Sílvia Albert: "De voz ya tenemos, no hace falta que nos la den, solo que nos escuchen"

Rubén Garcia Espelta


Por Sem Pons
/ @semponspuig

5 años y más de 100 bolos avalan el éxito de No es país para negras, un espectáculo creación de Sílvia Albert, donde narra su experiencia vital siendo negra en España. En Barcelona sigue girando con su espectáculo en diferentes ciclos durante estos meses, pero hará temporada estable en la Sala Fénix del 2 al 24 de mayo, y ya prepara su nuevo espectáculo, que verá la luz en julio, en la misma sala. Es un buen momento para hacer balance y charlar con ella de racismo y teatro.

 

¿Quién es Sílvia Albert?

Yo soy Silvia Albert Sopale. Destaco el apellido de mi madre porque si no no se me identifica. Nacida en San Sebastián, hija de una bubi de Guinea Ecuatorial y de un igbo de Nigeria. Soy madre, compañera y actriz. Y soy una mujer inquieta que me meto en muchos follones.

 

Actriz casi casi lo has dejado al final.

Sí, porque realmente creo que ha sido de las últimas cosas que han llegado en mi vida. Yo me formé como actriz en el 98, terminé mi licenciatura en 2002 y desde ese momento han sido otras cosas las que me han estado moviendo por la vida, tenía otras inquietudes. Trabajé de camarera, trabajé de regidora, trabajé en la línea erótica… Experiencias vitales, al final. Me fui a Londres y acabé trabajando en Grecia, de animadora.

Cuando estudié teatro no sabía qué tipo de teatro me gustaba, pero sí aprendí todo lo que no me gustaba. Así que hice otras cosas, viví… te diría que hasta hace dos años no vivía exclusivamente del teatro. Fui madre, me hice inquieta y más activista. Entre comillas, porque activista es una palabra muy grande. El teatro es la única profesión en la que no soy intrusa.

 

¿Y todavía ahora no te consideras activista?

Activista dentro del teatro sí. Pero la palabra activismo es muy grande y a veces noto que ha perdido la fuerza, todo el mundo es activista por un post en Facebook. Para mi ser activista es tener una implicación mucho mayor, es entender la lucha, la colectividad y los objetivos a cumplir, y también la trayectoria de cada uno. Y yo hago activismo en el teatro, hablo de racismo en el teatro. Y como me ven negra, ya muchos creen que puedo hacerlo todo, me piden que haga charlas de feminismo negro, y no. Soy feminista, sí, soy negra, pero no soy especialista en ese campo, y hay otras mujeres negras feministas que sí lo son.

 

Desirée Bela (activista afrodescendiente) ya lo dice, también, que cada una habla de lo que conoce.

Claro, pero es normal ese deseo de querer hablar de todo, de agradar a los demás. Es humano. Pero no puedo centrarme en todo a la vez, hace que me pierda. Pero bueno, que igual dentro de tres semanas respondo a alguien que sí soy activista (risas).

 

Me comentabas que cuando estudiaste teatro no te gustó lo que veías. Hoy en día cada vez más hablamos de la mirada feminista dentro de la educación, también la teatral, pero nos olvidamos de que nuestro discurso educativo es puramente eurocéntrico y blanco. ¿Cómo lo cambiamos?

Es ponerle conciencia, ver dónde fallamos. Lo que hace el feminismo me parece perfecto y podemos aplicarlo exactamente igual con la lucha antirracista, con las necesidades étnicas. ¿Qué autores existen, aparte de los autores europeos blancos que ya conocemos? ¿Qué narrativas? ¿Por qué el teatro latinoamericano es considerado casi de segunda, salvo excepciones blancas? Y no hablemos ya del teatro africano, que no se conoce casi nada, a no ser que nos vayamos al exotismo. Las escuelas tienen que empezar a trabajar en eso. Si ponemos la mirada feminista y antirracista en cuestiones políticas también debemos hacerlo en cuestiones culturales, y podemos empezar a hacer las investigaciones necesarias para descubrir esas nuevas miradas.

También romper con la idea de que las mujeres negras o los hombres negros tan sólo pueden hacer personajes negros, abordar porque las personas racializadas tan sólo pueden ejercer esos roles. Eso continúa ocurriendo en el Institut del Teatre. Ya desde estudiante se te encasilla, y recordemos que ese racismo también lo aprenden los futuros directores de teatro.

 

En otros países hay experiencias enriquecedoras. En Estados Unidos triunfan los musicales de Lin-Manuel Miranda, que ejerce una mirada distinta en Hamilton o In the heights. O la Royal Shakespeare Company, en Londres, monta un Hamlet con un plantel de actores y actrices negras. ¿Crees que son modelos para tener en cuenta? ¿Hay un modelo a seguir?

No, no existe un modelo correcto. Yo creo que es interesante poder conocer los diferentes modelos que hay y desde ahí hacer nuestro propio, pues la historia de España no tiene nada que ver con la historia de Inglaterra. Respecto a la negritud, no tenemos nada que ver. Aquí hay una ignorancia absoluta de cuál es nuestro pasado, la corresponsabilidad que tenemos con la esclavitud, con las colonias. Sigue habiendo racismo muy naturalizado, no somos Inglaterra o Estados Unidos, creo que ahí hay más consciencia acerca de la esclavitud y el racismo tiene otras formas, más sutiles. Tampoco como mujer negra a mí me tiene que servir el modelo de mujer negra americana, y que conste que We Love Angela Davis, ¿eh? Pero miremos las diferencias entre las diferentes negritudes. No es lo mismo ser yo, que he nacido en San Sebastián, o Yolanda Sey que es de Vic, o Karo Moret que nació en Cuba o Remei Sipi, que nació en Guinea Ecuatorial. Somos cuatro mujeres negras compartiendo el mismo espacio y tiempo, pero nuestras influencias, historias y necesidades son distintas, y nuestras reivindicaciones también lo son. Estamos hablando de una cosa compleja que como dice Karo se merece ser tratada en el teatro también con esa complejidad.

A raíz del vídeo que hicimos las actrices y actores negros sobre el caso d’Àngels a Amèrica, formamos un colectivo que se llama Tinta Negra, y estamos discutiendo todo eso. Y estamos investigando, viendo qué pasa en otros países, qué ha funcionado y qué ha fallado. ¿Funcionan las cuotas, por ejemplo, en nuestro caso? No lo sé. Hay que analizarlo.

Da miedo también que se os encasille, como suele pasar, en ciclos específicos de teatro racializado. Tu espectáculo, No es país para negras, lleva 4 años y más de 100 bolos, una salud que muchos envidiarían para sus espectáculos, pero todavía no ha sido motivo suficiente para llegar a las salas comerciales. Y en España hay más de dos millones de personas afrodescendientes viviendo, y que podrían ser público del espectáculo.

Y ahí excluyes a los que están en situación irregular. A los manteros, por ejemplo. Si juntamos los minorizados, si sumas los latinos, los árabes… el porcentaje de gente no caucásica aumentaría muchísimo.

En cuanto al espectáculo, creo que hay un salto ahora que lo haremos en el Teatro del Barrio, en Madrid. Lo hubo con el Off Latina o la Fénix, aunque en este caso fue en un ciclo de mujeres. Y a ver, No es país para negras es comercial. Los números salen, sino no me programarían. Las salas siempre hablan de crear nuevos públicos, ¿pero que hacen para conseguir esos nuevos públicos?

 


Cuesta romper la idea del programador, que al final piensa en dinero, y que ve que el público objetivo del espectáculo No es país para negras es probable que tenga una capacidad económica menor y no pueda pagar 20 o 30 euros por una entrada.

El público objetivo es muy amplio, la obra no sólo interpela a la comunidad racializada, sino también a las personas aliadas y puede interesar a todo el que le guste el teatro. Y me pregunto ¿cuántos programadores han visto esta obra? Lo que me he encontrado en Barcelona ha sido la respuesta de una sala que temía que el público ya se hubiera quemado, después de su respuesta realizamos más de 10 representaciones en diferentes espacios de la ciudad, agotando localidades. Aunque está fuera del circuito, de la forma de hacer «teatre català». Quizás soy más directa, más cruda, más política.

 

Pero es algo que también puede hacer Alberto San Juan.

Sí, pero no tiene la etiquetita, y todos sabemos por qué. Pero la gente opina porque no ha visto la obra. Una gran parte del sector teatral no ha venido. Creo que la obra sólo tiene una crítica “oficial”, y luego varias opiniones.

 

Cómo dos burbujas que no se conocen, la burbuja del teatro blanco y otra en la que te sitúas tú, en dónde el espectáculo sí es conocido y reconocido.

Sí, soy periférica en mi día a día por ser mujer negra y periférica por hacer el tipo de teatro que hago, pero a mí desde luego es el teatro que me gusta, me gusta esta confrontación. Y tengamos presente que desde mi burbuja soy muy consciente de la existencia de la suya, de su funcionamiento, pero no va en ambos sentidos. Hablamos de racismo, de machismo, de abusos. Sí.

 

Pero esta entrevista se publica en un medio que, probablemente, es leído mayoritariamente por blancos. El teatro también lo explicamos medios con mirada eurocéntrica, ¿no? ¿Cómo mezclamos las dos realidades?

Bueno, lo importante es que deis ese paso, ser valientes. Lo que yo hago no deja de ser teatro, hay código teatral, es una puesta en escena. Hay que salir de la zona de confort. Pero No es país para negras también es un lugar seguro, que no se preocupen.


Lo dices como si la obra no fuera de aquí, como si lo que cuentas en ella no fueran vivencias de gente que vive aquí, que comparte calle con los blancos, que comparte escuela, trabajo. No hablas de algo alejado de la realidad de nuestro país, y sin embargo parece para muchos que sí lo es.

Sí, es curioso ahora que me lo dices. Pero hasta que una persona negra no entra en tu círculo más íntimo no empiezas a ver ciertas cosas y a recapacitar. Compañeros de trabajo podemos ser sin que haya vínculo ni interés real por las vivencias de esa persona. Pero el antirracismo es una cuestión de todo el mundo, no solo de los que sufrimos racismo. Pero el teatro puede abrir los ojos a mucha gente. A gente a la que le da miedo afrontar tanto dolor. También hay dolor en la comunidad blanca. Una vez en un coloquio una chica se marchó llorando, y luego entendí que lo hizo porque le dolía reconocerse como una racista, por haber causado dolor. Pero no buscamos culpabilizar a las personas blancas por la historia, queremos evitar la culpabilidad, y empezar a hablar de responsabilidad. Si ves la obra, entenderás en qué la has cagado, y podrás hacer algo para cambiarlo.

Lo que aparece en la obra es mi experiencia, la de mis amigas, experiencias que he encontrado en internet, otras que he inventado… es teatro, al fin y al cabo. Pero lo intento hacer desde una perspectiva amable, que la gente también se ría, al final.

 

Sí, pero hay diferencias en cómo vive la obra el público blanco y el no caucásico. Tú cuentas chistes racistas durante la obra, y los blancos ríen, y los negros lo perciben desde el dolor y la violencia.

Es el debate de moda, el de los límites del humor. Porque hasta el momento sólo unos cuántos se han reído, y ahora empezamos a cambiar. “Oye tú, deja de reírte de mis miserias y ríete de las tuyas”. Porque yo puedo reírme con un amigo blanco de según qué cosas, en mi círculo estrecho de confianza y respeto, pero si en la calle y en sitios públicos te ríes para humillar y generar diferencias, es dónde está el problema de tu humor. Cuando todos tengamos los mismos derechos, entonces ya podremos reírnos todos de todo. Yo en la obra hago el chiste racista y los blancos se ríen, pero luego les doy la hostia en la cara y lo entienden.

Aunque admito que hay veces en que todavía algunos blancos se ríen sin hacer la reflexión. Hay un momento en que canto la canción del Colacao, y hay veces que el público, muchas veces adolescente que ni la ha visto por la tele, la canta a coro y se la saben de memoria. Es racismo aprendido. Esto me ha servido para darme cuenta de que la obra está viva, y que tengo que hacer cambios para adaptarme y buscar esa reflexión en el público.

Y muchas personas negras se ríen también durante la obra, porque les pasa a ellos, porque les pasó, porque la risa es terapéutica.

¿Cómo han vivido el resto de las comunidades racializadas el espectáculo?

Mira, hace poco vino a vernos Chenta Tsai en Madrid, y escribió en su columna en El País sobre ello. Sobre la necesidad de incomodar y de sentirse incómoda. En Barcelona ha venido a vernos mucha gente de la comunidad gitana, la asiática, la marroquí… incluso niños de 13 o 14 años, que aún me dicen que se ven reflejados en muchas de las vivencias que yo tuve y que explico ahí.

 

Interpela en definitiva a cualquiera que haya sufrido una discriminación.

Sí, aunque evitemos la comparación. Cada discriminación es distinta. En los coloquios cuando hablamos sobre el racismo que sufren las personas negras a veces me dicen que en España no hay racismo, ya que para ellos el racismo es igual a agresiones físicas. Entonces menciono a la comunidad gitana, y se quedan en silencio. Ahí se cae todo, ya no se puede decir que es porque son extranjeros o cualquier excusa. Creo que la obra puede ser una herramienta más para todas las etnias y todas las personas que han sufrido o ejercido. Incluso gente que sufre discriminación por otras cuestiones, por sus capacidades físicas. Creo que estamos generando cosas, dialogando.

 

Diálogo ha habido también últimamente en el sector teatral a raíz del caso de Àngels a Amèrica, en el que un actor blanco interpretó a un personaje negro que vivía experiencias racistas. ¿Crees que eso finalmente ha servido de algo?

Yo creo que sí. Yo creo que ha servido para hacer un zasca a todo el mundo y que hayan empezado a mirar, hayan empezado a plantearse qué está pasando, o si están siendo excesivamente eurocéntricos. Hay quién no quiere perder espacios de privilegio, y es respetable. Están muy cómodos ahí. Pero se está hablando qué tipo de teatro queremos. Las feministas están comenzando a entender la interseccionalidad, están cediendo espacios de poder para que nosotras también como mujeres racializadas podamos aportar la lucha feminista y la lucha antirracista. Eso es fantástico. El cambio de director del Lliure también sienta un precedente, habrá que ver la programación del próximo año.

 

Falta pasar a la acción, dejar la reflexión y empezar a cambiar cosas de verdad.

Sí, pero que pasen a la acción todos, ¿eh? Todos los teatros, me refiero. Que a veces algunas tenemos fijación con ese teatro, pero oye, vamos a poner también el foco en los demás, no sólo en los públicos. ¡Es que son tantos los errores que se han cometido! Hace nada se cogió la imagen de Chimamanda Ngozi Adiche para ilustrar un ciclo de feministas que dejaba fuera la negritud y a Ngozi. Y de eso no tiene la culpa Lluís Pasqual, ¿eh? Ha habido un equipo que lo ha aprobado. No eran imposiciones.

Así que celebro la nueva línea del Lliure, pero ahora hace falta que se pase de la intención al hecho. Nosotras ya estamos ahí reclamando, y nos vamos a ir, porque esos también son nuestros espacios. Y gracias a las alianzas de mucha gente dispuesta a ceder creo que podremos hacer grandes cosas.

 

Cuando tú dices que este no es país para negras, muchos blancos se enfadan y dicen que sí lo es. Y te ponen de ejemplo que en Operación Triunfo ganó un negro, como si el hecho anecdótico fuera la realidad de toda la comunidad negra. Como las Sey Sisters han abierto temporada en el TNC, ya está resuelto el problema.

Claro. Pero pensemos, ¿qué se quiere conquistar? ¿Cuáles son los espacios de conquista? No son ni un concurso de televisión ni una cartelera. No es que yo consiga trabajo de actriz, sino que el fontanero o la barrendera o la doctora también lo hagan, también encuentren trabajo. Que se respeten los derechos a los que están en la frontera sur, tenemos que abolir ya la Ley de Extranjería. Está muy bien que un negro gane OT, sobre todo porque es muy visible y poco común, como cuando César Brandon ganó Got Talent. Pero la gente sigue muriendo en las fronteras, hay deportaciones en caliente, se le deniegan los pisos a los migrantes.

 

¿Hay miedo de que se quede la lucha aquí? “Yo ya tengo mi visibilidad, dejo a gente en el camino”.

Hay parte de gente de la comunidad que va por eso, está claro, que su activismo es una búsqueda de trabajo. Lo hablamos mucho en Tinta Negra. Que esto no es solamente para nosotros, es para nuestras hijas y para las hijas de las vecinas, las que quieran ser actrices y las que no. Se trata de acercar una cultura, y acercar la cultura significa que haya un plan específico para que las personas que nunca han ido al teatro y que no tienen esos recursos puedan hacerlo. No es darles el 50 por ciento de descuento, tienes que ir a sus espacios de socialización y hacerles saber que pueden ir al teatro.

 

E interpelarles también con historias que les interesen.

Eso es lo principal, porque para ver las historias de siempre, que no me hablan a mí ni de mí, pues que quieres que te diga. Que los jóvenes van al teatro con el instituto, y viendo lo que ven, es normal que no quieran volver. Pero por suerte muchas activistas se han dado cuenta que esto es también lucha de clases, que se trata de ceder espacios, bajar el volumen para que se escuche la voz de “las otras”. Porque de voz ya tenemos, no hace falta que nos la den, sólo que se nos escuche.

 

Además, hay un doble discurso. Hacemos una campaña como Baltasar de veritat, pero luego en programas de entretenimiento masivo como Tu cara me suena hay blackface constantemente.

Es que el racismo no se entiende. La gente cree que el racismo es que el Ku Kux Klan esté en la puerta de tu casa o que una panda de skins te pegué una paliza o te persiga en la calle. Todo lo otro no lo es, se niega. Hace poco estuve en La Palma, un sitio donde me trataron maravillosamente y la gente es estupenda. Pero tienen ahí a la Negra Tomasa, un hombre blanco que se disfraza de mujer negra para el carnaval de los indianos, y hace blackface mientras el resto del pueblo se echa polvos de talco blanco y le toca el culo. ¿Cómo hago entender a esta gente tan maravillosa y cariñosa que vino a ver mi espectáculo que lo que hacen luego con la Negra Tomasa es racismo?

 

Se interpreta como racismo sólo lo que es malintencionado.

Correcto. Pero es racismo igual. Y la gente se pone a la defensiva y se cierra en banda. Deberemos quizás usar otra forma de comunicarnos, para decirles que dejen de hacer esas acciones, hacerles entender que deben cambiar si quieren evitar hacerle daño a la gente. Igual que Vox está creciendo mucho porque tiene un discurso, nosotros tenemos que conseguirlo también tocando otras fibras, las de la empatía.

 

Que yo, hombre blanco, te haga a ti, mujer negra, una entrevista sólo sobre racismo, ¿es racista?

Hay quién dice que sí. A mi particularmente no me importa. Sería racista si le hicieras esta entrevista a Lucía Mbomio o a Desirée Bela, que saben de muchos otros temas aparte de este. Yo me siento cómoda hablando de esto, y quizás no de otros temas que no me interpelan o no me interesan. Pero es interesante que te hagas la pregunta. Y que vayamos más allá. Que puedas ir a buscar a personas negras como expertas en otros temas, porque lo son. Igual que una feminista te puede hablar del cultivo de la patata en Asia, porque quizás sabe del tema. Las negras no sólo sabemos de racismo.

 

¿Y cómo trasladamos el ciberactivismo a la realidad? Da miedo que discursos tan interesantes como el de Desirée Bela o Rubén H Bermúdez se queden en una burbuja virtual.

Sé que Rubén está haciendo bastantes charlas y talleres, y Desirée también. Es una forma de trasladarlo a la cotidianidad.

 

¿Pero y en nuestro sector, el teatral? ¿Cómo pasamos del discurso, de lo simbólico, a cambios reales que afecten de verdad y mejoren las condiciones de vida de las personas?

Desde el colectivo lo estamos hablando, sí. Igual que está el decálogo de buenas conductas en el feminismo, podríamos generar un decálogo de buenas conductas antirracistas y que todos los teatros y las escuelas de interpretación lo apliquen, y que esto lo apoyen también las instituciones con las subvenciones. Y por favor, dejar de contar siempre las mismas historias, por mucho que le llamemos clásicos. No lo son para todo el mundo, son clásicos eurocéntricos. Carla Rovira estuvo haciendo un taller de teatro para adolescentes en Japón y me contó que a la hora de plantearles los distintos clásicos de teatro que podían hacer, ellos se quedaron… «¿Qué clásicos? Estos no son nuestros clásicos».

Y es esa la idea. Que hay muchos huecos que necesitamos llenar con las otras historias. Las que no se han contado. Llevamos aquí un montón de tiempo y no estamos llegando. Tenemos que llegar.

 

Tú en el espectáculo comentas que no tenías referentes afrodescendientes en tu infancia, aparte de tu entorno familiar. Pero ahora tú, desde tu posición, puedes llegar a ser un referente para las nuevas generaciones. ¿Te da coraje esa responsabilidad?

Sí, empecé creando esta obra buscando referentes para mi hija, y me convertí en uno. Me vienen niñas jóvenes, me escriben, me hablan y me tratan de referente. Es una gran responsabilidad. Pero también exijo mi derecho a equivocarme, a ser incongruente. A meter la pata. Por suerte, la responsabilidad se lleva bien porque me siento respaldada por gente que responde como puede cuando se la llama.

Aunque ya iba siendo hora. Estamos ocupando espacios, con Afroféminas en los medios, las Sey Sisters haciendo música, Denise Duncan escribiendo obras. Y que al final yo no hablo en nombre de toda la comunidad negra, yo sólo cuento mi experiencia, y otras cuentan las suyas. Eso es la diversidad de verdad. Y estoy preparada para que algún día las nuevas generaciones me digan «tú no me representas». Porque trabajamos desde el diálogo constante y no desde el liderazgo y el personalismo. Hoy estoy aquí y mañana podría no estarlo.

 

¿Y ahora qué? ¿Algún proyecto nuevo sobre la mesa?

Hay tantos (risas). Yo hago 20 cosas a la vez siempre. Pero ahora me estoy planteando si hago el salto al siguiente nivel, si salgo de mi zona de confort, la de la precariedad. Pero para hacerlo tal vez necesite algo más, el compromiso de un teatro para que me programe, quizás. Pero sí, quiero seguir en la línea de teatro del que hablamos, llegar a más gente. En sitios, en comunidades donde he hecho el espectáculo me preguntan si tengo más. Que en vez de gastarse el dinero en una comida prefieren invertirlo en ver otra obra de teatro. Gente que normalmente no va al teatro, y que te ven, y luego quieren ver más cosas.

 

¡Eso es creación de nuevos públicos!

Exacto (risas). Me gustaría hacer muchas cosas, también Stand Comedy, por ejemplo. Adoro a Trevor Noah, y me encantó lo que hizo en Netflix. Y haciendo algo así puedes llegar con un monólogo a otro público que normalmente no los ve. Es una forma genial para transmitir, un lenguaje muy directo, con el que puedes cambiar paradigmas y sacudir un poco. Que es lo que hemos venido a hacer.

Escrito por
Rubén Garcia Espelta TWITTER

Periodista y gestor cultural. Responsable de contenidos editoriales de TeatreBarcelona.com. Ha trabajo en medios como Catalunya Ràdio, El Periódico de Catalunya, La Xarxa, Ràdio 4 o Rac1.

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