Soñar también es terrenal: los 'Vuelos' de Enrique Cabrera

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Después de la trilogía sobre artistas plásticos (Joan Miró en Constelaciones, René Magrite con Nubes, y los Pequeños Paraísos sobre el Bosco) le ha llegado el turno a Leonardo da Vinci, de hecho muy anterior en los intereses de Enrique Cabrera, director de Aracaladanza. Hemos podido hablar con él unos días antes de que lleguen al Mercat de les Flors con su nueva producción de danza para público familiar: Vuelos.

Da Vinci era escultor, inventor y también un gran cocinero” nos explica, como queda reflejado en una de las escenas, que no sólo tiene como referente el cuadro de La última cena, sino también con un fragmento sobre las artes culinarias y los buenos modales en la mesa. Esa singular personalidad polifacética del humanista del Renacimiento era lo que más les interesaba y durante casi 4 años han ido uniendo elementos hasta llegar a Vuelos: “no queríamos inspirarnos en su trabajo, pero tuvimos que centramos en algo. Y fue en una de sus principales obsesiones.”

Con ello se invita en la obra a una doble lectura: por un lado pone en valor los curiosos inventos (los ornitópteros) con los que intentaba hacer volar a los jóvenes colaboradores que se prestaban a sus ocurrencias. Vuelos fracasados, como podemos adivinar… De otra parte, se señala el valor que tiene para la humanidad y su devenir histórico la fuerza imaginativa, su ímpetu creador y ese deseo de volar. Y es que sin ese esfuerzo ingente por superarse, ir más allá y progresar, nunca hubiera sido posible muchos de los actuales logros técnicos. “Esas dos cosas tienen que jugar todo el tiempo: son inseparables, de hecho. No podemos estar siempre con los pies en el suelo; como tampoco imaginando y volando. Creo que hay en Leonardo un toque de realidad y otro de fantasía, tal y como yo vivo también la creación escénica: la imaginación nos hace libres” nos cuenta Cabrera. Algo que el adulto acaba perdiendo, pero que es tan importante en la vida infantil.

El de Aracaladanza es un trabajo de equipo: “cuando empezamos este proceso creativo, la idea inicial era dejar abierta todas las posibilidades. Luego se fue acotando el terreno. No queríamos explicar la historia del artista, ni plasmar sus obras en el escenario.” Por esa manera de trabajar queda todo “empapado” de muchas cosas de Leonardo da Vinci, pero la pieza tiene “entidad propia”. Y la aportación de los diferentes creadores implicados en el proyecto es fundamental y marca definitivamente su carácter poliédrico: la composición musical de Luis Miquel Cobo; el vestuario y escenografía de Elisa Sanz; la iluminación de Pedro Yagüe y el diseño de vídeo de Álvaro Luna. Sin olvidarnos de señalar el atrezo y maquinaria de Ricardo Vergne y Elisa Sanz.

En esa amalgama de elementos, el coreógrafo tiene el papel de “arquitecto que trabaja en el espacio con una materia prima que es el bailarín. Me encierro con ellos durante mucho tiempo y trabajamos casi desde el juego, más que la investigación -palabra que me parece muy sesuda-. Con pautas muy claras mías, pero con la posibilidad de que ellos saquen todo lo que pueden dar y hagan lo que crean que tienen que hacer.” Un proceso de baile que duró aquí cuatro meses.

Y además, como en todas las piezas de Aracaladanza, siempre en una particular búsqueda de la belleza: “una estética para todos, porque cuando trabajamos sobre una nueva creación en ningún momento pensamos que es para niños. Hay que tener una visión infantil para armar la composición, efectivamente. Pero no hay una flor para un niño y una para el adulto. Son la misma: eso lo enseña muy bien la naturaleza. Así que la experiencia de la mirada es idéntica para todos. Luego cada uno la experimentará de manera diferente.”

Texto: Jordi Sora

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