Leo Bassi es una de las leyendas vivas del mundo del circo. Malabarista antipodista y bufón proveniente de un antiguo linaje que se remonta a mediados del siglo XIX, es, sobre todo, un maestro de la provocación. Con sus mediáticas intervenciones ha conseguido encumbrarse como referente internacional del mundo del circo. Con dieciocho años actuó en Munich al lado de otro payaso mítico, Charlie Rivel. Con casi setenta y tres, ofrece misas patólicas en el barrio madrileño de Lavapiés y defiende con humor el arte de envejecer, en su último espectáculo, 70 años.
Teatre Barcelona: No es fácil atraparte. ¿Dónde estás ahora?
Hoy desde Zaragoza, hay muy buen ambiente. Estoy haciendo una gira por toda España y hace pocos días estuve en Italia, Nigeria, Alemania. Sigo teniendo una actividad internacional, tengo fans y amigos en muchos países. Al Perú voy en febrero…
Leo Bassi: Eres un artista internacional.
En el mundo del humor no hay muchos cómicos que puedan entrar al escenario en un idioma y salir con otro. Yo voy cambiando. Tengo públicos muy diferentes de países diferentes. Conozco sus problemáticas, su sentido del humor, qué hace reír a los alemanes en este momento, cuál es la cosa por la que los italianos se descojonan. Es mucha información que he ido adquiriendo con los años.
«Soy uno de los pocos cómicos que sigue viajando»
El mundo de la comedia suele ser muy local.
Yo me encuentro muy solo en este momento, muy solo. Los cómicos están cada uno pegado a su mercado y a su mundo. Soy uno de los pocos cómicos que sigue viajando.
Vienes de una familia con larga tradición circense, nómada.
De pequeño a mi alrededor se hablaba muchos idiomas, todos mezclados. Tenía la sensación que el planeta era pequeño y que las fronteras, las policías… eran un poco ridículas. El público era igual en África que en Canadá. Sigo con esta filosofía.
Cambiar de plaza cada día ha de ser un buen entrenamiento cómico. La risa tiene un factor cultural ineludible.
En mi infancia, cuando llegábamos a un sitio nuevo, mi abuelo y mi bisabuela se informaban para estar al loro de lo que sentía el público. ¿Hay algún problema? ¿De qué cosas se habla en las calles? Durante la función la gente estaba sentada… Pero teníamos que saber qué coño les pasaba por la cabeza a esa gente. Qué chistes podían funcionar. Yo lo sigo haciendo: le pregunto al taxista, al chófer, al camarero del bar. Es muy estimulante.
«Como payaso hago mi trabajo como se hacía 100 años atrás»
¿Te llevas sorpresas?
Como payaso hago mi trabajo como se hacía 100 años atrás: hablo con la gente, abro periódicos de aquí y de allá. El País, The Guardian o The New York Times a veces tienen los mismos titulares, solo traducido en idiomas diferentes. Con el mismo orden de las informaciones e importancia, sus comentarios… Como si hubiese una organización central que manda los artículos a estos enormes periódicos. Entonces, me pregunto: ¿cómo puede la gente, a pie de calle, saber la verdad de lo que está pasando en el país?
Da la sensación que no vamos a mejor.
Noto una decadencia política, un desencanto social y un vacío de propuestas que, instintivamente, las rellena la extrema derecha. Falta crítica e implicación para cambiar el sistema.
También pasa en las artes escénicas. Las carteleras de Londres, Nueva York, Buenos Aires o Madrid cada vez se parecen más.
Hay musicales de organizaciones mundiales. Tú puedes ver exactamente lo mismo en Detroit, en Estados Unidos, Berlín o en Zaragoza, en las fiestas del Pilar. Estamos en un mundo organizado por muy poca gente con mucho poder. La apariencia es de democracia y de libertad cultural, pero está muy limitada. Y por eso sigo teniendo valor para luchar, a mi manera, por la diversidad.
Ante la globalización, ¿diferencia?
Sí, y ¿sabes qué? Veo que el público se da cuenta. Ayer por la noche un hombre se me acercó y me dice: “es increíble lo que está usted diciendo en el escenario. ¿Usted no tiene miedo de las repercusiones?”. Le respondí que lo que hago se llama libertad de expresión y que para utilizarla hay que ser un poco valiente. El espectador no podía imaginar que un escenarista no tuviera miedo. Por estar en un escenario se supone que no soy un tonto, sino un intelectual. Y asumo que, como para él hay ciertas cosas de las que no se puede hablar ni en teatro… lo que yo hago es peligroso.
En cierta manera, lo es. Han atentado contra ti varias veces.
Sí, me pusieron una bomba en el Teatro del Alfil. A la Iglesia del Paticano (en Lavapiés, Madrid) le tiraron un cóctel molotov hace seis años y me quemaron toda la casa. Por la calle me han dado golpes. Para mí esto es parte de la libertad de expresión. Si lo que dices no molesta a nadie, quizás no es muy importante. Ejerces la verdadera libertad de expresión cuando dices cosas que van contra la corriente, que molestan. Y para molestar hace falta compromiso con tu discurso y con lo que quieres decir. Es fácil tirar la toalla. Muchos cómicos hoy en día no hacen grandes discursos políticos en sus monólogos. Hay muy pocos que se atreven.
En España siguen habiendo casos sonados de cómicos que pierden el trabajo por hacer sátira política en televisión.
En televisión no eres libre. Si el patrocinador entiende que molestas a los clientes, te echan a la calle. La gente de circo éramos de muy baja clase social. Bassi en italiano significa “bajos”, es plural de “basso”, y significa “gente de baja clase social”. No es fácil ser libre si eres pobre y de baja clase. La cultura burguesa no te protege. De mi tradición de circo he aprendido que para mantener la fantástica libertad de viajar, decir y hacer lo que quieres, hay que luchar duro. Y hay que estar muy, muy, muy al ojo de lo que está pasando.
¿Sin autocensura?
Me acuerdo, de pequeño, en la cena después del espectáculo, mi padre, mi abuelo, hablaban de política con los amigos y la familia. Ahí se ponían de acuerdo hasta dónde podían decir las cosas. Cómo explicaban los chistes para mantener la fuerza y el significado, pero que la gente no se enfadase. Había que torear con ingenio la dictadura franquista para poder decir ciertas cosas. Mantengo esta tradición. La figura del bufón nace con la voluntad de desafiar el poder sin aparentarlo de entrada.
«La figura del bufón nace con la voluntad de desafiar el poder sin aparentarlo de entrada»
Es curioso que un maestro de la provocación reivindique la sutileza.
El humor es una arma capaz de hacer pasar cosas por encima de la cabeza de los ignorantes. Generalmente los fascistas son súper estúpidos. Un buen chiste inteligente con un juego de palabras puede pasar por encima de la cabeza del tonto, que solo oirá el chiste y gente riendo, pero no se dará cuenta de toda la crítica política. Así pasé la censura cuando actué en Polonia en los años 80, en el momento final de la Unión Soviética cuando la represión era muy dura. Hay que ser astuto y muy fino.
De todos los oficios circenses, ¿por qué escogiste el humor?
También soy malabarista. Era uno de los mejores malabaristas antropólogos del mundo. Mis padres me repetían siempre que para hacer reír al pueblo tienes que mostrar que posees una habilidad física. A los obreros, a la gente que trabajan con sus manos, si te presentas solo con las palabras te van a considerar como un intelectual. Los payasos tenían que ser malabaristas, tocar un instrumento, hacer acrobacias o trapecio. Una vez enseñada la tarjeta de visita que decía “soy obrero como tu”, tenías más fuerza para soltar ideas y chistes intelectuales. Mis padres me obligaron a aprender el oficio y como hacer malabares con los pies era una tradición familiar, escogí ése. Ahora con mi edad ya no puedo hacerlo.
Ahora reivindicas la vejez.
Nuestra sociedad lo consume todo muy rápido. Ser viejo es negativo, está mal visto. Existe un tabú para hablar de vejez y yo lo reivindico como he hecho siempre: provocando. Me glorifico de ser viejo en una sociedad donde lo bueno es ser joven y muy activo. Incluso si eres viejo hay que demostrar que haces muchas cosas.
Al tajo, sin condescendencia.
Mucho de mi público tiene mi edad, les hablo a ellos. Hago chistes que a lo mejor los jóvenes no van a entender, pero el público viejo lo entiende perfectamente y se descojona.
¿Temías hacerte mayor?
Ahora estoy contento de ser viejo. Tenía muchisimo miedo de envejecer, cuando tenía veinte, treinta, cuarenta años.Veía que todo lo que hacía, un día ya no podría hacerlo. Dejé de celebrar los cumpleaños cuando llegué a los cincuenta.
«Dejé de celebrar los cumpleaños cuando llegué a los cincuenta»
¿Cuando volviste a soplar las velas?
Un día me di cuenta que era viejo, más mayor que los jubilados. Cumplí setenta y me di cuenta que estaba de puta madre. Es fantástico ser viejo. Me importa poco la falta de actividad física porque además me aburre. No soy un gran deportista y me gusta tener tiempo para leer. Todavía tengo fuerza para seguir haciendo comedia.
Estás en paz con la vida.
Todo lo que he vivido y todas las provocaciones que he hecho me han dado mucha sabiduría. Tengo muchísimas experiencias vitales y conozco la realidad, hoy, mil veces mejor que cuando era joven. Finalmente entiendo un poco más porqué estamos aquí.
¿Cuando lo entendiste?
Cuando perdí el miedo y el ansia por envejecer. En los momentos más alegres de mi vida pensaba “esto no va a durar, un día seré viejo y se acabará”. Ahora soy viejo, estoy de puta madre y muy contento. Tengo cierta tranquilidad a nivel material, dinero y puedo hacer lo que quiero. Eso ayuda. No soy multimillonario pero tampoco voy a morir de hambre. Eso me hace sentir libre, feliz y contento para seguir haciendo el payaso. Me estoy divirtiendo en el escenario como nunca. Lo vivo como una fiesta y creo que tengo más éxito ahora que hace 20 años.
«El circo me ha dado la capacidad de reconocer nuevas épocas y no ser nostálgico»
Has vivido en el auge y la decadencia del circo, la televisión, ahora estamos con las redes sociales…
Vengo de un mundo casi prehistórico, sin internet ni teléfono…. Cuando nací los circos eran igual como en la época medieval. La única diferencia eran los coches, los camiones y los caballos. El circo me ha dado la capacidad de reconocer nuevas épocas y no ser nostálgico, por eso no me gusta el circo nostálgico, anciano… Hasta el Circo del Sol sigue haciendo las cosas como en el pasado. ¡Una mierda! ¡El circo no era así, era el TikTok de la época! En el siglo XIX la gente iba al circo para ver las cosas más increíbles, modernas y raras, como la primera luz eléctrica. Tengo un cartel en mi casa donde se anuncia una bombilla eléctrica y los payasos salen muy pequeños en una esquina.
Sin embargo no tirado la toalla: sigues aquí.
Sigo buscando cómo captar la atención del público y darles placer. Un placer por el cual valga la pena comprar una entrada. O que la paguen con sus impuestos.
Hablas de Tik Tok… Has basado tu carrera en sorprender, provocar y molestar, algo que las redes sociales hacen siempre mucho mejor.
El circo ha muerto con las redes sociales. Siempre necesita ser más grande, más fuerte… Pero al fin es difícil de superar lo más sorprendente. Creo que el TikTok va por ahí. Hace 20 años, cuando empecé en Crónicas Marcianas, iba cada semana a hacer desastres: tirar una mierda de vaca sobre el público, colgarme no sé dónde, llenarme de huevos y plumas… Siempre cosas diferentes. Todavía hoy la gente me recuerda que se esperaban para ir a dormir a que saliera yo. Lo dejé cuando ya no podía sorprender más. Puedo decir que he anticipado Tik Tok, mi lucha ha sido correcta, he anticipado tendencias, como con el Paticano. Supe ver que la gente necesitaba nuevas creencias.
¿A qué te refieres?
En la capilla vamos a celebrar decenas de bodas en los próximos dos meses. La gente necesitaba rituales, pero no quiere casarse en una iglesia, eso es un poco triste. Pero tampoco quieren ir solo al ayuntamiento a firmar un papel. He creado un ritual para vivir con amigos. También hacemos seis misas el fin de semana, se llenan las seis. Esta idea de crear una especie de religión basada en el humor ha triunfado, funciona a tope.
¿Qué clase de gente se ha casado en el Paticano?
Hay casos curiosos. Un señor quiso casarse consigo mismo. (Ríe). Es una buena manera de aceptarse a uno mismo. También vino una mujer mayor, que había vivido 40 o 50 años con un hombre que no le gustaba, y quiso celebrar que se separaba de él.
Supongo que si hacéis bodas, también haréis funerales.
Quizás es una de las cosas de las que siento más orgullo. En los últimos tres años, hemos hecho cinco funerales en el Paticano. El primero fué un amigo mío. Pensé que era terrible, hacer reír y llorar al mismo tiempo. Pero fue extraordinario: tocar las cosas más terribles de la vida, la muerte y la pérdida de alguien que tú amas… Y al mismo tiempo, celebrar que la vida sigue.
«Tengo muy presente mi propia muerte»
¿Planeas tu propio funeral?
¡Sí! No te puedo decir dónde y cómo, pero me estoy creando un monumento funeral enorme en un terreno que he comprado. Yo no soy modesto y tengo muy presente mi propia muerte. Estoy construyéndome una tumba que supere la de Felipe II, muy parecida a la de los faraones.
Espero verla dentro de mucho tiempo.
Sí, yo también. Me lo estoy organizando bien. Saber que es ahí donde acabaré finalmente… Es un último divertimento que me produce mucha satisfacción.