El actor argentino Ricardo Darín vuelve al Teatro Coliseum del 2 al 20 de octubre, con lo que se ha convertido en un clásico de su trayectoria teatral: Escenas de la vida conyugal.
Será la cuarta vez que podemos ver en Barcelona esta producción del texto de Ingmar Bergman dirigida por Norma Aleandro, estrenada en 1973 como serie y luego como película y obra de teatro, desde su primera estancia en el año 2014. «La única razón por la que se ha de ver de nuevo esta obra es por mi compañera, Andrea Pietra, una gran actriz que cambia la pieza cada día», comenta Darín, y añade: «Esta obra está en movimiento, está viva. Cada día tiene una resignifiació diferente y eso, para mí, la hace muy atractiva».
Darín ha cambiado en cinco años tres veces de compañera -vale Bertucccelli, Erica Rivas y ahora Andrea Pietra- y todo el espectáculo se ha tenido que reformulado: «Cada una de ellas tiene su propia singularidad y es eso lo que mantiene en el teatro vivo», explica el actor: «No hay nada más importante que la conexión de los actores al escenario.
Andrea Pietra, que también ha trabajado en diferentes ocasiones con la directora Norma Aleandro, comentaba que el público verá en esta obra «muchas cosas que conoce, algunas hacen sufrir y otras reír, pero sobre todo la obra lo que hace es generar debates tras todas las representaciones».
Para Ricardo Darín la obra es una crítica a la institución del matrimonio, un intento de recuperar el vínculo amoroso entre dos personas que provoca una catarsis en el espectador, porque a menudo se siente muy identificado. «Aunque trata de cosas casi trágicas, la gente no para de reír», sigue el actor. «Es una risa liberador, que permite reír de cosas desde fuera las que los personajes no pueden reír».
Sobre la historia
En Escenas de la vida conyugal Juan y Mariana (Darín y Pietra) relatan al público una secuencia de escenas que tiene que ver con su matrimonio y la relación que mantienen después de su divorcio. En un ámbito atemporal y sin referencias concretas a ninguna época, se entregan a un juego en el que son actores y personajes, traspasando la cuarta pared y haciendo cómplices a los espectadores.
Los conflictos que el autor plantea a lo largo de la obra están pensados, en esta producción del Teatro Maipo de Buenos Aires, de forma que el público acaba riendo de situaciones que en el fondo esconden un gran dramatismo y que obligan a seguir reflexionando sobre ellas incluso después de haber salido del teatro.