Per Carme Canet / @carmecanet
«Nominación es premio!». Esta es la frase que repetía una vez y otro, contenta como unas castañuelas, la actriz Rosa Boladeras, nominada a mejor actriz a los Premios MAX. Con ella y todos los que vinieron en representación de Temps salvatge y Els jocs florals de Canprosa nos encontramos en la alfombra roja una hora antes de empezar la gala. Arreglados y muy guapos, los compañeros elogiaban la corbata de Albertí, que pudo lucir un par de veces en el escenario, para recoger el premio a mejor director por Temps salvatge, y por el mejor texto de Josep Maria Miró, que no pudo venir. Una alfombra roja, en medio de la calle de las Angustias, continuación de la calle de la Libertad (donde acaba la libertad empiezan las angustias). Un pajarito me explicó que la organización pedía vestir en tonos azules o dorados a los nominados. (Había que quedar a tono con la escenografía y la imagen por pantalla). Esto hizo que se vieran trajes azules muy parecidos, y dorados prácticamente idénticos. Las comparaciones fueron inevitables. No os desvelaré el secreto de quien se encontró en esta situación y que señalaba discretamente: “Mira… vamos con el mismo traje”. Pero como en el monólogo de Capri: “La nuestra era más guapa”.
El Teatro Calderon es de aquellos como de juguete antiguo. Terciopelos rojos, dorados, luces tipos araña. Entrañable y cargadament bonito. El antigüedad de las paredes también hacía juego con la filosofía de la gala, dirigida por la directora escénica Ana Zamora, especializada en teatro clásico. Fue una gala teatral, muy teatral, y de homenaje a la cultura popular. Unas escaleras con mucha presencia, forradas como todo el escenario, hacía pensar que estabas en un lugar abierto. En el campo, con flores. Con una gran pantalla donde se proyectaba el cielo. Cambiante. Crearon una atmósfera exterior.
Hablando, manzana de Brossa en mano, con Jordi Prat i Coll (Premio a mejor adaptación por Els jocs florals de Canprosa) comentábamos que el espectáculo había sido elegante, ágil (al menos viéndolo en directo. A través de la tele no todo el mundo pensó el mismo).
Fernando Cayo recitó, actuó y cantó de forma contenida e impecable. Mucho teatro de texto, poesía y pensamientos de autores clásicos y contemporáneos, que llevaban la gala por los caminos de la Libertad. Y es que esto quería ser la gala, una Fiesta de la Libertad. Y lo fue.
Una vez más, se reivindicó la igualdad de la mujer en las artes escénicas, la equiparación de categorías técnicas con las artísticas, que quieren ser consideradas artísticas también, la precariedad del sector, la libertad de expresión.
Daniel J. Meyer (Premio a mejor autor revelación por A.K.A.) reescribió y adaptó el texto del pastor luterano alemán Martin Niemöller, “Primero vinieron a por los judíos”, que ataca la cobardía de todos los que no se quejan si las cosas no van con ellos, y no hacen nada para cambiarlas.
Jordi Prat i Coll hacía alusión a los jueces que meten en prisión a artistas y humoristas, y Josep Maria Miró, (premio al mejor texto teatral por Temps Salvatge) por voz de Xavier Albertí, reprochaba que en el mundo hubiera muertos en nuestros mares, refugiados, víctimas de violencia machista, pobres, criticaba la no separación de poderes, y el incomprensible hecho de que haya presos por defender sus ideas.
Está claro que la autoría, la dramaturgia, la dirección y la composición llenaron el cesto catalán de manzanas.
Sílvia Pérez Cruz (premio a mejor composición musical por Grito Pelao) explicó que los mejores discursos de la gala se habían hecho el día anterior, en reconocimiento a quienes hicieron de covers en el ensayo.
Albert Salazar (premio a mejor actor por A.K.A.) iba acompañado de su inconfundible hermano pequeño. Trajeados los dos. Los mismos nervios le hicieron reír más que hablar, y al acabar confesaba dos cosas: que no había podido decir lo que hubiera querido decir, y que admiraba a Nacho Guerrero, de la serie La que se avecina, compañero suyo de nominaciones.
De todo lo vivido en poco menos de cuatro horas (entre poner el primer pie en el Calderón y marcharse) quizás lo más emocionante fue precisamente la emoción: la emoción que transmitían los de A.K.A., eufóricos y muy felices; la emoción de los jóvenes bailarines de la gala y a la vez a menudo presentadores anónimos, una emoción patente en su sonrisa; la emoción del equipo de Ylliana (the opera locos) que se sentaron a mi lado y les salía la alegría en forma de canto operístico, charla desaforada y miradas cómplices.
Emoción de Concha Velasco que recibía en su ciudad natal el reconocimiento de toda una carrera. Emoción que se mostraba en una mirada que, como dice José Sacristán en el programa de mano, era “tan pilla como inocente”.
Pero la emoción de un sueño hecho realidad lo expresaba Rosa Boladeras, que hiperventilada me decía al salir: “Cuando vendía por el pasillo (Concha Velasco) me ha dicho “¿me ayudas?”, y le he dado la mano y lo he ayudado a subir. Es lo más emocionante que me ha pasado a la vida”.
Y así acababa una noche en la que en vez de “nominación es premio”, nominación es haber podido dar la mano a Concha Velasco.