Alejandro Dumas, hijo, conoció a la cortesana Marie Duplessis en 1844 e inició una relación que duraría todo el año 1845. Duplessis, sin embargo, enfermó y acabó muriendo en 1847. El impacto que Duplessis causó Dumas inspiró al escritor a la hora de crear Marguerite Gautier, la protagonista de la novela La dame aux Camélia, publicada en 1848. El éxito inmediato de la novela hizo que el propio Dumas elaborara su novela una versión teatral que se estrenaría en París cuatro años más tarde (1852). La obra tuvo un éxito extraordinario, superior incluso al de la novela, y entre los muchos espectadores que presenciaron su estreno estaba Giuseppe Verdi, quien quedó tan fascinado por la historia de Marguerite Gautier que inmediatamente decidió hacer una versión operística. Luis Maria Piave fue el libretista, como ya lo había sido en dos óperas anteriores de Verdi, Hernani y Rigoletto. La ópera de Verdi se estrenó en La Fenice de Venecia apenas un año después del estreno teatral de Dumas en París (1853). Piave, al adaptar la obra de Dumas, realizó toda una serie de cambios respecto al texto original para evitar tener que pagar derechos de autor. Así, la obra pasó a llamarse La traviata (la “perdida”), Piave cambió el nombre de los personajes (de Marguerite Gautier a Violetta Valéry; de Armand Duval a Alfredo Germont, etc.) y suprimió cualquiera referencia a las camelias del título de la obra de Dumas, que representaban una elegante metonimia del amor ilícito.
La traviata cuenta, pues, la historia de Violetta Valéry, una cortesana que se enamora de un joven de buena familia, Alfredo Germont, y de cómo ella debe renunciar a ese amor por petición expresa de Giorgio Germont, el padre de Alfredo, para preservar el buen nombre de la familia, ya que la hija pequeña quiere casarse y la familia del novio no quiere saber nada de los Germont si Alfredo sigue viviendo con la antigua cortesana. El pasado “pecaminoso” de Violetta, pues, la persigue y ella acepta la petición del padre de su enamorado y abandona a Alfredo. Éste se siente traicionado por Violeta y así se lo reprocha cuando ambos se encuentran fortuitamente en una fiesta. Tiempo después, Violetta, sola, triste y enferma de tuberculosis, acaba muriendo en brazos de Alfredo, que al final ha vuelto a su lado al ser finalmente informado por el padre del sacrificio que ella hizo.
El argumento de la obra es eminentemente melodramático, pero el magnífico retrato psicológico de los personajes -sobre todo del de ella-, junto con la calidad y la variedad de la música, dota de una absoluta verosimilitud al conjunto dramático resultante. La personalidad de Violetta Valéry es la fuerza motriz de esta ópera: de una cortesana alegre, segura de sí misma y dispuesta a disfrutar materialmente de la vida al máximo, a una persona que repentinamente se enamora de la pureza de sentimientos de un ingenuo Alfredo Germont y que a continuación debe hacer un sacrificio para el bien de la persona que ama. Esto musicalmente se traduce en un alegre bel canto en la primera parte de la ópera que da paso a un dramatismo creciente con un aumento del peso orquestal en la segunda parte. Así, la vitalidad materialista de Violetta queda bien reflejada en el celebérrimo brindis (Libiamo ne lieti calici) de la fiesta inicial en la que se encontrará por primera vez con Alfredo; éste le confesará su amor por ella (Un di felice, eterea) y ella quedará impactada al tener una sensación inédita: que alguien la ame y no sólo la desee; Violetta, pues, empezará a enamorarse de Alfredo (E strano!, ah, fors’e lui), aunque se resista a perder la libertad de la que había disfrutado hasta entonces (Sempre libera); al oír la voz de Alfredo (fuera de escena), sin embargo, se dará cuenta de que su enamoramiento ya no tiene vuelta atrás.
En el segundo acto, los dos enamorados viven felices en las afueras de París (Lunge da lei) hasta que la visita de Georgio Germont, el padre de Alfredo, desencadena el drama al pedir a Violetta que abandone a su hijo por el bien de la familia (Dite allà giovine). Al aceptar ella el sacrificio, se despide de Alfredo sin decirle que no volverá; la música de ese momento es inolvidable: Amami, Alfredo. Los cinéfilos, por cierto, probablemente recordaréis este momento por la escena de Pretty Woman en la que Edward Lewis (Richard Gere) lleva a Vivian Ward (Julia Roberts) a ver La traviata en el Metropolitan de Nueva York y ella se emociona de lo lindo en el momento que ve y oye a Amami, Alfredo!; (Pretty Woman, de hecho, no deja de ser una versión libre de la historia de La traviata, pero con happy end). Tras el abandono, Violetta vuelve a la vida libertina de antaño, pero con un velo de tristeza por el amor perdido, y asiste a una fiesta (fantásticos el célebre corazón y danza española, Noi siamo zingarelle) donde se encuentra con un Alfredo amargado que le reprocha violentamente la fuga de casa, una violencia que desencadenará el drama del acto siguiente con Violetta ya sola y enferma en un apartamento de París y donde la estremecedora y bellísima aria Addio del passato representará la despedida de la vida justo antes de recibir la visita de un arrepentido y angustiado Alfredo, quien finalmente habrá sido informado por su padre del motivo por el que ella le abandonó. Violetta acabará muriendo en los brazos de un consternado Alfredo y ante la mirada de un arrepentido Giorgio Germont.
Si exceptuamos la fiesta del principio y la de la segunda escena del segundo acto, La traviata no deja de ser un drama intimista, lo que añadido a la contemporaneidad de la historia, representa un punto de inflexión en la trayectoria operística de Verdi. Ciertamente, a partir de esta obra, el compositor italiano buscará empresas más ambiciosas, dramáticamente y, sobre todo, musicalmente. Un cambio reflejado en el magnífico retrato psicológico de la protagonista, que supera y con mucho el esquematismo romántico de los personajes verdianos de óperas anteriores (con la excepción de Rigoletto), y en la evolución musical: no es sólo el mencionado paso del belcantismo al dramatismo orquestal por parte de la protagonista, sino también en unas aceros de leitmotiv que encontraremos en el precioso preludio inicial, dividido musicalmente en dos partes: el solemne e inquietante motivo de la muerte y el de la alegría del París de las fiestas de la Violetta cortesana. Por contenido dramático y músical, pues, no son pocos los que consideran La traviata, si no quizás la mejor ópera de Verdi, sí la más interesante y la mejor trabada, dramáticamente hablando. Y, por supuesto, la más popular gracias a sus maravillosos y conocidos pasajes musicales.
Un montaje clásico, sobrio y perfeccionista
El montaje de este año ya se representó en el 2014 en el Liceu: una coproducción de la Welsh National Opera (Cardiff), la Scottish Opera (Glasgow) y el Teatro Real (Madrid), con idea y dirección escénicas de David McVicar, la cual cosa es sinónimo de montaje clásico, sobrio y perfeccionista en todos los detalles: nada carece ni sobra y todo funciona escénicamente como un mecanismo de relojería (recuerde, sin ir más lejos, Adriana Lecouvreur de la pasada temporada).La orquesta del Liceu la dirigirá el virtuoso, dinámico y “rosiniano” Giacomo Sagripanti y en cuanto al apartado vocal, una ópera exigente como ésta pide de un repertorio de calidad como así será en esta ocasión, ya que el trío protagonista es de primera categoría: la dúctil y aterciopelada voz de Nadine Sierra en el rol de Violetta, el mejor tenor lírico-ligero del mundo como es Javier Camarena en el papel de Alfredo y el potente Arthur Rucinscki -a quien acabamos de ver en La Forza del Destino– en el de Giorgio Germont. Un dream team a la altura del reto de interpretar la ópera más interesante y popular de Verdi.
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