Las artes escénicas han tenido siempre la salud mental como temática de interés. La narración de vidas y experiencias singulares, la existencia, la marginalidad, la locura, los miedos. ¿Pero cuál es la razón y al mismo tiempo hace la diferencia con lo que está reflejando la cartelera teatral en estos momentos y la eclosión de espectáculos relacionados con este tema?
No hay dudas de que la salud mental ha irrumpido en nuestras conversaciones como quizás no se había dado anteriormente y que, por otra parte, la creación artística local está también relacionada con las políticas públicas donde la salud mental está cada día más presente. Pero quisiéramos ir más allá.
Observando con algo más de intuición que de rigor histórico, nos atrevemos a conjeturar que al drama existencial, al sufrimiento individual ya nuestra comprensión generalizada en la que vinculamos la salud mental al diagnóstico psiquiátrico, estamos sumando una perspectiva política, colectiva y cotidiana. Estamos evolucionando hacia una mirada en la que la salud mental no es sólo territorio real en Dinamarca ni tiene lugar a las 4.48 de la madrugada. Las artes escénicas están haciendo una revisión de la idea de que como sociedad tenemos de la salud mental.
Tomamos como ejemplo cuatro espectáculos en nuestra cartelera que recientemente se han situado en esta órbita:
En el espectáculo A la deriva (Marta Montiel/Elies Barberà/Lara Díez Quintanilla), podemos oír testimonios a través de un dispositivo Verbatim de una diversidad de voces, diversidad de perfiles, diversidad de experiencias y diversidad, como expresa el poema de la Princesa Inca, de verdades, o más bien, ausencia de ellas.
Tanto en Calidoscòpica (Sònia Gómez/Encarni Espallargas) como en Cr#sh (tothom pot caure) de la Cia Mea Culpa emerge una perspectiva social y estructural de la salud mental, la primera vinculada a la productividad y la segunda a la competitividad pero, otra vez, desde la diversidad. La primera, y nos identifica que así sea, hace hincapié en la potencialidad que puede llegar a tener la estigmatizada locura o trastorno mental y la segunda, muy necesaria, interpela directamente la vulnerabilidad propia de la adolescencia.
Y, finalmente, Elling (de Ingvar Ambjørnsen con dirección de Pau Carrió) donde surgen otras temáticas que quizás hasta ahora se habían considerado un subproducto de la salud mental y que cada vez más reconocemos como fundamentales, como las relaciones sociales, particularmente la amistad y su relevancia en nuestro bienestar emocional.
¿Y por qué ese giro argumental es tan importante?
Como apuntó Erich Fromm, racionalizar la vida no es intelectualizarla, sino humanizarla. La cultura, y especialmente las artes escénicas, tienen ese poder de reconectar, volvernos a mirar, abrazarnos, conocer nuestras diferencias, respetarlas. Este giro nos apodera como sociedad, de forma colectiva, a participar de las soluciones, a reflexionar sobre la salud mental en un sentido amplio, a situarla dentro de nuestro universo humano y ciudadano, no sólo en el de la institucionalidad .
Si exploramos más allá de las programaciones estables, nos encontramos también con un emerger de eventos culturales que vinculan artes escénicas y salud mental. Como expone Karen Zaiontz en su libro Theatre & Festivals, los festivales son casi siempre sintomáticos del momento social en el que se desarrollan. En Barcelona, por ejemplo, tenemos uno que este año celebra su décima edición: L’Altre Festival Internacional d’Arts Escèniques i Salut Mental, que tiene la particularidad de programar no sólo espectáculos que tienen la salud mental como eje temático , como los antes mencionados, sino proyectos en los que aparecen las artes escénicas como herramienta rehabilitadora o espacios híbridos que simplemente reivindican la inclusión y la accesibilidad en un sentido ancho y experimental. Esta edición (31 de mayo-2 de junio en la Fabra i Coats), volviendo a los orígenes, está dedicada a la alteridad, invitando a la ciudadanía a alternar la perspectiva propia por la del otro. Este tipo de eventos son un complemento más que necesario en la cartelera. Por un lado, enfatizan lo que está pasando a lo largo de todo el año, profundizan en la temática desde una diversidad de miradas y, sobre todo, se convierten en espacio de encuentro entre propuestas que, desgraciadamente por nuestra salud mental, siguen teniendo un espacio diferenciado en el sector cultural y artístico… pero esto es otro artículo. En éste, preferimos centrarnos en el impacto positivo que las artes escénicas pueden tener en este ámbito tan significativo de nuestras vidas.