te guste.
«Uno no forma parte de una familia hasta que no puede hablar de sus muertos».
Más información, imágenes y entradas:
Lucía Carballal es también autora de estos espectáculos:
