Se han encontrado en más ocasionsa el escenario. Son dos voces especiales, populares y generadoras de emociones. Sílvia Pérez Cruz y Rocío Molina.
Ambas perfilan con su cuerpo una conexión intensa con el público. La catalana, desde la música y la composición. La andaluza, desde la radicalidad del lenguaje flamenco bailado. Ambas dibujan hilos de continuidad con la tradición, a la vez que experimentan en los márgenes. Se reúnen en una de las noches singulares del Grec 2018 bajo el título Grito pelao.
Compromiso, feminidad, libertad e identidad en una misma sesión. Cantada y bailada. El deseo de ser madre como trasfondo del grito. Este encuentro genera una oportunidad que saben delicada y necesaria: aprender a ocupar el espacio de la otra.
Empatizar con la experiencia de otra mujer, de raíces similares pero con perspectivas diferentes. Nos equivocaríamos si pensáramos que sólo hay una maternidad posible. Simplificaríamos si no nos diéramos cuenta de que se justifica concretamente desde la mirada de una mujer, desde su posición única e individual.
Por eso este ejercicio de reunir dos personalidades tan destacables es un regalo en la programación de este año. La transparencia de Sílvia Pérez Cruz; alegría y tristeza, ternura y determinación en cada sonido. La luminosidad de Rocío Molina; temperamento y delicadeza, sensibilidad y acento en cada movimiento. La obra nace de aquel anhelo interior: el de la bailaora. También de la inseguridad para saber hasta qué punto será capaz. Ser madre. Ella sola. Y el entramado de circunstancias: las relaciones con los demás, la maternidad, la identidad lésbica y el nacimiento.
En el escenario, Lola Cruz, la madre de Rocío; la cantante, madre a su vez; y el grito (des) esperanzado dela flamenca. Entre las tres crean un vínculo: dar a luz las une. El milagro de la vida. Actúan, cantan, bailan las tres. Performativamente: que en anunciarse, realiza la acción que significa. Pues el acto creativo es un instante de aliento, una llamarada vital, un canto a la existencia.
Con dos canciones nuevas, de letras lorquianas, y la dramaturgia de Carlos Marquerie, el flamenco de Rocío Molina pone en cuestión la eterna pregunta sobre la tradición. Por la temática particular de esta pieza, pero muy especialmente porque es la excusa ideal para explicar una vez más que su gesto libre y osado es una voz nueva que enlaza con generaciones pasadas y es proyección de futuro. De la que es creadora absoluta. Madre. Experiencia irrepetible y compartida que une la historia.
Recacció: Jordi Sora @escenadelamemoria
Foto: Maria Agar
Quines ganes de poder disfrutar d’aquestes grans artistes!! Moltísima merda