Los mejores macarrones y tortillas de patatas del mundo, también los mejores abrazos. Tardes infinitas de verano en casa los abuelos, probarme su ropa, zapatos y joyas, y los balcones y alféizares de las ventanas llenos de flores. Su día a día entre fogones, sábanas y bayetas, y un delantal de cuadros azules y blancos que no se sacaba ni para mirar la telenovela de después de comer alcachofada, por fin, en el sofá. Éstas son algunas de las cosas que recuerdo más de mi abuela, seguramente muy parecidas a los recuerdos que muchos puedan tener de las suyas. Lara Díez Quintanilla (Lleida, 1985), sin embargo, tuvo la suerte de tener una abuela que, en cierto modo, también le hizo de madre. Díez no sólo pasó una infancia muy feliz junto a su abuela materna, sino que también compartió algunos de los momentos más divertidos de su vida. Cuando en el 2022 la abuela ingresó en el hospital durante once días, Díez lo dejó todo para permanecer a su lado hasta que muriera. Quería (necesitaba) estar presente en el momento de traspaso y despedirse debidamente. A diferencia de lo que se podría pensar, sin embargo, ya pesar de todo, la tristeza no fue la única emoción presente en aquellos días. Según relata Díez en persona, abuela, limpia e hija (la madre de Díez también estaba allí), cantaban y bailaban canciones como “Al compás del chachachá” entre esas cuatro paredes blancas iluminadas con fluorescentes. Sin saberlo, entre ese desbarajuste de emociones, Díez empezaba a gestar el homenaje hacia su abuela, una de las mujeres de su vida, creando Mary.
«Me había preparado muchos años para la muerte de mi abuela», explica Díez. Mientras ocurría aquellos últimos días con ella en el hospital, la revista Entreacte le pidió un relato corto para la contraportada. “Por las noches, después de pasar todo el día en la habitación con mi abuela, empecé a reunir una serie de experiencias importantes de mi vida: por un lado, tenía muchos familiares que me contaban anécdotas de familia y, por otra, creaba muchos temas de autoficción y relatos en primera persona.” Entre el silencio y la quietud de las horas de espera en el hospital, Díez empezó a escribir la historia de su abuela, nacida en 1928. “Aquello me hizo pensar muy profundamente sobre lo que se acuerda de nosotros. Qué queda. Y es absurdo y precioso a la vez darse cuenta de que realmente son pequeñas anécdotas y pequeños detalles los que perduran.” Lo que empezó a ser una pieza para una revista, se convirtió poco a poco en una obra teatral sobre las mujeres y los mitos fundacionales de su familia. Aquel baile sobre la silla durante una sobremesa de Nochebuena; aquella anécdota que siempre cuentan sobre la tía… Aquellas pequeñas cápsulas de vida que se convierten en significativas en la biografía de una persona y de toda una familia entera. “Era precioso como una frase hecha, una palabra o una imagen que nadie entendería si no fuera de nuestra tribu, podía hacer cambiar el humor de aquella habitación y hacer que nos echáramos a reír sin cesar o nos emocionáramos colectivamente” , explica Díez.
En Mary, Díez desgrana la historia de su familia como una matricela que contiene a las mujeres de su vida. Con humor, ternura y amor, consigue desplegar un monólogo de autoficción sobre sus raíces mirando con autoficciones que hemos podido ver en temporadas pasadas como El gegant del Pi de Pau Vinyals. Preguntarse qué es verdad y qué es mentira de lo que se explica será inevitable, pero permítanme hacer un pequeño spoiler: en la obra, uno de los momentos ficcionados es cuando Mary, después de morir, anuncia que en unos meses , volverá transformada en la hija de su limpia. Lo que podría ser uno del momento menos creíbles, acaba siendo casi milagroso: cuando la Sala Flyhard propuso a Díez programar a Mary, la autora acababa de saber que estaba embarazada. Así pues, la pequeña Mary, la última figura de la matriochea, estará presente simbólica y físicamente en la obra.
Más información, imágenes y entradas en: