Montse Germán (Sabadell, 1969) acepta encantada que la llamemos «chica Dueso», porque vuelve a ponerse a las órdenes de un director y dramaturgo al que considera un maestro desde que salió del Institut del Teatre. A lo largo de los últimos treinta años, Manel Dueso la ha dirigido en cinco espectáculos; el último, este Jambo Bwana, que la llevará a pasar la Navidad en la Sala Petita del Teatre Nacional, del 17 de diciembre al 11 de enero, junto a Àurea Márquez, Antònia Jaume y Usu Tambadou.

Quería saludarte con un “jambo bwana”, que significa “hola” en suajili, ¿verdad?
Sí, y también es una canción. Manel Dueso conoce bien África, ha ido muchas veces y quiere mucho a su gente. Jambo Bwana quiere ser un canto a la vida, a la unidad de las personas en el mundo. En este momento terrible que vivimos, él nos pone África como referencia, porque es allí donde empieza todo, un continente del que nos hemos aprovechado mucho.
El pretexto es aparentemente sencillo: tres amigas que se reúnen antes de Navidad para pasar el fin de semana juntas. Una de ellas ha sufrido una agresión.
Son tres personajes que tienen cada uno su propio drama y están al límite. Nos reunimos para pensar en cómo vengar la agresión sexual que sufrió la amiga (Àurea Márquez), pero han pasado dos meses y aquella rabia que tenían se transforma. Lo que hacen es apoyarse mutuamente, porque a pesar del trauma, el sufrimiento, las desgracias, pese a todo, no nos queda más remedio que mirar hacia adelante. En un momento dado, ocurre algo que cambia radicalmente el curso de los acontecimientos.
Y ahí entra Usu Tambadou.
Samba simboliza la pureza y limpia un poco el karma de estas mujeres rotas y las coloca en un lugar de esperanza. Ellas representan a nuestra sociedad, y él es ese Tercer Mundo que, cuando le ponemos nombre, entra en nuestra casa y nos modifica. Es un reconocimiento a ese continente maltratado por Occidente.

Manel Dueso escribe un teatro muy oscuro, violento, que enfoca lugares donde no querrías mirar. Estas tres mujeres piensan en una solución extrema. ¿Son tres víctimas con la tentación de rebelarse de mala manera?
Sí. La agresión sexual, explicada por Àurea, es muy bestia y muy potente. La obra te muestra esa oscuridad, que te incomoda, te la pone delante y, en caliente, te pondrías a hacer una escabechina.
¿Cómo es para un intérprete pasar por eso? Para el espectador, son relatos muy íntimos e intensos.
De eso se trata. Manel explica a los personajes a través de lo que esconden. Tienen que atravesar este dolor. No se trata de usar tus vivencias, de recordar “mi padre murió” para llorar en un momento dado. Para mí no va por ahí, sino que tiene que ver con conectar con la emoción que crees que tiene el personaje. Él te pide que transites las emociones de verdad, que no sea impostado; y sabe distinguir muy bien qué se cree y qué no. Para mí es uno de los mejores directores de actores que hay en este país.
Compartisteis la primera obra hace treinta años. ¿Cómo recuerdas a aquella Montse?
Siempre he trabajado desde la verdad, y supongo que, cuando vas creciendo, madurando y teniendo experiencias, esa verdad tiene más profundidad, más poso. Es el tópico de la carrera de fondo. Siempre he tenido la sensación de que mi vida ha ido muy en paralelo a lo que les pasaba a los personajes. Y cuanta más experiencia tienes, más puedes enriquecerlos.
«Como actrices estamos aquí para hacer de espejo del público»
¿Te sientes cómoda poniendo el cuerpo en estos papeles con un punto de denuncia?
Sí. Como actrices precisamente estamos aquí para hacer de espejo del público, para que a través nuestro entienda muchas cosas, tome decisiones, se entiendan mejor a sí mismos… Somos como un canal. No he podido elegir demasiado a lo largo de mi trayectoria, pero todo lo que he hecho lo he hecho convencida y no he tenido que asumir papeles porque necesitara comer.
¿Te estimula el abismo de la dificultad de un papel?
Me gusta mucho ponerme a prueba, sí. Es muy estimulante pensar que puedes hacer estos saltos mortales. Llevo muchos años compaginando la televisión y el teatro y, con el tiempo, tienes unas herramientas, un oficio, y te sientes capaz de sacar adelante cualquier reto en el escenario. No lo abordo nunca desde el miedo, porque no pienso en el resultado, en si será un éxito o no.

El teatro es tu vocación de juventud, pero la gente te reconocerá más por tu presencia constante los últimos veinte años en TV3, desde Laberint d’ombres, pasando por Infidels y ahora ocho temporadas de Com si fos ahir. ¿Hay pros y contras?
Combinar las dos cosas es duro, por tiempo y por logística: son ritmos y horarios totalmente distintos. Aún es más fácil compaginarlo con el cine. Pero tener una serie diaria, para mí y para todos los actores del mundo, significa seguridad, tranquilidad, poder hacer colchón en un trabajo tan inestable: es un regalo caído del cielo. Yo siempre defiendo la serie diaria. Es como trabajar músculo: estás siempre resolviendo escenas, conectando con las emociones, y tienes que resolver rápido. Ahora bien, sabes que cuando se acabe volverás a vivir esa incertidumbre —que esperemos que no sea tanta.
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