Macbeth con poco color

Redacció

Jordi Vilaró disecciona la magestuosa ópera ‘Macbeth’, que se representa en el Gran Teatre del Liceu hasta el 23 de octubre.
Macbeth es un personaje que pone a prueba los límites de la ambición humana y proyecta el deseo de controlar y moldear el futuro a través de la interpretación que hace de su propio hado. La soledad a la que llega el personaje tras una imparable senda de sangre que ha ido extendiendo a lo largo de su camino hacia el logro del poder total, la acaba deshumanizante y, de alguna manera, el intemporalitza, tal como WH Auden supo ver: «la consecuencia del deseo de controlar el futuro, tanto por parte de Macbeth como de Lady Macbeth, conlleva la completa destrucción del significado del tiempo …» [1], decía el poeta inglés. Giuseppe Verdi, gran admirador de la obra de William Shakespeare, mantiene el espíritu y buena parte de la acción del original shakesperiano por medio de una música que permite penetrar en la agitación romántica del espíritu de los protagonistas y transmitírnosla en toda su oscuridad.

Barcelona 29 09 2016 Icult Ensayo para antepiano de la opera Macbeth de Verdi que se representara en el LIceo en breve Fotografia de Jordi Cotrina

El montaje que Christof Loy ha llevado al Gran Teatro del Liceo nos muestra de manera simbólica la oscuridad de los personajes y la intemporalidad a que hace referencia Auden. Loy ha sabido crear una atmósfera turbia e inquietante a través de un escenario con un espacio central diáfano, pero con los laterales y el fondo de escena mostrando una estructura arquitectónica clásica de tonalidades grisáceas. La baja intensidad de la luz y la predominancia del blanco y el negro dibujan una atmósfera gótica y un punto fantasmagórica bien propias del espíritu romántico de la época verdiana. El juego entre sueño y realidad es facilitado por un cortinaje central transparente que difumina los personajes en función de su proximidad o lejanía y varía la visión que llega al público hasta alejarnos los de su dimensión humana si es necesario. Si se quería crear un clima adecuado para transmitir plenamente el pathos de unos personajes tan atormentados como los de esta tragedia, sin duda que la idea de Loy y la escenografía de Jonas Dahlberg es perfecta.

Las voces de esta ópera no son fáciles: Macbeth pide de un barítono que posea una contundencia y un dramatismo que permitan proyectar las dudas iniciales que el personaje alberga con la implacabilidad que muestra a la segunda parte de la obra; la voz, además, debe ser sólida y segura para soportar las embestidas de una orquesta verdiana, ya de una densidad notable. Ludovic Tézier es un grandísimo barítono que posee una voz firme, potente, homogénea y bien timbrada, pero su punto débil es el contraste entre esta luminosidad vocal y una capacidad dramática excesivamente limitada. Mucho más cómodo en el estatismo permitido a las arias, como la última y antológica intervención del personaje a Pietà, rispetto, amore, por ejemplo, Tézier embargo cojea en las escenas en que el dramatismo no sólo tiene que salir de la voz, sino también de la acción, del propio cuerpo, tal como sucede en Finché Appell, silentes m’attendete, la célebre escena de la aparición del espíritu de Banquo en el tercer acto.

Lady Macbeth es un rol para una soprano dramática de coloratura que Martina Serafín cumple con solvencia, aunque con alguna inadecuación. Serafin posee un registro medio y bajo potentes, el agudo es seguro y contundente -aguanta y hasta se sobrepone orquesta y coro cuando sea, pero esta fuerza tan propia de soprano spinto la limitan en el juego agudo de la coloratura. Esto se puede apreciar si se compara la primera aria -Viena, t’affreta-, que contiene unos picados finales en las que la cantante pasa de puntillas, con la última aria, la lírica y bellísima La luce langue, donde la soprano transmite ‘languidez final del personaje de manera soberbia. Por otra parte, Serafin muestra notablemente el dramatismo de Lady Macbeth manteniendo una expresión tensa y angustiosa a lo largo de toda la obra.

Banquo, el compañero de Macbeth -engendrador de reyes aunque él no sea-, es un rol para un bajo que debe contrapunto con firmeza y seguridad las vacilaciones iniciales de su amigo. Vitalij Kowaljow emite un canto adecuado y elegante, como demuestra en Come dal ciel precipita, pero de potencia más bien limitada.

El tenor que debe interpretarse Macduff tiene uno de los momentos estelares de la ópera en su primera y única aparición en solitario en el acto final: la célebre aria Ah, la paterna mano. Saimir Pirgu entona un canto seguro, con un fraseo correcto, pero que no llega a transmitir toda la emoción que la escena suscita. El resto de cantantes cumplen con corrección sus roles secundarios.

La orquestación mantiene el difícil pulso verdiano, aunque irregularmente, ya que en determinados momentos no acaba de proyectar la intensidad que la obra pide, lo que contrasta, por ejemplo, con la fuerza de un corazón que, sin duda, es otro de los triunfadores de este montaje: ingenioso formalmente, con un travestismo muy apropiado al texto verdiano (hay que recordar que las brujas eran mujeres «con pechos y barba»), la fuerza ya veces la tenebrositat de su canto llenan plenamente cada rincón de la escena.

Un Macbeth, en definitiva, espectacular en cuanto a la propuesta escénica, de una buena calidad vocal, aunque con alguna irregularidad que, sin embargo, no empaña el resultado final de un buen montaje.

TEXTO: Jordi Vilaró

FOTOGRAFÍA: Jordi Cotrina

[1] W. H. Auden: Lectures on Shakespeare (la traducción es mía).

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